Los testigos que hasta ahora han ido desfilando por el juzgado han pintado a un capo implacable en su negocio. El primero en testificar fue Jesús Zambada, “El Rey”, hermano de Ismael “El Mayo” Zambada –uno de los capos más longevos del narco mexicano–. El Rey relató que el Chapo gastaba unos trescientos mil dólares mensuales en sobornos a funcionarios, que le permitían operar desde la ciudad de México y paralizar las investigaciones por asesinatos cometidos por el cártel. Zambada tenía a cuarenta empleados que resguardaban las bodegas con toneladas de cocaína hasta que podía ser enviada a Estados Unidos. La corrupción llegaba también a las cárceles. El Rey relató una visita que hizo junto con el Chapo a un capo que estaba preso. Hicieron un banquete con mariachis y los comensales podían elegir entre langosta, solomillo y faisán.
Entregaron la cocaína al capitán de un barco que había consumido importantes cantidades del producto. Le entró la paranoia de que lo seguían los guardacostas y decidió hundir el barco con el cargamento
Una de las revelaciones de Zambada cayó como una bomba en México. Aseguró que entregó seis millones de dólares a Enrique Peña Nieto (el expresidente mexicano). También, según su relato, se reunió con el que fue zar antidrogas entre el 2002 y el 2012, Genaro García Luna, en un restaurante en dos ocasiones, y a cada encuentro llevó un maletín con tres millones de dólares. Otro de los presuntos sobornados fue un integrante del Gabinete de Seguridad de López Obrador (cuando este era jefe de Gobierno de la Ciudad de México). Todos los aludidos desmintieron categóricamente los sobornos. La defensa del Chapo intentó argumentar que en México había un clima de corrupción generalizada, algo a lo que el juez no se ve muy dispuesto, dado que una parte de las revelaciones de Zambada permanecieron bajo secreto de sumario.
El Chapo era un criminal despiadado. Según Zambada, en el 2004 ordenó el asesinato de Rodolfo Carillo Fuentes (hermano del Señor de los Cielos) porque no le quiso estrechar la mano. Unos sicarios lo acribillaron a las afueras de un cine al que había acudido con su esposa y sus hijas (las únicas que sobrevivieron al atentado). En represalia asesinaron al hermano del Chapo, que estaba preso en una cárcel de máxima seguridad. La última vez que Zambada vio al Chapo fue en el 2007 en las montañas de Sinaloa. Estaba a punto de desatarse una guerra contra los Beltrán Leyva. Zambada contó que practicaron tiro al blanco con una bazuka que había traído Guzmán. Su arma preferida era una pistola 45 que tenía sus iniciales incrustadas en diamantes.
El Gordo
El siguiente en testificar fue Miguel Ángel Martínez, “El Gordo”, que empezó a trabajar como piloto del Chapo en 1987 y se terminó convirtiendo en el jefe de plaza del cártel en el DF. Entre otras extravagancias, contó que su patrón mandó construir un zoológico en una propiedad que tenía en Guadalajara en la que había osos y cocodrilos, que los visitantes podían admirar a bordo de un pequeño tren que recorría la finca. Guzmán también pagó diez millones de dólares por una casa en Acapulco y viajó a Suiza para hacerse un innovador tratamiento antiedad.
Martínez montó una empresa exportadora de chiles jalapeños, La Comadre, para esconder cocaína en las latas que enviaban a Los Ángeles. La Comadre, según el Gordo, generaba beneficios al cártel por cuatrocientos o quinientos millones de dólares al año. Cada mañana el Chapo enviaba tres jets a Tijuana, en donde cargaban los dólares ganados. Cada jet, estimó Martínez, podía cargar con diez millones de dólares.
El Gordo describió a los agentes la manera como lavaba dinero el cártel. Preferían los billetes de veinte dólares. Parte de las ganancias las ingresaban en cuentas de prestanombres que querían ganarse un dinero. También tenían compañías tapadera e infiltraban casas de cambio que, al trabajar directamente con los bancos, eran una opción muy socorrida. A Martínez lo arrestaron en 1998 y, para hacer frente a los gastos legales de su juicio, cometió el error de vender una propiedad del Chapo en la que vivía una de sus amantes. Martínez era uno de los prestanombres de Guzmán. Al cabo de unos meses lo apuñalaron siete veces en la cárcel y ha sobrevivido, según su relato, a dos atentados más.
Chupeta
Sin duda, el personaje más pintoresco que ha pisado el juzgado de Brooklyn es Juan Carlos Ramírez, un narco colombiano apodado Chupeta. Nadie cuestionó por qué testificó con guantes y un abrigo de invierno cerrado. Las crónicas periodísticas describen su semblante como el de un vampiro o un personaje salido del cómic de Dick Tracy. Para evitar ser detenido, en el 2007 se sometió a una extensa cirugía plástica para cambiar su rostro. Se operó los pómulos, la mandíbula, los ojos, la boca, la nariz y las orejas, y el resultado digamos que no fue muy alentador.
Chupeta, del cártel del Norte del Valle, fue el principal distribuidor de cocaína del Chapo; su relación se extendió durante más de veinte años. Guzmán cobraba una comisión del cuarenta por ciento del cargamento, cuando el estándar era del treinta y siete por ciento. El motivo del sobreprecio era su rapidez: mientras el resto de los cárteles tardaban un mes en trasladar la cocaína a Estados Unidos, el Chapo lo hacía en una semana. Chupeta describió que el capo de Sinaloa tenía una pista de aterrizaje perfectamente iluminada. Cuando llegaba la coca colombiana, un grupo de policías federales la descargaban mientras operarios del Chapo repostaban de combustible las avionetas. Tan bien organizado estaba el aeródromo, que les preparaba el desayuno a los pilotos antes de que emprendieran el regreso a Colombia.
Según Chupeta, entre 1990 y 1996 el Chapo ganó seiscientos cuarenta millones de dólares vendiendo su cocaína. Cuando los gringos empezaron a rastrear las avionetas cargadas de cocaína, decidieron emplear barcos pesqueros y submarinos que se encontraban en altamar con las embarcaciones del Chapo. La vía marítima generó algunas pérdidas. Chupeta contó que entregaron la cocaína al capitán de un barco que había consumido importantes cantidades del producto. Le entró la paranoia de que lo seguían los guardacostas estadounidenses y decidió hundir el barco con el cargamento. La vaca de oro, sin embargo, fue un túnel que el Chapo construyó entre Agua Prieta, Sonora, y Douglas, Arizona. Funcionó durante tres años hasta que fue detectado, y permitía al Chapo transportar la cocaína que aterrizaba de Colombia a Estados Unidos en menos de veinticuatro horas.
El juicio del Chapo se extenderá durante varios meses. La Fiscalía pretende llamar a declarar a diecisiete testigos, arrepentidos del cártel cuyos testimonios se están convirtiendo en lecciones magistrales sobre cómo operaba el cártel de la droga más importante del siglo xxi. Doce integrantes del jurado –fuertemente protegidos durante todo el proceso– deberán decidir si Joaquín Guzmán es el capo despiadado que describe la Fiscalía o un peón más en un complejo entramado de corrupción, como defienden sus abogados.
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