Primero, ocupémonos de la rumorología que pregona que en la ciudad de Nueva York huele a marihuana por todos lados, que hay un descontrol sobre la venta y, por lo tanto, que algo está mal. Si bien las dos premisas iniciales son totalmente ciertas, el consumo en la vía pública y la venta ilícita, no lo es la conclusión. La potencial molestia que le puede provocar a una persona no consumidora el hecho de oler humo de cannabis en la vía pública es una cuestión mínima y absurda si la comparamos con el beneficio que conlleva el cese de todos los atropellos de derechos y libertades que se cometían al ejercer la prohibición. Claro, eso no era visible a ojos de quien no convive con el cannabis. Quien sostiene que oler cannabis en la vía pública es un síntoma de decadencia social no hace más que exhibir su hipocresía, ya que para él el problema no es que las drogas existan, sino que sean visibles. El punto de equilibrio es procesar que ahora los usos en público de cannabis son los mismos que los del tabaco. Criticar dicho límite, por restrictivo o por laxo, delata superioridad moral.
Ahora bien, más allá de las implicaciones en el plano discursivo, tuvimos la oportunidad de preguntar a diversos habitantes de la ciudad cómo vivían esta nueva y humeante realidad. Sus respuestas fueron muy ilustrativas. Por un lado, consideraban que Manhattan ha sido, históricamente, una urbe llena de malos olores y que el olor a marihuana “era bienvenido al club por ser menos agresivo y más agradable que el resto de los olores”. Al repreguntar sobre qué pensaban sobre este tema los residentes más conservadores, fueron claros: “Aquí no viven conservadores”.
Lo que ha sucedido en el estado de Nueva York con la legalización para adultos de la marihuana tiene muchas caras y elementos de interés. Trataremos de abordar algunos. Pero, ante todo, hay un elemento crucial que lo explica casi todo. Y se trata de música para los oídos para cualquier persona consumidora mayor de veintiún años: la policía ha dejado de invertir tiempo en la aplicación de leyes de control del cannabis. Armisticio cannábico en Nueva York, el fin del estigma y la persecución. Es la muerte de la vigencia de esa voz interior que censura y culpabiliza. Ahora puedes fumarte un porro de la mejor hierba en la puerta del MOMA o del Guggenheim sin ningún complejo ni preocupación y gozar de una experiencia estética sin parangón. La utopía de la libertad con relación al consumo de cannabis se ha hecho realidad nada más y nada menos que en la capital del mundo. No hay texto, foto o vídeo que pueda transmitir esa vivencia de la libertad. Es algo nuevo y es deliciosamente estremecedor. Simplemente, si tenéis la oportunidad, ¡ahorrad y viajad a Nueva York! Bite the Apple.
Los dispensarios sin licencia
La razón de por qué hay más de mil quinientos dispensarios de cannabis operando sin autorización se explica por la renuncia de la policía que acabamos de explicar. De hecho, según dicen los expertos, con esta actitud la policía también está jugando sus cartas; es decir, que haya un descontrol con la venta les sirve de argumento para reivindicarse como solución y para desacreditar la legalización, que –recordemos– les quita trabajo y recorta sus presupuestos.
Que exista este disparatado número de dispensarios sin licencia no quiere decir que estos no estén en riesgo legal. Con la aprobación de la Marihuana Regulation and Taxation Act en marzo del 2021, se creó la New York State Office of Cannabis Management (OCM), una entidad gubernamental dedicada al control de la legalización integrada por más de doscientos funcionarios. La OCM cuenta con una división que no ha dejado de organizar redadas contra estos dispensarios, pero con un impacto global muy limitado: la primera multa impuesta es de diez mil dólares; si la actividad continúa, es de veinte mil, y a la tercera, el estado puede solicitar una orden judicial y cerrar la tienda con candado.
La policía ha dejado de invertir tiempo en la aplicación de leyes de control del cannabis. Ahora puedes fumarte un porro de la mejor hierba en la puerta del MOMA o del Guggenheim sin ningún complejo ni preocupación
Lo cierto es que la concentración de esos dispensarios no es uniforme en toda la ciudad. En los barrios más pijos no hay o existen muchos menos, a causa del precio del alquiler de los locales. En muchas otras zonas de la ciudad abundan y hacen publicidad sin reparos en sus escaparates e inmediaciones. En varias calles incluso colindan entre ellos. Hay tantos que resulta sorprendente hacerse a la idea de que si existen es porque hay una demanda y, por lo tanto, la magnitud de la demanda es descomunal.
La experiencia que tiene uno como comprador en estas tiendas es parecida a la de ir al colmado del barrio. Normalmente, quien despacha es población no blanca. Los hay que son bastante cutres, en plan, una tienda pequeña con parafernalia de fumador (papeles, bongs, etc.) donde no puedes ver el cannabis, pues está en bolsas de autocierre con dibujos tipo cómic, y se te ofrecen en el mismo mostrador diferentes índicas o híbridas de las que disponen en el momento. Por supuesto, suele haber también edibles, concentrados, tinturas y e-cigs o cargas para vaporizar.
Otros dispensarios son un poco más sofisticados y cuentan con mostradores o vitrinas donde se exponen los productos, algunos de ellos en botes de cristal a través de los cuales se pueden ver los cogollos. Si tomamos una medida común de referencia para ellos, el octavo de onza (3,5 g), lo habitual es que se ofrezca a partir de treinta dólares y hasta ochenta; ergo, cada gramo cuesta entre ocho euros y medio y veintidós. La calidad de las hierbas que compramos en estos establecimientos era buena en cuanto a sabor, pero la presentación y el efecto no eran remarcables. Además, no se podía saber si la cantidad comprada era la correcta ni tampoco obtener ninguna información sobre su calidad o trazabilidad.
Los dispensarios con licencia
A inicios de septiembre, cuando visitamos Nueva York, solamente existían once dispensarios debidamente autorizados de distribución de cannabis en todo el estado. Concretamente, cuatro de ellos en Manhattan. Resulta chocante que esos cuatro dispensarios legales convivan con mil quinientos sin licencia, y la explicación es, de nuevo, muy sencilla. Por un lado, la regulación de Nueva York se ha armado a partir del pilar de la justicia social y la equidad, así que ahondar en la represión y criminalización hacia el mercado no regulado no es una opción. Por otro lado –como dijimos–, la policía ha dejado de ejercer las leyes de cannabis, es decir, hay permisividad total por su parte, hasta el punto de que nuestras fuentes expertas nos explicaron que a la policía “ya le va bien que haya una apariencia de caos público porque así se reivindican como garantes del orden”. En varias jurisdicciones de Estados Unidos, el lobby de la policía hace campaña activa en contra de la legalización“ ya que quieren su fracaso para recuperar sus privilegios y presupuestos perdidos”. Sobre la lentitud en la concesión de las licencias para dispensar productos cannábicos, hay que saber que estas solo se otorgan a oenegés que trabajen directamente con los colectivos que más han sufrido las leyes prohibicionistas en el pasado. Y el proceso para demostrar que se cumplen todos los criterios es lento, justamente, por querer hacerlo bien.
Peregrinar por el lado cannábico de Manhattan es navegar por un sueño hecho realidad. Allí podemos tener la vivencia de dejar de pertenecer a la minoría cannábica estigmatizada
Tuvimos la posibilidad de visitar un par de los dispensarios legales llamados Union Square Travel Agency y Gotham. El futuro está aquí, si bien es cierto que, si ya habéis visitado dispensarios en otros estados de Estados Unidos, los de Nueva York no os sorprenderán en el sentido estético, aunque hay que remarcar que sí lo harán en el ético. Para quien no haya pisado un dispensario legal en su vida, se trata de una experiencia transformadora. Los mejores interioristas han diseñado espacios virtuosos y elegantes que, lejos de la apología del THC o la pornografía cogollil habituales, ofrecen un repertorio enorme de productos cannábicos, a unos precios igual de razonables que en los dispensarios sin licencia y con una calidad espectacular. En cuanto a la hierba, la mayoría contiene entre el veinte o el veintinueve por ciento de THC. La amabilidad de las personas que trabajan dentro es superlativa: el trato y el asesoramiento al cliente son la prioridad, no hay prisas, hay sonrisas y complicidad. Lo cierto es que esa es la actitud normal en la inmensa mayoría de los comercios de Manhattan. Ya sabéis cómo funciona allí el cuento de las propinas.
En Union Square Travel Agency, aparte de las vitrinas con los productos que tienen a la venta y muchos iPads con toda la carta, se puede encontrar un espacio educativo dedicado a la ciencia de los terpenos, con muestras de cannabis para olfatear y paneles informativos sobre las propiedades de estos compuestos. Con letras bien grandes, en una pared, se puede leer: “Más de la mitad de todos los ingresos se redirigirán a Doe Fund. Durante más de treinta años, Doe Fund ha liderado la lucha contra la falta de vivienda y la reincidencia proporcionando empleo remunerado, vivienda permanente y transnacional y servicios de apoyo a personas que han experimentado la falta de vivienda y el encarcelamiento, ayudando a más de trescientas mil personas a transformar sus vidas”. La risueña chica que nos atendió explicó que en Union Square Travel Agency contratan a antiguos traficantes y personas excarceladas y promocionan, especialmente, a las empresas cannábicas LGBTQIA+, BIPOC y las que son propiedad de mujeres.
El eslogan del dispensario Gotham es “Imaginando un espacio superior para el cannabis en la ciudad de Nueva York”, y han optado por ofrecer una experiencia más glam, donde se pueden comprar muchísimos productos de calidad (caros) con alguna relación con el ámbito del cannabis: cosméticos, ropa, decoración, joyería, parafernalia de fumador, libros, velas, aromaterapia, jabones, vaporizadores, etc. En medio del local, ni más ni menos que un árbol de unos tres metros de altura construido con materiales naturales. La experiencia de comprar en Gotham no tiene el componente social ni educativo de Union Square Travel Agency, y es más parecida a la de una joyería. Luxury and lifestyle. Ahora bien, también destinan el cincuenta y uno por ciento de los beneficios a un fondo de ayuda a grupos previamente castigados por la prohibición.
En la puerta de los dispensarios legales hay personal de seguridad. Piden la documentación para demostrar que se es mayor de veintiún años. Lo hacen de forma sistemática a pesar de que uno tenga el doble de edad; es un poco ridículo, ya que los mil quinientos dispensarios sin autorización no piden más que dinero para entrar. Ahora bien, nuestra etnografía reveló que todo es relativo en este mundo. Quien os escribe olvidó la documentación de forma reiterada y ello no fue en ningún caso motivo de exclusión. Además, en una de las dos interacciones con seguridad, el tipo comentó que él no consumía cannabis, que había trabajado para la policía de Manhattan y por ello le habían dado ese trabajo. Bueno, por eso y por la pistola que llevaba colgando dentro del elegante traje negro y que no dudó en mostrar, en un gesto viril, con un flow parecido al de Rubiales junto a la reina.
Nos interesó saber la opinión de esos budtenders legales en relación con la situación de los dispensarios sin licencia. Según dijeron: “Viven con el riesgo de recibir inspecciones, sanciones y cierres; la gente que trabaja allí lo hace en condiciones precarias, desconoce lo que vende y los productos no pasan ningún control de calidad o cantidad”, con todo lo que ello implica para la salud y el bolsillo de quien compra allá. Los datos oficiales dicen que en un año y medio se han realizado cuatrocientas inspecciones, incautando unos tres mil ochocientos kilos de productos no autorizados por un valor de cuarenta y dos millones de dólares.
Precisamente, durante la semana que visitábamos la ciudad que nunca duerme se produjo una reunión calentita de la New York State Office of Cannabis Management. En esta junta se aprobó el dar entrada a empresas con ánimo de lucro al sistema de licencias un año antes de lo acordado. Lo cierto es que el modelo de regulación de Nueva York ha sido muy criticado (por restrictivo e injusto) e incluso llevado a juicio por una de las multi-state operators (MSO), que son empresas cannábicas que tienen intereses en distintos estados dentro de Estados Unidos. De hecho, el juez del caso ordenó la paralización de la concesión de autorizaciones de dispensación, y esto estaba empezando a cortocircuitar el sistema en su conjunto. Lo más paradójico de la cuestión es que la empresa denunciante tiene en su junta de directores, desde hace un año, a Ethan Nadelmann. Para quien no lo conozca, podríamos decir que Nadelmann es el artífice de la reforma moderna de las políticas de drogas en Estados Unidos. Él capitaneo a lo largo de casi dos décadas la Drug Policy Alliance (DPA), la organización con más influencia en la legalización del cannabis y la reforma de las leyes prohibicionistas del planeta. Es uno de los nuestros. No sería disparatado darle la distinción de haber sido el verdadero zar de las drogas de Estados Unidos. Pero Nadelmann dejó la DPA en el 2017.
El pasado mes de agosto tuve la suerte de pasar una tarde paseando con él en Bogotá, en el marco de la Semana Psicoactiva organizada por ATS. Nadelmann es transparente, va con sus creencias por delante y atesora una lucidez, verborrea y clarividencia admirables. Es una suerte de telepredicador antiprohibicionista. Lo que en su día le llevó a librar una batalla sin cuartel contra la prohibición de las drogas fue su defensa incondicional de la libertad individual y su rechazo ante los abusos del poder. Es un liberal de manual. Él no confía en que el estado vaya a solucionar los problemas de los ciudadanos, más bien lo contrario. Por lo tanto, la solución nunca pasa por darle más poder al poder. Porque el problema siempre es ese: cómo el poder ejerce el poder. Un modelo de regulación como el de Nueva York le parece que, justamente, por su fuerte posicionamiento ideológico, en la línea de la equidad social, acabará resultando más injusto que un modelo donde nadie tuviera privilegios o salvoconductos al inicio de la partida.
Como colofón al embrollo psico-socio-analítico, muy propio de las neurosis tan retratadas por el neoyorkino Woody Allen, mencionaremos que el director de la New York Office of Cannabis Management es Chris Alexander, quien fue varios años la mano derecha de Ethan en la DPA antes de su marcha.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado
Todo viaje es filosófico, porque implica salir de nuestros límites y repensarnos constantemente. Peregrinar por el lado cannábico de Manhattan es navegar por un sueño hecho realidad. Lo que hace falta para vivirlo es alimentar la hucha. Sí, existe la utopía libertaria cannábica y la encontraremos en la capital más vibrante y dinámica del mundo. Allí podremos tener la vivencia de dejar de pertenecer a la minoría cannábica estigmatizada. En realidad, el único trabajo es con uno mismo, porque el clic es deconstruir ese mecanismo pauloviano de la autocensura y la culpa por sentirse señalado, diferente. El armisticio cannábico de Nueva York es el fin de la sinrazón, del martirio impuesto en nuestras cabezas por una vida bajo el yugo de la prohibición, la culpa y la represión. Nada de esto tiene sentido en una sociedad inclusiva y donde la policía no te señalará por cómo eres. Es una vivencia física de la libertad y a la vez metafísica, porque te obliga a repensar tu relación con el entorno y a soltar lastre.
Quizás en unos meses ya no será lo mismo. Quién sabe si mejor o peor. Lo que está claro es que en Estados Unidos la prohibición del cannabis ya no es más que un desecho, un error histórico. Ahora, la contienda es el cómo se regula el mercado. Algunas organizaciones, como la misma DPA o Parabola Center, hacen una labor encomiable e inspiradora para proteger a las comunidades de cultivadores y a los pequeños negocios ante la ferocidad inversora de las grandes empresas. Podemos sacar muchos aprendizajes para la vieja Europa. Aquí se sigue privilegiando la no regulación a los actores criminales y una dinámica de erosión de las democracias. Nueva York nos muestra que la verdad está de nuestro lado, que nuestras reivindicaciones son acertadas y que las proyecciones de los miedos de la prohibición son poco más que sombras chinescas en manos de fascistas. Los que se sienten superiores tienen miedo a perder sus privilegios ganados por complicidades inconfesables y una moral puritana e hipócrita. Para ellos, el olor a naftalina; para nosotros, el de una bocanada de cannabis frente a la Estatua de la Libertad.