De camino al recinto de conciertos pienso en los grupos de música que quiero ver: Tremenda Jauría, Fermín Muguruza, Def Con Dos, Riot Propaganda. “Lo siento, no soy un buen ejemplo niña, estoy con Toni de empalme en la rave del Viña”, de Los Chikos del Maíz suena en mi cabeza mientras me acerco. Tras cruzar un largo descampado se llega al control de pulseras y, a continuación, a una segunda línea de control. A lo largo de pasillos separados por vallas metálicas se alcanza esta segunda línea de agentes de seguridad privada. Algunos asistentes pasan sin que apenas les miren nada, a otros les hacen sacar todo, abrir carteras y cremalleras. Una vez recibida la luz verde se accede a una tercera zona de paso. Es aquí donde están los guardias civiles, en formación de una o varias líneas. Para avanzar hay que sortearlos y casi rozarles. Vuelven a interceptar a muchos asistentes. Unas veces escogidos al azar, otras señalados ¿tal vez por el primer guardia de seguridad? “¿Éste?”, se les oye decir. Quien se creía salvado puede sufrir un segundo registro. En ocasiones sacan al perro policía olisqueador y su agente-amo ejecuta la coreografía: movimientos de brazos, chasquidos de dedos e instrucciones de voz señalando al sujeto, que permanece tieso y helado por dentro mientras el can da saltitos a su alrededor. En caso positivo, la víctima de esta humillación pública es conducida a las casetas de la Guardia Civil, donde en caso de posesión se le toman los datos del DNI y tendrá que esperar a recibir la carta de la Subdelegación del Gobierno en Albacete con la sanción correspondiente.
Pillado con porros

Fui torpe e ingenuo. El segurata descubrió un objeto inusual en la funda de las gafas. “¿Esto qué es?” Mi respuesta fue poco convincente y me valió un guardia civil de pareja de baile de camino a la caseta. Que lo saque todo, me dijo. Y así lo hice, aunque podría no haberlo hecho porque no fueron muy exhaustivos. Juegan con la presión psicológica. “¿Seguro que no tiene nada más? Si lo hace de manera voluntaria las consecuencias serán menores”. Debido a las prisas y la mala planificación llevaba una pequeña colección de sustancias, aunque no iba a tomar más que una o dos. Las cantidades eran mínimas y la chinita apenas daba para tres petas. Me dolió perder otras pastillas, como antihistamínicos, ibuprofeno, media benzodiacepina y un par de viagras que me acababan de obsequiar y me quedé sin probar. “No se puede tener viagra”, me dijo el agente. Vale. Se quedaron sin mirar dentro del paquete de tabaco de liar, que albergaba dos sustancias ilegales más.
Me vienen a la cabeza unas letras de Def Con Dos: “Le pillo un cogollo y vuelvo a la casa donde los colegas ya apuran un pollo. Y vuelvo a alegrarme de las alegrías que da consumir sustancias prohibidas”. El guardia fue correcto y educado y hasta compartimos algún chascarrillo, en el que de manera implícita reconoció lo absurdo de su misión. “Esto es como el juego del gato y el ratón”. Sí, claro, ese juego sin fin en el que nadie gana y que a nadie divierte.
El cuerpo de élite de la Guardia Civil desplazado al Viña Rock era la unidad de Agrupación y Reserva de Seguridad. “¿No sabes quién somos? Venimos de Madrid, somos los hombres de negro”, me explicó con orgullo el agente que estuvo a mi cargo. Y de élite eran. Todo hombres, de más de 1,80 de estatura, con una colección de útiles y herramientas colgados por el cuerpo y con el fusil de asalto bien sujeto contra el pecho.

"El cuerpo de élite de la Guardia Civil desplazado al Viña Rock era la unidad de Agrupación y Reserva de Seguridad. “¿No sabes quién somos? Venimos de Madrid, somos los hombres de negro”, me explicó con orgullo el agente que estuvo a mi cargo"
¿Tiene sentido desplegar a una agrupación así, con armas de fuego y perros, para interceptar chinas de hachís y bolsitas de polvitos a veinteañeros en un festival de música? Estamos de acuerdo en que hace falta seguridad en entornos multitudinarios, pero no agresividad y derroche de medios. Cuesta creer que sea por afán recaudatorio. Si las multas son de 600 euros, 300 si se pagan antes de un mes, y digamos que imponen 200 sanciones, son 60.000 euros. ¿De verdad necesita la Guardia Civil o la Subdelegación del Gobierno 60.000 euros? Cuesta creer que este dinero cubra el coste de un despliegue de esta magnitud. Es cierto que hace un par de años un joven perdió la vida en el recinto, al parecer por consumo de drogas, aunque la causa de la muerte no se hizo pública. Fue un caso extraordinario y se puede entender un mayor control, o un aumento de ambulancias en la zona, pero este despliegue era intimidatorio.
A la salida del recinto tras el fin de los conciertos tampoco se podía bajar la guardia. Pasadas las cuatro de la mañana un río de gente abandonaba el recinto para encontrarse, de nuevo, ante la posibilidad de un cacheo. Más seguratas paraban a gente de forma aleatoria, los guardias escudriñaban entre las pertenencias de quienes solo querían irse a dormir o seguir bailando en alguna de las raves del exterior. Se me quedó grabada una imagen que ilustra lo ridículo que resultaba todo: ver a uno de estos guardias de élite, que ha superado durísimas pruebas físicas y psicológicas y recibido entrenamiento para luchar contra el narcotráfico y el terrorismo, abrir un paquete de tabaco de liar y meter la nariz para olisquear la presencia de cannabis.
Agentes de la Guardia Civil, los de verde en este caso, también patrullaban por la zona de camping. Conduciendo lentamente y observando, hasta que decidían parar y cachear a alguien. En un momento dado me encontraba comiendo pipas de camino al recinto. Se me cayó una pipa y por un instante miré en el suelo por si la podía rescatar. “¿Qué lleva en la mano?” “Ah, son pipas, circule”. Este era el nivel. Su misión era clara: buscar porreros y poner multas.
Lo que dice la Ley

En España no es delito consumir drogas, ni tenerlas en casa. Lo que se castiga con una multa administrativa es llevarlas encima o consumirlas en la vía pública. Desde hace poco se reconoce el derecho a la privacidad de quienes portan o consumen drogas dentro de un vehículo particular estacionado. Si estás en tu coche consumiendo no te pueden imponer las sanciones previstas en el artículo 36.16 de la Ley de Seguridad Ciudadana. Es un avance, pero habría que extender ese espacio privado al bolsillo de cada uno, que es tan privado y menos visible que el interior de un coche, donde uno podría estar consumiendo con las ventanas abiertas y a la vista de todos. La normativa vigente es la Ley Orgánica 4/2015, la ley mordaza, que establece una multa de 601 a 10.400 euros en su grado mínimo por tenencia de drogas en lugares públicos. De nuevo Def Con Dos: “Somos viciosos, pero inocentes, no nos confundas con delincuentes”.
Recibir una de estas multas es un perjuicio para el ciudadano. Dada la situación de precariedad generalizada, el coste de la vivienda y de la vida en general, 300 euros no es poco dinero. Hay que destacar también el impacto de recibir una multa de estas características en el hogar, lo que puede crear una situación familiar complicada para muchos. Además, el despliegue y la actitud intimidatoria de la Guardia Civil en este tipo de eventos no hace más que contribuir a la desconfianza y animadversión de la gente hacia las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
No es la primera vez

Ya me pillaron hace más de veinte años, y en dos ocasiones. Una vez estaba sentado sobre mi moto mientras liaba un canutillo cuando pasó una patrulla de policía. En esa época nadie fumaba tabaco de liar con lo que el gesto de las manos al liar era siempre sinónimo de porros. Mi primer instinto fue tirar la china. Los agentes se bajaron a registrarme y tuve la mala suerte de que encontraron la china en el suelo, y multa que me cayó. En otra ocasión me incautaron sulfato de anfetamina, speed para los amigos. En una rave a las afueras de Madrid apareció un grupo de agentes de verde. Mis amigos y yo estábamos de pie en corrillo y tras compartir unas puntas del polvo blanco el dueño tuvo serias dificultades para cerrar la bolsita. “Trae, anda”, le dije. Mientras forcejeaba con los pequeños materiales me di la vuelta para buscar algo de luz y fue entonces cuando aparecieron los de verde, unos ocho agentes. Otras 50.000 pesetas. La anécdota de tan dulce encuentro es que existe una foto de ese momento.
Y así estamos en 2025, igual que en el año 2000, escondiendo las chinas por el cuerpo y expuestos a recibir una multa por sustancias que legalmente se pueden consumir, pero no portar. Mientras muchos países han aflojado la represión contra los consumidores, en España una nueva generación de jóvenes está aprendiendo a desconfiar de la policía y a usar la imaginación para poner en práctica la única solución posible ante esta absurda persecución: desarrollar mejores métodos para esconder y camuflar las chinas y las bolsitas de drogas en el cuerpo y entre las pertenencias personales.