Las drogas de la guerra
Ebrios de odio y sangre, y de tantas otras cosas
En la batalla, lo extraño es que la soldadesca no se desapegue de la droga más adictiva de todas, la vida, quitándosela. Para impedirlo, las intendencias han hecho uso desde antiguo de todo tipo de sustancias embriagantes con tal de pervertir la realidad.
En la batalla, lo extraño es que la soldadesca no se desapegue de la droga más adictiva de todas, la vida, quitándosela. Para impedirlo, las intendencias han hecho uso desde antiguo de todo tipo de sustancias embriagantes con tal de pervertir la realidad. Repasamos los botiquines de la barbarie con una relación de las drogas que han desempeñado un papel destacado en la historia de la autodestrucción humana.
Cannabis y derivados
Los hititas, en el siglo xviii antes de Cristo, ya danzaban alrededor de una hoguera de cáñamo para henchir sus pulmones de efluvios previa entrada en combate. Pero cuando lo descubrieron las tropas francesas en los cafetines locales durante la desastrosa campaña napoleónica en Egipto y Siria, 1798-1801, Bonaparte tuvo que prohibir su consumo, bebido o inhalado: a sus hombres, por el contrario, les apagaba el ardor guerrero. Esa invasora expedición también contó con la presencia de un equipo científico, que se llevó de vuelta a Francia muestras cannabinaceas, publicando un informe en 1809 que introduciría en Europa su consumo médico y recreativo. Más documentado ha quedado el papel de esa sustancia en otra campaña africana, la de España en su protectorado marroquí, especialmente a partir de la guerra del Rif, 1920-1927; aunque cabe pensar que las fuerzas allí acuarteladas desde 1912 habían tenido tiempo de sobra para entrar en contacto con grifa, kif, rama y demás variantes cannábicas. Su exclusiva, indígenas aparte, se la arrogarían los tercios de la Legión, de cuyo léxico emanaban términos como porro o camello. Algunos estudiosos han apuntado la posibilidad de que Franco fumara kif durante su periodo africanista, pues constituía un rito iniciático para los militares destinados en Marruecos, pero revisten más certidumbre hechos como que parte de la soldada de los bereberes aliados de España se pagara en especies, o que Millán-Astray fomentara el consumo de grifa en los cuarteles legionarios, a semejanza de D’Annunzio en el estado libre de Fiume con todo tipo de ebriedades. Durante la guerra incivil, legionarios y rifeños, las tropas moras, a las que se seguía remunerando parcialmente con grifa y kif –cuyo abastecimiento regular en la Península fue logística prioritaria del Alto Mando, ya que como indicaba Juan Carlos Usó: “Algún testigo llegaría a señalar que el cannabis fue la ‘mayor motivación espiritual’ que impulsó al Glorioso Alzamiento Nacional, ‘al menos en las trincheras”–, sembraban en España un hábito que en las décadas de los cuarenta y cincuenta se extendía entre el lumpen y la canaille de baja y alta alcurnia. Barata y abundante en Oriente, tolerada por la oficialidad, la yerba también sería la droga suprema entre el cincuenta por ciento de las filas estadounidenses durante los primeros años de la guerra de Vietnam, paliativo de lontananza y tensión. La propagación mediática en Estados Unidos de esa tendencia, motivaba en 1968 una efectiva campaña de la US Army para reprimir su consumo. Consecuencia de ello, un millar de soldados eran arrestados a la semana por posesión de yerba, y gran parte de la soldadesca pasaba a fumar heroína.
Fármacos con prescripción
Aunque a la opinión pública estadounidense se le hiciera creer que el cannabis era la droga de cabecera de las tropas destacadas en Iraq entre el 2003 y el 2011, la sustancia base de aquella guerra sería el Artane, nombre comercial del trihexifenidilo, indicado para tratar el párkinson. Su consumo se dobló en los tres primeros años del conflicto, triplicándose a partir del 2005, no ya solo entre los americanos sino en el treinta por ciento de las filas policiales y tropas iraquíes. De sus muchos efectos secundarios, el euforizante es el que explica su masiva prescripción y consumo en busca del coraje necesario para entrar en combate y/o someter a la población civil.
Heroína
Hizo saltar la alarma la visita de dos congresistas al frente del conflicto vietnamita, 1955-1975. Allí comprobaban que, en 1971, entre un quince y un veinte por ciento de las tropas americanas consumía heroína. Un soldado en Vietnam tenía más posibilidades de volverse adicto al caballo que de caer en combate, concluyeron. Los mismos mecanismos adoptados anteriormente para cercenar el uso de cannabis se ponían en práctica con objeto de determinar el grado de adicción de los soldados antes de ser licenciados y regresar al hogar, lo cual no era autorizado hasta que probaban haberse desintoxicado. No impedía eso que un pequeño porcentaje recayera en el hábito tras reincorporarse a la vida civil, ni que un total de cuarenta mil veteranos de los que fueron repatriados al finalizar esa guerra se llevaran consigo de vuelta la dependencia del opiáceo.
El problema reaparecía en el escenario de Afganistán, guerra en activo desde el 2001 hasta el presente. Según un estudio estadounidense, los talibanes, que habían prohibido el consumo de heroína pero traficaban con ella dentro y fuera de ese país, no solo se financiaban en base a su comercio, sino que pretendían introducirla primero entre las tropas americanas, extendiéndola luego a Estados Unidos para minar a su sociedad.
Brown Brown
Explosivo polvo resultante de la mezcla de cocaína y pólvora, el brown brown, combinado con el visionado de películas educativas como Rambo, fue el principal combustible utilizado para propulsar a las levas de niños soldados durante la guerra civil de Sierra Leona, 1991-2002. Podía mantener despierto a un combatiente durante semanas, amplificando los instintos homicidas preceptivamente sembrados en aquellos jenízaros africanos. A los que se negaban a inhalarla les practicaban con un machete cortes en las sienes, espolvoreando las incisiones con brown brown y cubriendo el emplasto con cinta adhesiva.
Morfina
Durante la guerra de secesión americana, 1861-1865, la morfina o “droga maravillosa”, descubierta no hacía mucho, manó a raudales. Diez millones de dosis se calculan, administradas en los hospitales de campaña a cientos de miles de heridos, ya fuera como anestesiante en las amputaciones, para calmar el dolor o con objeto de combatir diarrea y disentería, las más comunes de las afecciones en ambos bandos, unionista y confederado. Finalizada la contienda, muchos de aquellos infortunados hombres continuaron haciendo uso del opiáceo, bien para atenuar dolores crónicos, aliviar el recuerdo de la barbarie por la que habían pasado o simplemente por placer. Medio millón de excombatientes arrastraban así una adicción, la llamada “enfermedad del soldado”, que sería preludio de la heroína en Vietnam y desencadenante de un hábito generacional que a finales del siglo xviii afectaba a un millón de individuos.
Tabaco y Café
En los años veinte, Edward L. Bernays, experto psicoeconómico y padre de las relaciones públicas, lanzaba una campaña por encargo del lobby tabaquero para persuadir a las mujeres de que fumar les proporcionaría un mayor empoderamiento. Con anterioridad a esa macrorreforma social, la misma industria llegaba a un acuerdo con el ejército americano para suministrar cigarrillos a las tropas destinadas en Europa durante la primera guerra mundial, 1914-1918, que los recibían gratis junto a las raciones alimenticias. Fumar calmaba los nervios y aligeraba los rigores bélicos, eran los argumentos tras los que a partir de 1917 se justificaba el reparto diario de catorce millones de cigarrillos. Esa reproducción asistida de una nueva generación de adictos al tabaco también tenía como objeto reemplazar a la morfina, clasificada ya como sustancia controlada. La guerra de trincheras causaba una gran variedad de patologías físicas y psíquicas, y el tabaco era un medio mucho más barato y seguro de paliar sus efectos. Combinados con café, los cigarrillos disipaban el hambre, sedaban los nervios y aportaban una sensación de cotidianeidad a la barbarie; también permitía esa dieta de nicotina y cafeína a la industria ensayar nuevas presentaciones premanufacturadas, y nuevas fórmulas de consumo, es decir, el café instantáneo, del que el ejército americano llegó a consumir diecisiete toneladas, y los cigarrillos liados. Ambos productos serían las drogas (legales) imperantes en el mercado americano durante buena parte del siglo xx, beneficiándose singularmente aquellas marcas, el café Washington y los cigarrillos Camel y Lucky, con las que el ejército había suscrito contratos durante la contienda.
Hongos
En la imperialista contienda que en 1879 enfrentó a británicos y zulúes en Sudáfrica, pese a la desventaja tecnológica en materia armamentística, los indígenas lograron alguna que otra importante victoria sobre las mesnadas de su majestad. Aparte, lógicamente, de defender su territorio y modo de vida de aquella expansiva codicia, las mayores motivaciones de los guerreros nativos serían: a) un virulento rapé cargado de THC que, dispensado por el hechicero de la tribu, estimulaba una sensación de alucinoide invencibilidad; b) un alcaloide extraído de la planta bulbosa Boophone disticha que reforzaba la alucinación y actuaba también como analgésico; c) un hongo psiquedélico cuya toxina, muscimol, amplificaba las percepciones sensoriales.
Anfetamina
Con propósitos condicionantes, durante la segunda gran guerra, 1941-1945, americanos, británicos, alemanes y japoneses fueron ingentemente atiborrados de anfetamina para vencer el cansancio o, caso de los tanquistas de la división Panzer o los pilotos kamikazes, elevar el tono de su beligerancia. Según documentación de la época, los estadounidenses distribuyeron doscientos millones de tabletas; los británicos, setenta y dos millones. En cuanto al bando germano, se dice, solo Hitler ya gastaba ocho inyecciones diarias de metanfetamina.
Opio
La primera “war on drugs” se declaraba en nombre del opio, si bien el año 1000 en la India era dispensado extracto de amapola a los guerreros para incrementar su coraje. La primera de las llamadas guerras del opio, 1839-1842, enfrentaba a británicos y chinos por el control de dicho mercado, cuyo consumo en el país asiático, incluido su ejército, adquiría dimensiones de pandemia. Plaga abastecida en parte por masivas importaciones británicas, vitales para la economía de Inglaterra, con las que China quería acabar. Puesto que el noventa por ciento de sus tropas se encontraban bajo los efectos del opio o desertaban en su busca, mientras estas se dedicaban a cazar el dragón los británicos ganaban esa guerra sin demasiadas dificultades. Se repetía ese resultado en la segunda guerra del opio, 1856-1860, y Japón tomaba nota de ello. Con anterioridad a la segunda guerra mundial, cuando el país del Sol Naciente invadía Manchuria en 1931, los japoneses distribuían opio, heroína y cocaína por el litoral chino con un doble propósito. Uno,disminuir la efectividad del ejército chino, y dos, financiar la maquinaria bélica nipona con los trescientos millones de dólares anuales que obtenían del comercio de dichas sustancias. En forma de láudano, el opio también era ávidamente consumido en la guerra de secesión estadounidense.
Alcohol
Baco fue la deidad más adorada por las legiones romanas. El vino infundía valor a los soldados, y estos debían ingerir al menos un litro al día. Para evitar problemas de transporte, plantaron vides en todos los territorios conquistados. Durante las guerras napoleónicas, 1803-1815, el vino sería especialmente popular entre marinería e infantería británicas, contingentes que prácticamente combatían siempre borrachos. Whisky, jerez y brandy constituían parte esencial de los botiquines de los regimientos durante la guerra de secesión americana. Otra guerra civil, la española, hacía del vino compañero insustituible en las trincheras, y más de una vez se ha escrito que sin su calor difícilmente ninguno de los dos bandos habría insistido tano en hacer prosperar la contienda. El consumo de alcohol de las tropas americanas durante la primera gran guerra se duplicaba en la segunda. La cerveza corría abundante en las bases, pero el whisky, que formaba parte de las raciones de los oficiales, se bebía a diario, ya desde el desayuno, causando numerosos casos de alcoholismo una vez concluida la carnicería, que degeneraban en una devastadora pandemia de dimensiones sociales. En la guerra de Irak el alcohol estaba prohibido, pero no eran pocos los soldados que lo recibían de contrabando, en botellas de champú remitidas por sus esposas; los que no podían hacerse con ese suministro, sustituían el alcohol por nicotina líquida. La combinación de alcohol, codeína y analgésicos sería responsable de violaciones y asesinatos cometidos por soldados estadounidenses contra la población civil.
Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, siglas del inglés United Nations Office on Drugs and Crime), Siria es un enclave estratégico para la entrada en los países del golfo Pérsico de drogas procedentes de Europa y países como Turquía y Líbano. Esto, sin duda, está teniendo un importante papel en el conflicto sirio, durante el que esa república árabe se ha convertido en el principal productor de un estimulante parecido a la anfetamina, el Captagon, de uso común entre combatientes de ambos bandos y cuyo principal exportador es Líbano. Captagon o Biocapton es el apelativo comercial de dicho ATS (amphetamine-type stimulant), el Clorhidrato de fenetilina, de uso común entre las décadas de los sesenta y los ochenta para tratar trastornos por déficit de atención, hiperactividad, narcolepsia y depresión.
Extremadamente adictivo, terminó por ser retirado del mercado. Potenciador de energía y productividad, supresor del apetito, proporciona euforia y seguridad, efectos que permanecen de diez a doce horas. El Estado Islámico es actualmente uno de sus principales productores, empleando el Captagon tanto para condicionar a sus tropas, y las atrocidades que llevan a cabo, como para financiar el conflicto. A un precio de entre 5 y 20 dólares la caja de comprimidos, su uso recreativo es especialmente popular entre la juventud acomodada de Arabia Saudí, pero también en los campos libaneses de refugiados y en la población civil siria.
Los lazos entre sustancias psicoactivas y planificación bélica son una constante en la historia a partir de las guerras del opio, primera maniobra sociopolítica organizada en la que unas son vinculadas a la otra. Sería ese conflicto el prototipo de un nuevo modelo de tráfico de sustancias como fuente de financiación militar en el marco de la expansión imperialista, también en calidad de arma mediante la que socavar y conquistar poblaciones bajo el peso de la adicción. El mismo patrón empleaba Francia en la colonización de Indochina, Holanda en la de Indonesia, etc. Y viceversa, pues el Frente Nacional de Liberación de Vietnam, Vietcong para los enemigos, sustentaría su resistencia comerciando con opio.
A raíz de ese conflicto, el Triángulo de Oro, formado por Vietnam, Laos y Myanmar, se convertía en un inmenso campo de cultivo cuyo rendimiento nutría económicamente tanto a la causa comunista como a la anticomunista. Durante la guerra de Vietnam, drogas como la heroína, el opio y el cannabis se ponían al abasto de las fuerzas invasoras con propósitos desestabilizadores, ni que fuera como paliativas de aquel horror cuyo rostro embelesaba al coronel Kurtz. El hecho de que esas sustancias fueran a su vez popularizadas en Estados Unidos como símbolos contraculturales y pacifistas, significando esa doble identidad los devastadores efectos a largo plazo que una guerra puede revertir en el conjunto de las sociedades, desataba a su vez otro conflicto que sigue cobrándose miles de vidas, el de la war on drugs nixoniana.