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San Canuto, patrón del amor

Esta mañana me levanté y pasé por el baño evitando el espejo como si residiera en él mi peor enemigo con una bazuca encima del hombro. Me peiné mirando a la pared notando que hasta el pelo y los dedos procedían de un campo de batalla fustigado por la descomposición de la carne y el viento invernal.

Esta mañana me levanté y pasé por el baño evitando el espejo como si residiera en él mi peor enemigo con una bazuca encima del hombro. Me peiné mirando a la pared notando que hasta el pelo y los dedos procedían de un campo de batalla fustigado por la descomposición de la carne y el viento invernal.

Del amor propio

Esta mañana me levanté y pasé por el baño evitando el espejo como si residiera en él mi peor enemigo con una bazuca encima del hombro. Me peiné mirando a la pared notando que hasta el pelo y los dedos procedían de un campo de batalla fustigado por la descomposición de la carne y el viento invernal. Inapetente, esquivé también esta cocina a la que regreso ahora muerta de risa con un lazo en la coleta alta y un agujero en el estómago que si no aplaco pronto me va a devorar a mí misma con un sagaz rugido leonado. Hace media hora que me encomendé a San Canuto con un porro matutino y deseo agradecerle la iluminación con una ofrenda. Por el camino he plantado un beso en cada ser vivo que he encontrado, incluyendo mi reflejo contra la ventana del salón y la lana del jersey tejido por mi abuela hace cuarenta años que de repente se me antoja más mullido que nunca.

El homenaje va a consistir en un bocata de salami con queso. Y bueno, ya que estoy aquí, me lo voy a comer yo.

Del amor al prójimo

Perdóname la desidia porque en lo que iba de día no había podido pararme a reconocer en tu rostro todo lo que más me conmueve. En tu rostro, en tu voz, en tu cabellera oscura, tus movimientos y tus manos. Te acercaste a mí y la irritación de la costumbre y el yugo de los quehaceres hicieron que ignorase la limpia naturaleza de tu voluntad. No presté atención al valor de esa proximidad y ahora vuelvo, bendecida por la planta que tú mismo sembraste en nuestro jardín, para tratar de rescatarte del agujero al que te empujó mi propio desprecio. Agárrate a la vaporosa cuerda que te ofrezco y trepa conmigo hasta la colina en la que seguimos siendo unos niños tersos y chalados deseando merendar.

No me guardes rencor. Mira, al final he preparado bocatas para todos. El tuyo lleva lechuga y mayonesa.

Del amor esencial

No soy capaz de enterarme de lo que se dice a mi alrededor. Me interesa el tema pero se me olvida todo el tiempo cuál es y me pierdo en detalles que se abren como brechas en el espacio. Ningún fenómeno externo puede competir con la experiencia de mi propio interés, de mi propio existir de una manera determinada. ¿De dónde procede ese interés? Creo que viene de un hogar muy profundo. De ahí emanan las cosas que me dan forma. Se ha abierto una conexión directa con ese lugar que me absorbe como una autopista submarina. Hay que atravesar una especie de bosque sumergido lleno de misterios, pero al final siempre está el nido cálido que nadie me puede arrebatar. Visitarlo a menudo es conveniente, y a veces el humo me permite derretir esa cerradura mágica. La de mi verdadera casa habitada por mi verdadera familia. Estas galletas de coco van para la gente de dentro que tanto se preocupa por mí.

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