Furor uterino
El problema del feminismo es que ha estipulado una forma correcta de ser mujer, con sus deberes y obligaciones. El macho ha entrado en crisis y ya no sé sabe bien lo que significa ser un hombre, pero ser mujer hoy está muy claro; sobre todo en lo tocante a la relación con el otro sexo.
El problema del feminismo es que ha estipulado una forma correcta de ser mujer, con sus deberes y obligaciones. El macho ha entrado en crisis y ya no sé sabe bien lo que significa ser un hombre, pero ser mujer hoy está muy claro; sobre todo en lo tocante a la relación con el otro sexo. Les digo todo esto, para que entiendan lo que me cuesta escribir sobre las cosas tan poco ejemplares que me pasan. En particular de las cosas que me pasan con Marcelo. ¡Qué manera la mía de perder la dignidad!
Como les conté el mes pasado, Marcelo había tenido un affaire a lo Lewinsky con Violeta Porro (para los que no se acuerden de la presidencia de Clinton, bastará decir que la guarra esa se la chupó a mi novio), y yo no sabía si echarlo de mi casa o castigarlo de alguna forma. Llevamos poco tiempo juntos y dejar que te la vaya chupando cualquiera no es el ideal de lo que yo entiendo por una relación amorosa. Me parece zafio y sucio, y me llena de inseguridad. ¿Y si Marcelo, incipiente cannabicultor que no tiene dónde caerse muerto, solo me quiere por mi beca, por la seguridad económica que supone estar conmigo, por la casa pagada y la nevera surtida que le garantiza estar con una becaria como yo?
Este mes ha sido para mí un infierno de dudas y agitación mental. Apenas he podido avanzar en mi tesis sobre el punto y coma en el siglo XVIII. Me sentaba a escribir y mi mente, espoleada por mi corazón herido, se ponía a imaginar lo peor. ¡Cómo lamento que solo se la hubiese chupado! ¡Cuánto me habría gustado que se la hubiese metido de una vez! El problema está en que Violeta Porro es presidenta de una asociación de usuarias de cannabis y Marcelo en breve volverá a verla para venderle la cosecha que acaba de recoger. Y yo no paro de imaginarme el paso siguiente, del chupa-chupa al mete-saca. Solo de escribirlo me duele. Cierro los ojos y me los imagino follando. Y a ella, en la intimidad de mi cabeza, la llamo Violona, y a veces me imagino agarrándola de los pelos y arrastrándola por una cuneta llena de grava.
Ya sé que ella no tiene culpa de nada, que el desleal ha sido Marcelo. Ya sé que estoy reproduciendo el retrógrado papel de mujer subyugada en competencia con otras mujeres por el favor del macho. Ya lo sé. Pero saberlo no me impide actuar indignamente. Porque no solo son especulaciones mentales, también está el furor uterino, las ansias locas de aprisionar el pene de Marcelo con mi vulva y no dejarlo escapar.
Así es como hemos pasado de follar una vez a la semana a hacerlo hasta tres veces en un día. Agotado lo tengo; más delgado que nunca y durmiendo dos siestas al día. Yo en cambio me encuentro como poseída. No sé si en esta fiebre sexual interviene el olor a marihuana que hay en la casa, pues el cultivo de interior que Marcelo montó en mi estudio ya ha dado su primera cosecha y ahora se están secando las ramas en un tendedero en el salón. Furor uterino, esa es mi dolencia. Y espero que se me pase, sí, pero no sé cómo.
Menos mal que mi nombre es un pseudónimo, si no, estoy segura de que por algo tan humillante con el género femenino como lo que hoy les he contado, más de una feminista de nuevo cuño me apedrearía públicamente o me lincharía virtualmente. En fin, una de las cargas de ser mujer y escribir en primera persona es la obligación de ser ejemplar, o aparentarlo al menos. Y yo soy demasiado yo y ya estoy harta de pedir perdón por todo. ¡Qué ganas tengo de irme de vacaciones y olvidarme de Marcelo, de la Violona y de mí misma!