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Las historias tienen siempre un final. O al menos un cambio de título. Cuando esta revista me invitó a contar mis aventuras con el que entonces era mi novio, un fumeta de manual, yo no sabía que iba a durar tanto en esta última página. Tampoco podía saber que pasaría de ser una novia quejosa por los ceniceros atestados de chustas de porros de Marcelo, a la jefa de una exitosa empresa clandestina de reparto de marihuana a domicilio en Lavapiés. No sabía que yo misma me aficionaría a la hierba ni que Marcelo se quitaría de en medio, dejando inútil el título de esta sección. Hace un año que Marcelo se fue al Amazonas y no hemos vuelto a saber de él. Y a mí me pesa ya mucho el título genérico de “Mi vida con un fumeta”. 

Las historias tienen siempre un final. O al menos un cambio de título. Cuando esta revista me invitó a contar mis aventuras con el que entonces era mi novio, un fumeta de manual, yo no sabía que iba a durar tanto en esta última página. Tampoco podía saber que pasaría de ser una novia quejosa por los ceniceros atestados de chustas de porros de Marcelo, a la jefa de una exitosa empresa clandestina de reparto de marihuana a domicilio en Lavapiés. No sabía que yo misma me aficionaría a la hierba ni que Marcelo se quitaría de en medio, dejando inútil el título de esta sección. Hace un año que Marcelo se fue al Amazonas y no hemos vuelto a saber de él. Y a mí me pesa ya mucho el título genérico de “Mi vida con un fumeta”. 


Ha llegado el verano y de nuevo no he pensado en las vacaciones. Unas vacaciones de mí misma, eso necesito. Los que vivimos en Madrid siempre estamos pensando en irnos. Aunque sé que llevábamos varios meses separados cuando se fue, he seguido para mis adentros culpando a Marcelo de haberme abandonado, de haberse ido sin mí. Y ha pasado un año. Esta mañana me he despertado con la decisión de cambiar de título a esta sección. No digo que no tuviera sentido al principio, como burla en Cáñamo de los estereotipos del porrero que Marcelo representaba. “La lucha contra la estigmatización –me dijo el director cuando me contrató– nos obliga a reírnos de nosotros mismos”, y así comencé burlándome del fumeta que vivía conmigo. El problema es que yo misma crucé el espejo, empecé a vaporizar hierba a diario y me convertí en traficante, y desde hace un año estoy sola, distraída con unos y con otras, pero sola.

Mi último rollito, el tipo que me ligué en el picnic y que yo pensaba me aliviaría los picores veraniegos, resulta que está casado y que su mujer se acaba de quedar embarazada. Pasas la frontera de los treinta y la gente se pone a procrear. Para colmo el tipo se llama Palomo y le dicen Palo. Ayer, la Trini y yo nos reíamos de la casualidad de que un tipo llamado Palo me hubiera dado un palo. Una profecía autocumplida. Tres veces nos acostamos y a la segunda ya me dijo que estaba casado; lo que para mí es un detalle accesorio. La gente se casa y también se separa, y a mí me gustaba eso de que no se quedara a dormir, que me follara y enseguida se fuera. Además, la culpa de estar siendo infiel convertía a Palo en un amante muy intenso, medio atormentado y lleno de suspiros, viviendo la historia como manda el bolero, “como si fuera esta noche la última vez”.

La cuarta ocasión en que nos vimos fue anteayer. Venía con ojeras y me confesó que había dejado preñada a su mujer, y que tenía que “poner toda su energía en el nido”. Yo le dejé hablar –aguantando por dentro las ganas de reír ante tanta cursilería de polluelos– y, cuando terminó, le dije que no me importaba pero que, en fin, ya que había venido me parecía una descortesía que se marchara sin metérmela. Me abalancé sobre él diciéndole barbaridades, pero se me escapó. ¡Qué humillación! Salió corriendo, literalmente.

Por todo esto hace un rato me levanté de la cama con la decisión de cambiar de título a esta sección y llamarla “Mi vida a solas”. Un acto que iría acompañado de una transformación vital: dejar de pensar mi existencia en relación a los hombres. ¿De qué me habían servido tantos años de lucha feminista? ¿Es que no era capaz de pensar en mí misma como un ser autónomo? Cambiaría el título de esta sección y también el contenido. Ya estaba bien de mostrar sin pudor el culebrón de mi día a día. Empezaría a escribir sobre cosas importantes, como, no sé, la legalización de las drogas o la España plurinacional.

En esas estaba cuando sonó el timbre de la casa y, al abrir, me encontré con un ser enmascarado con dos billetes de avión en la mano: “Haz la maleta –me dijo–, que nos vamos de excursión”. 
Era Marcelo, sí.
 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #247

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