Unas tórridas vacaciones por la España perdida
Hemos llegado a Pedregal del Llano. La gente que cree que todo el campo es bonito debería pasar por aquí. Pedro, nuestro anfitrión y antiguo amante de la Trini, recibió en herencia hace tres años una finca de secano con un caserón en ruinas que acaba de rehabilitar. La casa en sí está de ensueño, pero miras al horizonte en cualquier dirección y sientes como si la nada te empujase al vacío.
Hemos llegado a Pedregal del Llano. La gente que cree que todo el campo es bonito debería pasar por aquí. Pedro, nuestro anfitrión y antiguo amante de la Trini, recibió en herencia hace tres años una finca de secano con un caserón en ruinas que acaba de rehabilitar. La casa en sí está de ensueño, pero miras al horizonte en cualquier dirección y sientes como si la nada te empujase al vacío.
Pedro vive solo con su perro y se ve, por lo mucho que habla, que lleva tiempo sin tratar con seres humanos. “El silencio es el origen del universo y hay que respetarlo”, ha dicho esta tarde después de dos horas sin parar de hablar. Tengo la teoría de que aquellos que hablan de la importancia del silencio son siempre unos charlatanes. Pedro es un porrero discursivo como Marcelo, pero aislado y en versión neorrural. Me acaba de conocer y ya me quiere convencer de que me vaya al campo a vivir. Que la ciudad me está matando: “Las ciudades no están hechas para vivir. La falta de espacio y tiempo obliga a los seres humanos a caer en los ansiolíticos y en drogas alienantes”, me dice con un porro de su propia marihuana humeando en su mano. Yo no he fumado, pero la Trini, sí; y ha tosido, un punto asqueada, cuando Pedro nos ha dicho con gran solemnidad que nutría sus plantas con su propia orina. Aunque con la Trini, nunca se sabe, lo que nos pueda dar asco al común de las mortales a ella le puede encantar. Ha salido Pedro un momento a darle de comer al perro y Trini me ha soltado:
–En menos de una hora, en la siesta, le voy a pedir que me castigue duro con sus manos de labrador de la Mancha.
–Seguro que se las mea para que no se le agrieten –le he dicho tratando en vano de quitarle la idea.
Por lo que se oyó al rato, se ve que Pedro le ha dado lo que quería. La Trini cuando folla grita como un cochino. He tenido que andar mucho para dejar de oírla. Tras media hora sin cruzarme con nadie me he subido a una roca y he pensado que llevaba horas pensando sin parar. Horas por no decir meses sin dejar de pensar tonterías. Un runrún constante. Me he tumbado en la roca caliente a ver las nubes pasar. El perro de Pedro me acompañaba y se ha tumbado a mi lado. Supongo que la experiencia de la amplitud campestre consiste en esto, en dejar que el espacio entre en ti. El ruido interno sigue, pero pierde volumen en campo abierto. Supongo que cuando hablan de la necesidad de desconectar se refieren a esta manera de bajar la intensidad del pensamiento.
Por la noche la Trini me ha preguntado si me he acordado mucho de Marcelo. Le he dicho que no y le he contado mi momento bucólico mientras ella estaba follando.
Día 2
Trini se ha pasado toda la noche con Pedro dale que te pego. Dudo que en diez kilómetros a la redonda alguien haya podido dormir. Los orgasmos de la Trini se sucedían con una intermitencia pasmosa. Cuando compartíamos piso no recuerdo que fuera así, ya era escandalosa, pero es que esto es sobrenatural. Este mediodía le he preguntado cómo es posible estar toda la noche y parte de la mañana sin parar de follar, que si Pedro tomaba Viagra y ella burundanga. “Nada de eso –me ha respondido con la mirada encendida–. Zanahorias de su huerto; se ayuda con zanahorias que son del tamaño de calabacines”. No he querido seguir preguntando.
Día 3
Llevo tres días paseando con el perro de Pedro, un chucho que me recuerda por su discreción y tranquilidad a mi padre. Aunque está parece que no está. Es un perro que, sin dejar de ser amable, no necesita que lo acaricien. Llevo tres días con él y hoy he caído que no sabía su nombre. Se lo he preguntado a Pedro y para mi sorpresa le ha puesto su nombre al perro, quiero decir que el perro de Pedro se llama Pedro. ¿Se puede confiar en alguien que ha bautizado a su perro con su propio nombre? Me he quedado estupefacta. Luego he seguido llamando al perro como venía llamándolo: perro. Parece que no le importa; y es muy obediente.
Día 6. Pinar del Frío
Los hombres nunca se hacen a la idea de que una deja de quererlos. De pequeños, los niños encuentran en su madre un amor incondicional. Y así como una madre nunca deja de querer a su hijo, el hijo cuando crece se relaciona con las mujeres bajo la confianza de que nunca van a dejar de amarlo. Alberto es así. Como además es guapo, estilo jugador de rugby, y listo –que no inteligente–, la vida no lo ha desengañado todavía. Hace ocho años estuvimos juntos dos o tres noches, en un viaje a Granada organizado por la universidad, y ya piensa que mi atracción hacia él continúa intacta.
Día 7
Hace dos días que llegamos a casa del abuelo de Alberto en Pinar del Frío. De Pedregal salimos huyendo, Pedro a mí no me daba buen rollo y se ve que la Trini se cansó de sus extraordinarias dotes sexuales y su diestro uso de las zanahorias ecológicas. Me tocaba elegir destino y Alberto quedaba a dos horas de coche. Hacía ocho años que no nos veíamos, y desde que me había localizado en Facebook no paraba de invitarme a la casa de su abuelo Nicolás. Este pueblo es bonito y tiene hasta un pantano donde alquilan barcas a pedales. Esta mañana nos hemos ido los cuatro, incluido el abuelo, a pasar el día en la playa del pantano. Estaba llena de gente, pero no tanto como una piscina municipal en Madrid.
Trini se ha quedado hablando con el abuelo Nicolás sobre la guerra civil en Pinar del Frío, y Alberto y yo hemos alquilado una barca a pedales.
El caso es que hemos llegado a un pequeño islote sin gente y allí, debajo de un pino, hemos extendido una toalla sobre la que nos hemos echado a descansar. Yo tenía las piernas que me temblaban de haber estado pedaleando al ritmo acelerado que marcaba Alberto. Muy motivado, al verme derrengada, se ha ofrecido a darme un masaje de pies y piernas. Se ve que en los pueblos ven mucha pornografía, o al menos ven tanta como en las ciudades. Como en una peli guarra, Alberto ha comenzado a subir por mis piernas animado por mi piel deslizante de leche solar. Cuando me he querido dar cuenta me estaba metiendo un dedo en el coño y cuando he intentado reaccionar me estaba metiendo otro en el culo y lamiéndome el clítoris con fruición. Cuando he querido parar me he encontrado con su polla dentro. Una polla más grande que la de Marcelo, o al menos más gorda. Al principio creía que no, pero al final me ha gustado. Hubiera sido perfecto si no llega a ser por las agujas de los pinos que se me han clavado en la espalda y en las rodillas, y por la falta de agua para beber.
Qué sed. Al llegar a la orilla nos hemos bebido una botella de litro y medio cada uno. Luego Nicolás nos ha contado que en una de esas islas en medio del pantano estuvo escondido durante la toma del pueblo por parte de la Guardia Mora de Franco. Eso nos ha contado, aunque luego Alberto me ha dicho que era mentira, que en la guerra civil aquello era un bosque, que el pantano lo hizo Franco veinte años después, a principios de los sesenta.
Día 9
Hoy hemos vuelto a nuestra isla: con dos toallas más gruesas que la de ayer, una botella de agua, media sandía y un vaporizador de marihuana al que le he dado cuatro caladas que me han sentado demasiado bien. Esta vez hemos follado al sol. Primero hemos dejado que el sol nos torrara un poco la entrepierna y luego le he pedido que me la metiera directamente, sin preliminares. Todavía tengo la sensación de su polla caliente del sol ensartándome como a un pinchito moruno. Me he corrido como una perra, creo que con sensaciones amplificadas por el efecto del vapor cannábico. Alberto no ha tenido que insistir mucho para que le dejara correrse en mis tetas. Después nos hemos comido la sandía.
Día 12
Si en un pueblo de la España perdida escuchas a alguien decir neorrural es que no es de pueblo. A los de ciudad, por muy disfrazados que vayan se les nota enseguida.¡
Día 13
No es porque haya votado a Ciudadanos por lo que Alberto me parece un blandito. Pienso en sus cosas buenas: es detallista y atento como amante, un hombre práctico en el día a día que lo mismo arregla un enchufe, que te hace de comer una paella riquísima. Tampoco parece enfadarse nunca. En cierto sentido es el hombre ideal. Sin embargo, no sé si es porque no tiene una conversación interesante, porque resulta previsible o por sus pantalones cortos blancos, pero me aburre. No me gustan nada sus abdominales marcados.
Día 14
Si la madre es el modelo femenino que orienta las relaciones de los hombres con las mujeres, el padre marca las relaciones que las mujeres tienen con el otro sexo. El amor de una madre es incondicional, pero el de un padre es condicional, es un amor con condiciones (si no apruebas no te quiero, si eres yonqui te echo de casa, etc.). Así que las mujeres siempre estamos intentando ganarnos el amor de los hombres, mientras los hombres, una vez que te conquistan, ya piensan que eres suya para siempre. Le he comentado esta teoría de garrafón psicoanalítico a la Trini y se ha reído en mi cara. Me ha dicho que deliro, que porque esté colgada del “apamplado” de Marcelo, no significa que a todas las mujeres nos enganchen más los hombres despegados que los que se entregan.
Día 15. Hinojosa
El poliamor ha llegado también a los pueblos de la España perdida. Hemos llegado a la comunidad de Miriam, una amiga correctora con la que coincidí en la selección de manuscritos para un conocido premio literario. El premio estaba dado de antemano, era en realidad una estrategia comercial de una gran editorial; pero cada año llegaban más paquetes con novelas de escritores aficionados. La editorial cumplía con el compromiso que aparecía en las bases de leer todas las novelas que se presentaran. Y para eso nos contrataron durante dos semanas a cuatro lectoras, para leernos los manuscritos y hacer de cada título un informe de lectura, que probablemente nadie leería jamás. Los manuscritos estaban en dos habitaciones sin ventanas de las oficinas centrales, y el trabajo teníamos que hacerlo allí. Nos pagaban cincuenta euros por informe, una miseria si hacías bien el trabajo, pero una bicoca si lo hacías rápido, para cumplir el expediente y poco más. El caso es que en cuanto nos dejaron solas, Miriam y yo empezamos a escribir juntas los informes: cogíamos un manuscrito, nos leíamos la primera página, la número cien y la última, y entre las dos rellenábamos el formulario contestando lo que se nos ocurría. Lo que más disfrutábamos eran en el resumen del argumento y en definir el público al que estaba destinado el título. Pasamos de hacer cada una por su lado dos informes al día, a completar catorce las dos juntas, trescientos cincuenta euros por cabeza. El curro mejor pagado que he tenido en mi vida; casi cuatro mil euros me saqué por dos semanas de diversión. Un dineral que la editorial nos pagó religiosamente, sin decir ni pío, porque poco le importaba la suerte de aquellos manuscritos que no habían llegado avalados por nadie.
En aquella experiencia laboral Miriam y yo nos hicimos muy amigas. Miriam era o quería ser escritora. De hecho, llegó a publicar un libro ligeramente autobiográfico y muy crítico que se llamó Diario de una gorda en Madrid. No tuvo mucho éxito y siguió viviendo como correctora en la capital, hasta que las editoriales bajaron las tarifas y no le daba ni para pagar el alquiler. Hace tres años se vino a la sierra de Huelva y hace dos que vive en esta comunidad de urbanitas ruralizados que practican la macrobiótica, el yoga y el poliamor.
Son once y Gertru, una de las siete chicas, que está embarazada de uno de los cuatro hombres. En realidad, uno de los tres, porque Mariano es gay total. La casa es muy grande y a la Trini y a mí nos han dejado para dormir lo que llaman el chill out, una habitación con el suelo lleno de colchones. “Seguro que aquí es donde montan todas las orgías”, me ha comentado la Trini con entusiasmo. Miriam está delgada, casi diría que flaca, y se la ve muy contenta. Aquí, si una pregunta por quién está con quién, te arriesgas a que te suelten el discurso del poliamor en contra de la pareja, ese invento del romanticismo. Parece broma, pero en la cocina, sobre la chimenea, hay un corazón pintado con un lema en su interior: “La propiedad es el robo”.
Día 16
Dos de los tres hombres heterosexuales y Maru, una gaditana que hace tapices, están muy contentos con la llegada de la Trini. La Trini ya celebra haber estado “por primera vez y a la vez” con dos hombres y una mujer. Dice que es un poco lío, pero que mola.
Día 17
La casa es grande y confortable, y si te da por pensar en el dinero que permite comprar placas solares, colchones de látex, ordenadores portátiles, seitán y tofu, la respuesta está en el olor inconfundible que viene del sótano. Si Marcelo viera la plantación que tiene esta gente, se quedaba aquí a vivir. Domingo, el experto botánico, me lo ha estado enseñando esta mañana. Es como entrar en un platillo volante donde en lugar de marcianos hay plantas de marihuana, como quinientas plantas de medio metro cada una y con unas ramas peludas que parecen de peluche. Para no quedarte deslumbrada con tanta luz te tienes que poner unas gafas de sol.
Por la tarde, Domingo me ha llevado en la moto a coger brevas de las higueras abandonadas del camino. Es moreno y tiene el pelo largo. Yo creo que el pelo corto le quedaría mejor, porque no es muy alto. Hemos cogido seis kilos de brevas y una tarrina de moras negras.
Día 18
Esta gente no solo tiene una plantación industrial. También tienen varias máquinas con las que hacen hachís y toda clase de extractos y tinturas. Y pipas con piedra de titanio y vaporizadores. No les falta un perejil. La Trini, un poco más desbocada que de costumbre, ha fumado BHO en una cachimba y ha tenido que dormir una siesta de tres horas para recuperarse. Yo está visto que no puedo vaporizar yerba. Me pone supercaliente.
Día 21
La Trini se ríe. Dice que lo haga como lo haga siempre acabo en brazos de un porrero. Yo no estoy de acuerdo, aunque me presto al ritual que Domingo me propone como en broma. Desde que anteayer nos acostamos, Domingo viene fingiéndose un enamorado de telenovela. Me trae flores, agarra la guitarra y me canta corridos mejicanos o me recita poemas de Bécquer que aprendió de niño. Domingo es sevillano y tiene gracia, aunque con tanta broma no se sabe muy bien a qué juega. De hecho, el desencadenante de la farsa amorosa vino porque estábamos follando en el chill out y una sombra se deslizó por el cuarto. Al encender la luz y sorprender a Miriam desnudándose me puse a la defensiva. No pasó nada; Miriam dijo que era una broma, que ya sabía ella que a mí solo me gustaban los tíos como un trinquete, y se marchó. Domingo no hizo ningún comentario y siguió a lo suyo. Yo me corrí dos o tres veces y cuando me desperté Miriam y él me trajeron el desayuno a la cama. No hemos comentado nada de lo que pasó, pero las galanterías medio irónicas de Domingo creo que tienen que ver con lo poco poliamorosa que soy.
Día 22
Todo es muy raro. He descubierto que Domingo cuando folla no se corre. Después de mucho preguntarle me ha contado que practica la retención de semen, una antigua práctica oriental para no perder energía: que puede follar durante horas, que se corre pero no eyacula, que solo eyacula en ocasiones especiales.
Día 24
Está claro que Domingo es el gurú de esta comunidad. Y Miriam también. Por algunos comentarios y por cómo se miran he creído que hay algo más entre ellos de lo que tienen cada uno por su lado con otros y con otras. He intentado hablarlo con Miriam, pero se ha reído de mí y me ha llamado antigua. “Te ha servido de muy poco haber estudiado tanto. La Trini es mil veces más moderna que tú”, me ha dicho mientras me daba un abrazo de esos que duran más de la cuenta.
Día 25
Por la mañana, en el desayuno, dije que nos íbamos. La Trini ya había probado todo lo que tenía que probar, hasta se había acostado con Mariano, que parece no ser tan gay como aparenta, y con la Gertru, escarceo que describió como muy delicado y hermoso, escamoteándome todos los detalles concretos, supongo que porque a ella misma también le impactaba haberse acostado con una embarazada de siete meses. Nos íbamos pero insistieron en hacernos una despedida como dios manda. Comimos seitán frito y arroz integral con verduras y tofu y fumamos extractos, y la Trini se tuvo que echar a dormir. Yo me tumbé a su lado en el chill out y todos vinieron a pasar la siesta con nosotras. Aquella era la despedida: trece personas medio desnudas y sudorosas en una habitación llena de colchones a un paso de fundirse en una orgía poliamorosa.
En esas estábamos cuando de pronto sonó la campana de la entrada. Insistentemente. Domingo se puso en guardia y agarró de la cocina un espray de flores que roció por el pasillo desde el hall de la entrada hasta la escalera que baja al sótano, con el fin de disimular el olor a marihuana. La campana seguía sonando. Miriam fue hasta la puerta y preguntó temblando quién era. Y no, no era la policía. Resultó que era Marcelo. “¿Está Clarita? Soy Marcelo, su novio. He venido a buscarla”.