Gendarmes del Centro de Cumplimiento Penitenciario de Temuco, a inicios de noviembre, encontraron dos tomates sospechosos en una encomienda. Al abrirlos, hallaron diez bolsas que contenían 136 gramos de clorhidrato de cocaína, 25 gramos de cannabis y 10 gramos de ketamina. La mujer que intentaba ingresarlos fue detenida y formalizada por infracción a la Ley 20.000, agravada por ocurrir dentro de una unidad penal.
Días más tarde, en el mismo recinto, se detectó otro tomate manipulado que contenía 17 bolsas con cannabis y cuatro con una sustancia blanca por periciar. El alcaide del penal,reconoció en conversación con medios locales que las tácticas de ocultamiento se diversifican y que, en la misma región, ya se habían registrado casos de drogas escondidas en cebollas, ajíes y otros alimentos.
El fenómeno no se limita al camuflaje en paquetes. Desde hace años, otra estrategia se ha vuelto habitual y ha sido bautizada como los "pelotazos" y consiste en lanzar objetos prohibidos al interior del recinto penitenciario. En Valparaíso, Gendarmería ha informado más de un centenar de lanzamientos en poco más de un mes. En la cárcel Santiago 1, Carabineros detuvo a un grupo mientras realizaban los "pelotazos" y recientes investigaciones han desarticulado, tanto como en el norte y sur del país, redes que coordinaban estos envíos mediante sistemas de captura artesanal desde adentro.
Según la gendarmería chilena, cerca del 82% de las personas en régimen cerrado reconoce consumir sustancias psicoactivas y el valor de las drogas puede multiplicarse hasta por siete u ocho dentro del recinto. A estos datos, se suma el informe "Radiografía del control territorial de las cárceles en Chile 2015–2024" del Observatorio de Crimen Organizado de la Universidad Andrés Bello, que registró más de 33 mil incautaciones en la década y un aumento de 1.205% en decomisos de drogas, junto a un alza del 5.100% en denuncias por extorsión.
Lejos de ser espacios aislados, las cárceles chilenas funcionan como nodos en el mercado de drogas, articulando flujos de sustancias, dinero y violencia entre el interior y el exterior. Este panorama se agrava con el hacinamiento carcelario, la escasez de programas de tratamiento y una política de drogas centrada casi exclusivamente en la represión.
Más allá de lo anecdótico, los tomates rellenos y los pelotazos son apenas dos manifestaciones de un sistema que adapta sus vías de circulación frente al encierro y, mientras el Estado insista en una gestión punitiva del consumo, el mercado seguirá encontrando la forma para persistir, inlcuso en los lugares más resguardados.