El Comité de Expertos en Farmacodependencia (ECDD) de la Organización Mundial de la Salud reconoció en el 2017 que el cannabis nunca había sido objeto de un examen oficial por su parte, y, a petición de la comisión de estupefacientes (CND), se encomendó evaluar en una reunión específica tanto la planta como las sustancias que lo componen. Un año después, en junio, concluyó que había datos suficientes para proceder a un examen crítico de la planta y la resina de cannabis.
En su estudio destacaba, al respecto de los riesgos sociales que trae el consumo recreativo, que “no parece haber demasiadas instancias de riesgo en el uso del cannabis”; declarando la marihuana como “una droga relativamente segura”, y señalando que “los riesgos que hemos encontrado, apuntan más bien a efectos secundarios leves como vértigo, confusión, fatiga, insomnio, boca seca” añadiendo además “un efecto negativo sobre el corazón, con presencia de taquicardia moderada, que se reduce si el consumo persiste”. También, por último, apuntaron que “algunos pacientes demostraron daño temporal en su memoria, daño cognitivo leve, y estados alterados de conciencia, con presencia de psicosis, sin embargo, los efectos fueron modestos y reversibles: ninguno requirió hospitalización”.
Respecto al CBD, la conclusión era clara: “El CBD no tiene propiedades psicoactivas y no tiene posibilidades de uso indebido ni de producir dependencia”. En el estudio también se reconocían sus múltiples cualidades terapéuticas, dando la razón, aunque con un retraso de más de veinte años, al movimiento cannábico, así como a los científicos a los que hasta ayer no querían escuchar.
En noviembre la ECDD llevó a cabo una revisión crítica de estas sustancias para determinar el nivel más adecuado de control internacional del cannabis y si la OMS debería recomendar cambios en su nivel de control. Unas recomendaciones que no se dieron cuando todo el mundo las esperaba, en la reunión de la CND de diciembre, precisamente el organismo que toma las decisiones finales sobre las propuestas hechas por la OMS para clasificar, desclasificar o reclasificar una sustancia.
Al final estas recomendaciones a la ONU fueron conocidas a finales de enero y se espera que dé tiempo a presentarlas ante la reunión de la CND este mes de marzo, donde los 53 países miembros que la componen tendrán la oportunidad de votar sobre su aceptación o rechazo.
Son unas recomendaciones que no se ajustan a sus análisis ya que solo pide a la ONU que elimine la marihuana (así como la resina de cannabis) de la Lista IV, la categoría más restrictiva de la convención sobre drogas de 1961, dejando la planta así como el THC y sus isómeros en la lista I, pero eso sí, los preparados farmacéuticos, hechos bajo ciertos criterios, recomienda pasarlos a lista III. También recomienda que los preparados centrados en el CBD que contienen menos del 0,2% de THC no estén bajo control internacional.
En definitiva la planta de marihuana seguirá estando bajo los mismos mecanismos de control por seguir estando fiscalizada. Lo único que es positivo es el reconocimiento del potencial terapéutico del cannabis. Las recomendaciones de la OMS solo beneficiarán a las farmacéuticas ya que sus productos se encontrarán en la lista III.
Los enfermos seguirán sin poderse plantar su medicina, tendrán que ir a la farmacia, y pasar por caja.