El parque urbano más antiguo de Estados Unidos, el Boston Common (1634), donde los bostonianos criaron vacas y ahorcaron brujas y cuáqueros durante un par de siglos, quedó envuelto en un acogedor humo libertario durante el tercer fin de semana de septiembre del 2018, cuando se celebró la XXIX edición del Freedom Rally de MassCann.
La misión de la Coalición para la Reforma del Cannabis de Massachusetts (MassCann), entidad estatal afiliada a la Organización Nacional para la Reforma de las Leyes de la Marihuana (NORML, siglas del nombre en inglés), es “educar al público sobre el potencial del cannabis como recurso ecológico, medicina y sustancia recreativa, y conseguir un consenso para una política pública más moral y racional sobre todos los usos relacionados con la planta”.
La ley y la práctica
MassCann organiza cada septiembre desde 1989 esta actividad, que se ha convertido en la segunda concentración de marihuaneros más importante de Estados Unidos, después del Festival del Cáñamo de Seattle (Seattle Hempfest). Una treintena de bandas de música en dos escenarios y cientos de reconocidos conferenciantes y expositores de interés se presentaban en el parque de Downtown Boston, pero cuando llegué el sábado a media tarde al Common, en el centro más histórico de la ciudad, a mí lo que más me interesaba era si podría comprar algo de yerba para fumar.
La organización del Rally aclaraba en su página web que la ciudad de Boston prohíbe fumar “lo que sea” en sus parques, aunque la tenencia de hasta una onza (28,34 g) de marihuana es legal en Massachusetts. “Por favor, no vengan al Rally buscando comprar o vender marihuana”, insistían. “MassCann se opone a la venta de marihuana en nuestros eventos, y si uno de nosotros ve a alguien vendiendo, lo reportaremos a las autoridades. Aunque no puedes ser arrestado por posesión con menos de una onza, puedes ser arrestado por posesión con intención de distribuir, incluso si tienes menos de una onza”, amenazaban en la lista de recomendaciones para asistir a la concentración.
Pero cuando yo llegué al Common me sentí saltando por las nubes del paraíso, y la realidad hizo baladí cualquier recomendación. Gracias por la información, pero yo necesito fumar. Como una pandemia de mandrágoras de los históricos ahorcados, bajo los árboles, cubriendo las colinas y las explanadas del Common, como una manta cannábica sobre la yerba del parque, miles de jóvenes y adultos fumaban marihuana en porros, pinchos, vaporizadores, pipas y toda clase de parafernalia.
No había policías a la vista
Supongo que habría policías encubiertos vestidos de paisano, pero yo no sospeché de nadie y nadie me hizo sospechar. Todo eran caras felices sinceras. No vi un uniforme de policía o algo que se le pareciera ni el sábado ni el domingo, ni en el parque ni en los alrededores. Y todo el mundo se mostraba feliz. No presencié ni una pelea ni un mal gesto ni vi una cara larga.
Ante la virtual ausencia de autoridades identificadas, conforme fue pasando el sábado, eran más los expositores, además de los vendedores indocumentados, que vendían sus muestras a las claras y sin preocupación. Las últimas horas del domingo raro era el mostrador donde no se pudiera comprar “un veinte” más barato de lo usual; habitualmente, en las calles de Boston se consigue el gramo de marihuana por veinte dólares. Por ese dinero, en el Rally, te daban dos gramos con pedigrí, a pesar de las recomendaciones de la organización.
Nunca había visto tal cantidad de personas desinhibidas mostrando sin temores que estaban fumando porros en Estados Unidos. La organización, a pesar de tratar de desanimar la compra-venta, celebraba que por primera vez, a quien arrestaran fumando, podría ser considerado como un manifestante en un acto de desobediencia civil: “Por primera vez en la historia, la gente que fume marihuana en el Boston Common durante el Freedom Rally estará cometiendo un acto legítimo de desobediencia civil, y sus acciones no serán consideradas como criminales”, explicaba la organización.