La comparación entre el ecosistema psicodélico emergente y la experiencia del cannabis no es caprichosa: ambos comparten expectativas sociales altas, presiones comerciales y una regulación en disputa. El sitio especializado DoubleBlind lo sintetiza en tres empezando por evitar el “excepcionalismo médico” como única puerta de acceso, no glorificar el exceso en la comunicación pública y construir, desde ya, capacidad de lobby e incidencia sostenida.
La primera lección cuestiona que la medicalización sea el único camino. La historia reciente del cannabis en California sirve para apreciar cómo el uso terapéutico abrió una ventana de legitimidad, pero el salto posterior al uso adulto dejó vacíos y pacientes desatendidos. El argumento central para la regulación de los psicodélicos debería ser el de reconocer su potencial terapéutico, pero no excluir a personas adultas que decidan usarlos en contextos regulados. En el caso del debate regulatorio que se da en Estados Unidos —incluida la discusión sobre terapias asistidas con MDMA— muestra que, si el acceso depende exclusivamente de un expediente farmacéutico, las demoras pueden postergar derechos básicos de los usuarias.
La segunda lección es de comunicación y reducción de daños. La glorificación pública del consumo excesivo —especialmente en redes sociales— ofrece mala prensa al movimiento y alimenta respuestas prohibicionistas. Una cultura de uso responsable implica recomendaciones concretas sobre dosis, set & setting, pausas entre sesiones, la importancia de la presencia de una persona cuidadora y atención a interacciones y contraindicaciones. La evidencia de programas de reducción de riesgos y la literatura clínica coinciden en que una comunicación prudente y pedagógica reduce daños y desactiva estigmas.
La tercera lección es política. La experiencia cannábica dejó claro que la supervivencia empresarial cotidiana no sustituye a la incidencia colectiva; la falta de cabildeo profesional en el ecosistema cannábico abrió la puerta a intereses corporativos mejor financiados. En el terreno psicodélico, la articulación entre movimientos de usuarios, redes de salud, comunidades indígenas, investigación académica y operadores regulatorios será decisiva para asegurar normas que prioricen derechos, calidad, acceso y justicia social.
Ahora bien, si el movimiento psicodélico aprende a tiempo de los tropiezos del cannabis, podrá evitar atajos que luego se vuelven muros. La discusión no es si es “medicinal” o “recreativo”, sino cómo construir marcos que protejan a las personas usuarias y reduzcan la violencia de la prohibición.