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Cannabis en la vida íntima de la pareja

Un reciente estudio publicado en la revista Drug and Alcohol Dependence analizó a 110 parejas para explorar la relación entre consumo de cannabis y satisfacción romántica. Sus resultados han reavivado el debate, pero también muestran lo fácil que es sacar conclusiones simplistas sobre vínculos complejos.

Según la investigación, las parejas con patrones de consumo desajustados –cuando una persona usa cannabis con mucha más intensidad que la otra– tendían a reportar menor satisfacción general. El estudio también observó que las mujeres que consumían más a menudo declararon estar más satisfechas, mientras que en los hombres ocurría lo contrario.

El artículo completo en Drug and Alcohol Dependence detalla que las 110 parejas respondieron cuestionarios validados sobre patrones de uso, satisfacción global con la relación, calidad de la vida sexual y percepción de la capacidad de respuesta de la otra persona. En lugar de medir solo la frecuencia, el equipo construyó un índice que combina cuánto y con qué frecuencia se consume.

El análisis estadístico del equipo de investigación mostró que una mayor discrepancia en la intensidad del uso entre miembros de la pareja se asociaba con menor satisfacción general y peor evaluación de la vida sexual. El equipo de investigación también observó que las mujeres que usaban cannabis con más intensidad reportaban relaciones y parejas más sensibles, mientras que los hombres que consumían más tendían a valorar peor su vínculo.

Sin embargo, la literatura disponible sobre el tema subraya que casi nada de lo que sostiene o erosiona una relación se reduce a una sola variable. El estudio no incorpora factores como estrés económico, reparto de cuidados, antecedentes de violencia, salud mental o habilidades de comunicación, elementos que sabemos influyen de forma decisiva en el bienestar de pareja.

La evidencia disponible sobre cannabis e intimidad sugiere que algunas investigaciones indican que puede aumentar la percepción del placer, aliviar la ansiedad y facilitar la presencia emocional en contextos de confianza; para otras personas, en cambio, puede intensificar la incomodidad o el aislamiento. Más que demonizar la sustancia, el foco debería estar en el diálogo, el consentimiento y los acuerdos compartidos.

Al final, no es el cannabis el que “arregla” o “rompe” una relación, sino cómo se combinan las condiciones materiales, afectivas y políticas que atraviesan a quienes lo usan. Un debate honesto exige estudios que incorporen ese contexto y políticas que dejen de culpar a la planta por problemas que tienen mucho más que ver con el prohibicionismo y la falta de educación afectiva.

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