Durante años, el concepto de "set y setting" ha sido uno de los pilares culturales del uso de psicodélicos: el estado mental y el entorno influyen profundamente en la experiencia. Sin embargo, hasta ahora había poca evidencia empírica que respaldara esta afirmación.
Un equipo de investigadores del Imperial College de Londres, encabezado por Pedro Mediano, Fernando Rosas y Robin Carhart-Harris, pone fin a esa duda. En este estudio realizado en Reino Unido, cerrar los ojos potenció significativamente los efectos subjetivos del LSD y estos cambios se reflejaron con claridad en la actividad cerebral, medida mediante magnetoencefalografía (MEG).
El experimento incluyó a 20 personas sanas (hombres y mujeres entre 25 y 45 años), sin antecedentes psiquiátricos y comparó cuatro condiciones: reposo con ojos cerrados, música instrumental con ojos cerrados, ojos abiertos fijando un punto y visualización de un video documental.
En cada sesión, los participantes recibieron LSD (75 µg intravenoso) o un placebo. Además de registrar la actividad cerebral, se evaluaron aspectos subjetivos como disolución del ego, intensidad emocional, estado de ánimo y riqueza de las imágenes mentales.
El hallazgo más relevante fue que los efectos del LSD sobre la complejidad cerebral (entropía) fueron más pronunciados cuando las personas tenían los ojos cerrados. Si bien los estímulos visuales externos aumentaron la entropía absoluta del cerebro, redujeron la correlación entre esta activación y la intensidad subjetiva de la experiencia. En otras palabras: aunque el cerebro parecía más "activo" al ver un video, el viaje se volvía menos introspectivo y menos vívido.
Los descubrimientos abren la puerta a diseñar protocolos terapéuticos enfocados en minimizar la estimulación visual externa. Al eliminar distracciones visuales, el LSD podría actuar con más fuerza en la mente, ayudando a la persona a centrarse en su experiencia interna y mejorando el posible beneficio terapéutico.
Estos resultados refuerzan la intuición de la cultura psicodélica: lo que rodea un viaje importa tanto como la sustancia misma y, en esa lógica, cerrar los ojos no solo aísla del ruido visual externo, sino que permite sumergirse en profundos paisajes internos.