En este enfoque culinario el punto de partida son los aromas y, en ese contexto, se propone tratar el cannabis como un “potenciador” olfativo porque, al igual que el romero o la albahaca, el cannabis posee perfiles aromáticos definidos por terpenos —cítricos, pinosos, herbales— que pueden dialogar con platos sin que la planta sea el ingrediente activo. Una guarnición mínima, un ramito cercano al plato o una pueden aportar complejidad sin añadir psicoactividad.

Este enfoque ya se explora en cenas temáticas y experiencias guiadas, donde el protagonismo lo tiene la combinación de perfiles como los que se pueden dar con los aromas cítricos de la marihuana que -perfectamente- pueden acompañar ensaladas frescas, mientras que tonos terrosos o resinosos se pueden asociar mejor con preparaciones rústicas, setas o asados.

Relatos gastronómicos publicados en medios especializados muestran cómo equipos de cocina y curadores cannábicos coordinan tiempos, texturas y aromas para crear una “sinfonía sensorial” comparable al maridaje enológico y planteado siempre desde el equilibrio. Es así como el sitio especializado fatnugsmag.com ha planteado el tema poniendo el acento en los aromas y no en los efectos.

En términos culturales, este giro permite superar la etapa del brownie para que los chefs, que se atreven, tomen la planta con criterio técnico y vocación educativa. En este nuevo contexto, la comparación con el vino no es un truco de marketing, sino un marco de trabajo que permitirá identificar y replicar en el uso de la marihuana en la gastronomía con familias aromáticas, construyendo armonías y contando historias del territorio y su cultivo responsable.

Este espacio gastronómico que se abre no debería ser solo una moda pasajera, ya que si el cannabis puede dialogar con la alta cocina a través de sus aromas, también puede contribuir a desmontar prejuicios y hacer que el foco esté puesto en maridar placer con responsabilidad.