En la literatura sobre cannabis y salud mental abundan correlaciones del tipo consumo temprano, malestar psicológico y riesgo suicida. El problema es que comparten raíces con las vulnerabilidades familiares, exposición a violencia, pobreza, comorbilidades y acceso a atención pueden empujar tanto al consumo como al deterioro anímico. Separar causa de contexto es, por eso, el punto ciego de muchos estudios.

El equipo liderado por Elisa F. Stern recurrió a una muestra que incluyó grupos de hermanos adolescentes, con reclutamiento que incorporó programas de tratamiento por uso de sustancias y escuelas alternativas, entre otras. Mediante entrevistas clínicas los autores modelaron la relación entre cannabis y riesgo suicida ajustando por edad, sexo y consumo de alcohol, tabaco y otras drogas.

El resultado arrojó que ni en análisis transversales ni en modelos prospectivos la frecuencia de cannabis se asoció con riesgo suicida. En exploraciones adicionales, el tabaco mostró señales en algunos modelos, pero tendieron a diluirse al considerar el policonsumo.

Que no aparezca un vínculo directo no equivale a “cannabis seguro para todos”. Significa que, al menos en esta población clínica y de alto riesgo, el consumo parece más un marcador de trayectorias complejas que un motor único del daño.

Si el objetivo es la prevención del suicidio, demonizar una sustancia puede ser una distracción. El estudio sugiere mirar la salud mental con herramientas completas —acceso a tratamiento, reducción de daños, educación y detección temprana de consumo problemático— en lugar de buscar culpables fáciles.