La nueva pesadilla aún no ha comenzado. Donald Trump, presidente electo, se está decantando por lo más conservador e ignorante para su gabinete. Está escogiendo gente que cree en el creacionismo y que la Tierra tiene seis mil años; personas que afirman que China inventó el calentamiento global; individuos que están en contra de las libertades corporales, de pensamiento y expresión; misóginos, homofóbicos, racistas e hipócritas. Drogas solo para ellos. El privilegio blanco es la licencia para que ellos puedan pecar mientras estrujan a la sociedad y se aprovechan de la ignorancia y el odio de la gente alimentando sus miedos infundados.
Lo que nos concierne, sin embargo, es la marihuana y su liberación del yugo federal, y las cosas no empiezan bien bajo el zar Trump. Ha propuesto, como fiscal general de la nación (sacudo mi cabeza mientras tecleo esto), al senador de Alabama, Jeff Sessions. ¿Quién es este señor? y ¿qué hace el fiscal general?
El fiscal general de la nación es el abogánster máximo, el jefe de la justicia, el oficial con mayor poder en cuanto a leyes se refiere en Estados Unidos. Sirve como miembro del gabinete del presidente y es su asesor principal en materias legales. Estará inmiscuido en los casos de la Suprema Corte de Justicia y del Departamento de Justicia, y básicamente tiene el mismo peso político que el secretario de Defensa, el del Tesoro y el secretario de Estado. En teoría tiene que velar porque todos los ciudadanos sean tratados de forma justa bajo las normas de la Constitución. Algo muy improbable.
Hace treinta años, cuando buscaba ser juez federal, Sessions dijo a Thomas Figures, un abogado de raza negra: “Chico, yo pensaba que los miembros del Ku Klux Klan eran guais, hasta que descubrí que fumaban marihuana”. En ese entonces fue rechazado por ser considerado no apto por su filosofía extrema, y todavía tuvo el descaro de negar que fuera racista. Su racismo ha salido a la luz mediante sus fuertes políticas migratorias, incluso luchando contra la migración legal. También es un escéptico del cambio climático, y hará lo posible por llevar a la cárcel a los ecoactivistas, empezando por los defensores del agua en Dakota del Norte. El senador ha afirmado vehementemente que está en contra de la marihuana.
Solo hay que escuchar sus declaraciones, como cuando dijo que su “corazón estaba roto” porque Obama afirmó que la marihuana no es más peligrosa que el alcohol; lo criticó duramente por ello y auguró que era “el inicio de un surgimiento en el uso de la droga como sucedió en los sesenta y setenta”. Jeff Sessions continuó: “Es necesario divulgar el conocimiento de que es una droga peligrosa con la cual no se puede jugar; no es gracioso, no es algo para reírnos, y hay que mandar un fuerte y claro mensaje: la gente buena no fuma marihuana”. Y para rematar siguió aconsejando a Obama: “Tienes que tener liderazgo desde Washington, no puedes tener al presidente de Estados Unidos hablando acerca de la marihuana como si fuera un trago. Es diferente. No puedes mandar un mensaje a la juventud de que no hay peligro. Es falso que la marihuana no induzca a otras drogas. Ya está causando problemas en los estados en que es legal. Debemos tener mucho cuidado”.
El nombramiento de un abogado general anticannábico tiene a muchos con el alma en vilo; es la peor opción que pudo haber hecho Trump para el movimiento. En California, que acaba de votar por la legalización recreacional, la preocupación es mayúscula. Aaron Herzberg, un experto en política cannábica en California, concuerda conmigo en que es la peor elección, y añade: “Parece que quieren regresar a los ochenta, a la época de Reagan y su “di no a las drogas”, donde la represión fue tremenda. Sessions ha mostrado una abierta hostilidad hacia la legalización”.
Tom Angell, fundador de la organización Marijuana Majority, que busca la liberación total de la planta, se ha mostrado un poco más optimista. Ha dicho que aún tiene esperanzas en que esta nueva administración se dé cuenta de que cualquier ataque hacia la comunidad traerá problemas políticos y la pérdida de grandes capitales, y que es mejor emplearse en cosas más importantes para Trump, quien no se ha mostrado muy preocupado por la mota. “La verdad –ha dicho Angell– es que la reforma de la marihuana es mucho más popular que los políticos; los oficiales de la nueva administración tienen que leer cuidadosamente las encuestas y lo que quiere la gente antes de decidir qué hacer”.
Los de la National Cannabis Industry Association han dicho que el electorado de 28 estados ha escogido programas que han cambiado la venta del cannabis, que ha pasado de ser una actividad criminal a convertirse en una actividad empresarial, con negocios que pagan muchos impuestos. “El senador Sessions siempre ha abogado por la soberanía estatal; esperemos que respete los derechos de los estados y la voluntad del pueblo”.
La duda queda, el poder corrompe y la disposición de Sessions hacia algunos temas no es nada alentadora, no solo para los consumidores de cannabis. Sessions ha votado en contra de todas las leyes que abogan por los derechos de los homosexuales, como su matrimonio; ha dicho que el dióxido de carbono es alimento de las plantas y, por lo tanto, no es contaminación; también ha llamado a las organizaciones pro derechos de los negros anticonstitucionales y antiamericanas; es pro vida de hueso colorado y cree en la supremacía blanca. Por supuesto, odia a los marihuanos. Con siete estados y el Distrito de Columbia con marihuana legal y más de la mitad de los estados con algún tipo de programa medicinal, la lucha apenas ha comenzado.