Por esta vez no hablaremos de la COVID-19, bueno, tal vez un poco más adelante. Quiero abordar la otra pandemia, la de las drogas duras. La crisis de los opiáceos. La que está pegando duro en muchas ciudades norteamericanas, sobre todo en ciudades portuarias como Los Ángeles, San Francisco, Vancouver, Seattle y Nueva York, entre otras; y en pueblos marcados por la pobreza y el aburrimiento llenos de cuellos rojos, carne de cañón para las guerras, sobre todo en la América profunda, donde yace la decadencia de un sistema desigual. Casi todos los asentamientos humanos tienen su skid row, su zona baja, sus áreas de drogadictos y colgados donde se comercializan objetos robados y todo tipo de crac y heroína, generalmente, a un lado del centro. Vaya, en algunas zonas ya ni entra la policía. Pensar que antes teníamos que ir a comprar marihuana a esos lugares y ahora los dispensarios parecen tiendas de Apple. Las sobredosis son abundantes en estas tierras de nadie. Muere más gente por culpa de los opiáceos, sobre todo, el fentanilo, que por el virus de la COVID.
Este es el nuevo actor en la película de terror de la vida de muchas personas: el fentanilo. Y es que no solo mueren los de los barrios bajos, muchos ciudadanos “normales”, cocainómanos de ocasión, también caen víctimas cada fin de semana de drogas adulteradas. Algunos comerciantes de drogas mezclan el fentanilo con heroína, cocaína, metanfetamina y MDMA. El fentanyil es tan potente que una cantidad muy pequeña causa un colocón brutal a menor coste, pero con el riesgo de palmarla.
El fentanilo es un fuerte opioide sintético similar a la morfina, pero entre cincuenta y cien veces más potente. Se receta a pacientes con dolores intensos, especialmente después de una operación quirúrgica o cáncer terminal. Cuando se produce una sobredosis de fentanilo, la respiración se hace muy lenta o se detiene por completo. Esto reduce la cantidad de oxígeno que llega al cerebro, lo que se conoce como hipoxia. La hipoxia puede llevar a un estado de coma y causar daños permanentes en el cerebro o la muerte.
En el 2020, las muertes por sobredosis de drogas aumentaron cerca de un treinta por ciento en Estados Unidos, alcanzando la cifra más alta jamás registrada, según informaron los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, sus siglas por su nombre en inglés).
“Las muertes por sobredosis de opioides sintéticos (principalmente, fentanilo) y psicoestimulantes como la metanfetamina aumentaron en el 2020 en comparación con el 2019. Las muertes por cocaína también aumentaron en el 2020, al igual que las muertes por opioides naturales y sintéticos (como los analgésicos)”, afirmaron desde el National Center for Health Statistics (NCHS) en un comunicado.
El NCHS informó: “Las muertes por sobredosis de opioides aumentaron de 50.963 en el 2019 a 69.710 en el 2020”. La pandemia de la COVID-19 tuvo mucho que ver, ya que el encierro y la depresión orilló a muchos usamericanos a consumir una mayor cantidad de drogas. Según un informe reciente de Well Being Trust: “La pandemia de la COVID-19 provocó un incremento de muchos factores de estrés, como las dificultades económicas, el aislamiento social y la interrupción de la asistencia escolar y sanitaria”. Las muertes relacionadas con el exceso de consumo de drogas aumentaron en casi todos los estados estadounidenses, con los mayores picos registrados en Vermont, Kentucky, Carolina del Sur, Virginia y California.
“La epidemia de abuso a los opioides”, como la nombra el CDC, empezó con la llamada guerra contra el dolor, que llevó a muchas farmacéuticas a crear y distribuir opioides. El mercado se inundó con painkillers que contenían oxicodona, un opiáceo que además de calmar el dolor genera dependencia. Las autoridades locales del país trataron de poner freno limitando las prescripciones, pero las medidas generaron un mercado negro de drogas prescritas como Oxycontin, Xtampza ER, Oxaydo y Roxicodone, y de drogas sustitutas para el dolor como la heroína y el fentanilo. Las sobredosis de opioides llevan décadas aumentando. La culpa recae no solo en los fabricantes de los fármacos, en particular Purdue Pharma, que hace el Oxycontin, sino también en la FDA por aprobar nuevos opioides sintéticos y a los médicos por recetar opioides en exceso.
Cabe mencionar que el primer país productor de amapola, de donde se saca el opio, es Afganistán, país ocupado por Estados Unidos durante veinte años, ordeñando, entre otros negocios, el del opio. El lector puede sacar sus conclusiones.
Es necesario legalizar todas las drogas, pero no solo eso, es necesario una educación desde la raíz para evitar tantas tragedias. La salud tiene que estar por encima de las ganancias de las farmacéuticas. Aquí entra maría, la salvadora: es sabido que el cannabis es beneficioso para ayudar a curar adicciones, especialmente, a los opiáceos. Extractos de CBD y THC combinados pueden ser sustitutos muchísimo más seguros que los opioides para combatir el dolor.