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‘Cuquihuasca’

El último trócolo

Cada culturita con su droguita, Cuqui.

Hola. El otro día, trasteando por el YouTube para mitigar los calores, me topé con un nuevo vídeo de mi profesora de yoga en línea e influencer niueich favorita. La llamaremos Cuqui, por abreviar. Resulta que la encantadora Cuqui, que semanalmente nos regala sus perlas de sabiduría estereotipada y ciencia infusa, había estado en una ceremonia “del ayahuasca” y aquello había sido, textualmente, “una de las eeeeeeeeeeexperiencias más increíbles y más alucinaaaaaaaaaaaantes de toda mi vida. La aventura más impresionaaaaaaaaante, ¡aaaaah!”. Nuestra Cuqui –es importante advertirlo– hace constantemente el poderoso símbolo de las comillas curvando hacia abajo los dedos índice y corazón de ambas manos, para comunicarse mejor, energéticamente hablando. Verbigracia: “Creo que ‘el ayahuasca’ está prohibido en países como Francia, Holanda o Reino Unido porque puede ser considerado como –gesto comillas– ‘droga”. ¡Ooooohm! 

Cuqui vive de sus –gesto comillas– “clases de yoga”. Y también de –gesto comillas– “monetizar” sus vídeos supermegachulos desde algún rincón con mucho fengshui de su casa, un luminoso apartamento de IKEA, customizado con ese característico estilo, un poquito oriental, un poquito hindú y un poquito reclutón, y con los inevitables cuatro o cinco cabezones de Buda, mudos testigos de su trascendencia de andar por casa. De su –gesto comillas– “alucinaaaaaaante viaje” con “el ayahuasca” poco hay que contar que no supiéramos ya todos, desde los oficiantes mistéricos de la Grecia Clásica hasta el último mascao en una rave de extrarradio: todo está dentro de nosotros, no pueden producirse cambios en nuestro interior salvo por intermediación de nuestra voluntad, todo está interconectado y todo fluye y, por supuesto, hay que vivir aquí y ahora, con –gesto comillas– “plena consciencia”. Para que me entiendan: que Cuqui se cogió un –gesto comillas– “buen pedo” en un entorno artificialmente ritualizado para la ocasión y férreamente jerarquizado, en una ceremonia de aires sincréticamente amazónicos y espiritual no, lo siguiente. Como bien dice, para rematar, nuestra querida Cuqui: “Bueno, chiiiiiiiiiiiicos, pues hasta aquí el videoblog de hoy, espero que os haya sido útil, que hayáis aprendido y, sobre todo, que no penséis que me he pasado toooooooodo el sábado tomando tripis. Que tengáis una bonita semana. ¡Namastéeeeeee!”. ¡Jorl! 

Como ya deberíamos saber todos, eso que llamamos ayahuasca, a la que el difunto Escohotado no sin mala leche definió como una “LSD suave”, es, idealmente, un brebaje de color colitis y sabor indescriptible, que debe contener extractos de una planta que produzca inhibidores de la monoaminooxidasa (fundamentalmente, betacarbolinas como la harmina, la harmalina y la tetrahidroarmina) y de otra planta que contenga abundante N,N-dimetiltriptamina o DMT (gesto comillas: “la droga”), que se convierte en una sustancia psicoactiva oralmente gracias, precisamente, a la acción protectora del IMAO. En extensas zonas de Brasil y en la Amazonia colombiana, peruana y ecuatoriana, la bebidita, yajé, dapa, legé, mihi o pinde (elaborada habitualmente con una liana, Banisteriopsis caapi y un arbustillo rico en DMT, Psychotria viridis), se ha utilizado, por sus propiedades psiquedélicas y purgantes, como vehículo mágico para vivir la experiencia religiosa, sanar, entender la complejidad de la selva y vislumbrar el inconsciente colectivo desde tiempos ignotos, exactamente igual, aunque con diferentes vehículos psicoactivos, que todos los grupos humanos en los cinco continentes desde que tenemos noticia. Cada culturita con su droguita, Cuqui. 

Lo que no había sucedido jamás, hasta el actual triunfo global del simulacro, el sucedáneo y la ignorancia digital y tal, es este trasplante desnaturalizado y descontextualizado de experiencias –gesto comillas– “chamánicas” del Tercer Mundo para el entretenimiento de personas acomodadas y aburridas pero profundamente –gesto comillas– “espirituales” del Primer Mundo. Que mola mazo, ¡ojo!, no digo yo que no. Pero canta. Gracias a la bobadita en boga podemos tranquilamente asistir a una –gesto comillas– “sesión de ayahuasca” en un chalecito alicantino, oficiada por un peruano, con una mezcla de rituales tomados de aquí y de allá, por un no tan módico estipendio, que variará si también queremos un alojamiento holístico, un papeo friendly con Gaia y que se nos abran los esfínteres con una sesión de gong. Y la semana que viene, a una bodeguita ecológica con encanto, a que te recoloque los chakras un guaperas disfrazao de rastafari o a una –gesto comillas– “constelación familiar” chachi en un resort gestáltico. Y tirando millas. Lo malo de todo esto, como hasta Cuqui debería haber notado durante su rapto energético, es que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. “Adiós”.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #319

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