Hola. Hoy quería hablarles de ciertas drogas que, por suerte o por desgracia, no existen en el mundo real. Así que, llenemos nuestros vasos de leche plus Moloko y encendamos un Colillitas, para recordar algunas de las mejores drogas sintetizadas por nuestra bendita imaginación.
Ya en uno de los primeros textos de la cultura occidental, Homero nos hablaba del Nepente, una bebida que empleaban los dioses del Olimpo para curar sus heridas, suprimir el dolor emocional y, sobre todo, para olvidar. Siglos después, este liquidador de recuerdos fue rescatado por Edgar Allan Poe en su seminal El cuervo (1845). También descubrimos en la Odisea otro poderoso narcótico, la Flor del Loto, cuyos consumidores pierden la memoria incluso de sí mismos. Sobre la búsqueda del olvido por medios psicoactivos abundó el gran Virgilio en la Eneida: eran las oscuras aguas del río Leteo, que recorría el inframundo, las que provocaban al beberlas la pérdida inmediata de nuestra memoria.
La pócima ideada por Henry Jekyll, en la inolvidable novela de Robert Louis Stevenson, creaba una diabólica suerte de disociación en la que el doctor Jekyll se escindía en dos seres, uno bueno y otro, el abyecto señor Hyde, que acumulaba todo el mal. Muy distintas fueron las drogas que imaginó Aldous Huxley. En su clásica distopía Un mundo feliz (1932), el Soma es la sustancia que permite acabar con el inconformismo, la ansiedad y la angustia, mientras mantiene dóciles y obedientes a los ciudadanos. Treinta años después, Huxley escribió La isla (1962), en cierto modo la antítesis de su célebre novela, en la que la droga, en este caso el Moksha, servía para alcanzar la iluminación y profundizar en el autoconocimiento. Mucho más recientemente, la película Equilibrium (2002) retomaba la cuestión en un mundo futuro en el que las emociones han sido vetadas y, para evitarlas, la gente debe inyectarse dos veces al día la droga Prozium II, chusco remedo de Valium y Prozac.
El cine ha sido una fuente casi inagotable de sustancias psicoactivas inventadas. Mi favorita, por lo delirante, es el Nuke, que seguramente recuerden por ser la absurda droga de síntesis letal increíblemente adictiva que descubrimos en Robocop 2 (1990). Los adictos se inyectaban sus viales de Nuke (para los que se utilizaron envases de líquido para lentillas teñidos de rojo) en el cuello. La variedad más apreciada por los yonquis del Nuke era la Escopeta Roja, aunque también se vendían Ruido Blanco, Terciopelo Azul y Trueno Negro. Una sustancia maléfica que habría hecho las delicias de cualquier corporación antidroga. Nada tiene que ver ese Ruido Blanco con la novela de Don DeLillo, White noise (1985; su traducción al castellano perdió el blanco: Ruido de fondo), cuyos protagonistas consumen un potente estupefaciente llamado Dylar, que, pese a sus terribles efectos secundarios, consigue eliminar el omnipresente temor a la muerte.
Muy distinto era el NZT-48, poderoso principio activo de las píldoras que tomaba el protagonista de la excelente Sin límites (2011) para superar su bloqueo creativo. Este revolucionario medicamento experimental permitía al usuario aprovechar la totalidad de su potencial cognitivo e intelectual. Es una pena, la verdad, que no exista en realidad. En Batman y Robin (1997) descubrimos Venom, que es como el NZT pero para desarrollar al máximo la musculatura. Es un líquido verde y viscoso que se inyecta al estilo de los esteroides y provoca adicción, aunque el Caballero de la Noche logra superarla. Mucho más difícil, por no decir imposible, es dejar de ser adicto a la Especia Melange, la legendaria droga de Dune (1965) que, entre sus variados efectos, podía alargar la vida humana cientos de años.
Se acaba mi tiempo y sé que me dejo fuera muchas: la Slow-Mo, de Juez Dredd; la V, de True Blood; las drogas de la interminable saga Star Wars, sean Death Stick o Glitterstim; los diversos Parches Mood, de Doctor Who; la Leche de Amapola o la aberrante Carne Negra, de El almuerzo desnudo (1959). En otra ocasión les hablaré con más detalle de la gran variedad de drogas inventadas por el prolífico maestro Philip K. Dick, de la Chew-Z a la temible Sustancia D, o de las maravillosas drogas parodia de Los Simpson, que incluyen el Repressitol o el Focusyn, sin olvidar el mítico chile lisérgico guatemalteco de Quetzalzaltenango. ¡Mosquis! Pero si yo tuviera que elegir una droga imaginaria me quedaría con una creación de J.K. Rowling: la poción Felix Felicis, ese oro líquido que permite al usuario tener la máxima suerte posible todo el tiempo que dura el efecto. Voy a preguntarle a mi camello, por si las moscas. Adiós.