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Infamia

El último trócolo

Hace mes y medio tuvimos una semanita en la que no se habló de otra cosa que de la desgraciada muerte de dos guardias civiles arrollados por una narcolancha en la costa de Barbate. Todo por culpa de la droga, como siempre. 

Hola. Es seguro que, para cuando lean estas líneas, el asunto que hoy nos concierne habrá desaparecido por completo de los medios de comunicación, las redes sociales y cualquiera que sea el lugar que elijan para informarse. Pero hace mes y medio tuvimos una semanita en la que no se habló de otra cosa que de la desgraciada muerte de dos guardias civiles arrollados por una narcolancha en la costa de Barbate. Todo por culpa de la droga, como siempre. 

La imagen que nos pintaron los habituales expertos en todo en los medios de comunicación, como de costumbre, era dantesca: una zona prácticamente sin ley en la que campan a sus anchas los grupos criminales frente a una Guardia Civil sobrepasada y falta de medios. La única respuesta posible –nos decían y nos siguen diciendo– es dotar de más medios a las fuerzas policiales, llegando incluso la Fiscalía Antidroga a pedir la intervención de la Armada: “El Estado se tiene que dotar de todos los medios, no puede estar en inferioridad de condiciones con los narcos”. En las redes sociales, la horda habitual de trolls, cuñaos, bots y fachas virtuales propugnaba, por supuesto, mano dura a saco o, en su defecto, garrote vil; llegando los más descerebrados a pedir la intervención de Netanyahu. Dantesco, ya les digo. 

El único punto de cordura en el grotesco circo habitual lo puso un señor llamado Juan Franco Rodríguez, alcalde de la Línea de la Concepción. Resulta que Juan Franco Rodríguez es el munícipe más votado por sus vecinos de toda España: el año pasado superó el setenta y cinco por ciento de los votos emitidos como cabeza de lista de La Línea 100x100, un partido independiente que suma dos legislaturas al frente del consistorio linense. Un señor, por tanto, que sabe muy bien de lo que habla. 

En medio de la histeria mediática, rodeado de periodistas, Juan Franco Rodríguez habló tranquilo, pero con la máxima claridad: “Si no se consumiera hachís en el resto de España no estaríamos hablando de lo que estamos hablando hoy. A lo mejor la solución es legalizarlo, ¿no? Por cierto, también se consume alcohol y tabaco, a lo mejor a partir de legalizarlo acabamos con el problema del narcotráfico”. ¡Asombrosa obviedad! 

En estas seguimos en pleno siglo xxi: negando la realidad y empeñándonos en seguir la linde prohibicionista. Unas políticas que nunca funcionaron, que siguen sin funcionar y que jamás lo harán, porque son inútiles. Unas políticas inicuas y cada vez más disparatadas que conllevan dolor, cárcel y muertos. Una sinrazón que se repite con voluntad de perpetuarse. Una absoluta desvergüenza. 

Aumentan las fuerzas policiales, aumentan las incautaciones, aumentan las encarcelaciones, pero el hachís sigue fluyendo. Y lo seguirá haciendo. Abundan los avezados pilotos marroquíes dispuestos a cruzar el Estrecho en pleno temporal a cambio de diez mil euros el trayecto. Abunda en el campo de Gibraltar la juventud desocupada y sin futuro que ve en el narcotráfico su mejor salida “laboral”. Se enriquecen los clanes dedicados a un comercio ilegal sumamente lucrativo que garantiza la sustitución inmediata de los detenidos. 

Es como estar viendo una mala obra de teatro que siempre, una y otra vez, acaba igual y no poder escapar del patio de butacas. Se acaban los adjetivos para describir esta gigantesca hipocresía montada alrededor de una sustancia, el cannabis, cuyo uso, además de seguro, está completamente normalizado en nuestra sociedad. Y mientras los países más avanzados optan por la despenalización, la legalización y el sentido común, aquí, como puerta de entrada europea para el hachís marroquí, seguimos empeñados en más policías, más barcos de vigilancia, más represión, más prohibición. 

Ha tenido que venir un modesto alcalde independiente a decirle a la sociedad española que la solución sigue estando delante de nuestras narices, aunque hagamos como que no nos damos cuenta. El único camino es despenalizar. El único camino es acabar de una maldita vez con las fracasadas políticas prohibicionistas. ¿Hasta cuándo tendremos que seguir aguantando este absurdo y sangriento juego de polis y cacos repetido hasta la náusea? ¿¡Hasta cuándo!? Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #316

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