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El uso de cannabis en la tercera edad: del tabú a la reflexión

Desde hace algunos años, en un pueblo perdido de Tarragona, un grupo de ancianos se encuentran los domingos por la mañana para desayunar rebanadas de pan con aceite. Aunque aparentemente no podamos encontrar nada extraño en esta reunión, la particularidad del ritual que llevan a cabo reside en que el aceite con que untan el pan contiene una concentración significativa de cannabinoides. Llevan años preparando y degustando su aceite cannábico, y no es raro verlos después sentados en una terraza muy relajados y con una sospechosa risa floja, celebrando así el Día del Señor. 
¿Cuántos años llevarán consumiendo el aceite? ¿Serán veteranos aficionados al cannabis o, por el contrario, decidieron probarlo cuando se jubilaron? ¿Cómo experimentan los efectos? ¿El colocón dura más? Responder a estas preguntas supone reflexionar sobre el cannabis y la tercera edad. Quizá todavía cueste imaginarlo, pero es así: cada vez hay más abueletes dándole al canuto. 

Más longevidad y más cannabis legal 

El uso del cannabis en la tercera edad es un fenómeno en expansión, y podemos asegurar casi con total seguridad que en los próximos años lo veremos con mucha más frecuencia. Esto no nos debería sorprender, dadas las circunstancias en las que nos encontramos. Por un lado, el proceso de envejecimiento de la población hará que, progresivamente, el grueso de población de edad avanzada aumente considerablemente en la mayoría de los países occidentales. La tendencia reguladora del cannabis, por otro lado, está facilitando que, cada vez en más sitios, el acceso legal y seguro al cannabis sea una realidad. 

Es de esperar que un mayor porcentaje de ancianos y ancianas del futuro próximo utilicen el cannabis legalmente disponible por las mismas razones por las que lo utiliza la población de jóvenes o adultos: porque quieren pasarlo bien o porque no quieren sufrir tanto; es decir, con finalidades recreativas o medicinales. 

Respecto a los usos recreativos, envejecer se asocia a más tiempo libre y a períodos de reflexión, evocación y evaluación de la propia vida, lo cual significa terreno fértil para la experimentación con plantas psicoactivas como el cannabis, que, además de acompañar maravillosamente estos procesos, quizá ayuden también a encarar el último tramo de la vida con un poco más de humor. Para esclarecer un poco esta cuestión deberán realizarse estudios etnográficos con abueletes como los citados al principio del artículo, pues a día de hoy, quizá por el tabú en torno a la cuestión, las investigaciones centradas en el uso de cannabis en edades avanzadas son realmente escasas. 

En cuanto a los usos medicinales, son muchas las razones por las cuales personas de edad avanzada deciden utilizar el cannabis. Más del setenta por ciento de las personas de más de sesenta y cinco años en España tienen algún tipo de enfermedad crónica, y muchas de estas, directa o indirectamente, están relacionadas con algún tipo de dolor. Pese a que el mecanismo por el que el cannabis ejerce su efecto analgésico todavía no está del todo descrito, existen pocas dudas respecto a su potencial. Además, en este caso concreto, se pueden combinar distintas vías de absorción a través de la ingesta, la inhalación o la aplicación tópica de aceites o cremas, para obtener unos resultados óptimos. 

En el caso de la enfermedad de Alzheimer, el cannabis puede ayudar a revertir los signos de depresión y pérdida de apetito que aparecen junto a la enfermedad y, más allá de esto, también puede que mejoren algunos síntomas específicos de la enfermedad, pues en estudios preclínicos se ha observado que el THC detiene el crecimiento de la proteína beta-amiloide, que está directamente relacionada con la aparición y progresión de la enfermedad. 

Además, la primera línea de tratamiento farmacológico para la enfermedad de Parkinson suele ser L-DOPA, la cual aumenta los niveles de dopamina en el cerebro, que pueden, a su vez, generar síntomas psicóticos. El CBD, cannabinoide no psicoactivo, puede ayudar a disminuir estos síntomas de tipo psicótico derivados del uso de L-DOPA y, a la vez, mejorar las capacidades motoras disminuyendo los temblores característicos de la enfermedad. 

El uso de cannabis terapéutico en estas enfermedades no solo es de gran relevancia por una cuestión de eficacia, sino también porque, con su uso, se abandona el consumo de otras medicaciones con profusos efectos secundarios, como los opiáceos en el caso del dolor, las medicaciones para el alzhéimer (las cuales los sistemas públicos de salud de países como Francia han dejado de financiar por ser altamente peligrosos y no mostrar niveles de eficacia relevantes), o antipsicóticos y benzodiacepinas para “manejar” los efectos secundarios de la farmacoterapia del párkinson. Esto no representa tan solo una mejora de la calidad de vida del paciente, sino también un importante ahorro para el sistema público de salud. 

Ilustración: Cannabis y vejez
Ilustración: Martín Elfman

Derechos, libertades y ciencia 

Ya sea por motivos recreativos o medicinales, la cuestión es que, desde el 2006 hasta el 2013, el uso de cannabis en la tercera edad aumentó un doscientos cincuenta por ciento. Incluso en algunos geriátricos de Israel y en algunos estados de Estados Unidos se dispensa cannabis (o se facilita su uso) con el fin de aumentar la calidad de vida de sus residentes. Estamos pues ante una realidad que, más allá de generar debates en el terreno medicinal, quizá podría darnos algunas lecciones sobre la intersección entre usuarios, sus libertades y las actuales políticas de drogas. 

En nuestra cultura es común que a las personas que han llegado a la tercera edad se las aparte y se busque un asilo a la mínima ocasión en la que se haga evidente que quizá necesiten un poco de ayuda para sobrellevar su día a día. De manera que, de repente, incluso después de haber estado luchando durante décadas para llevar adelante toda una familia, estas personas son infantilizadas, tratadas con condescendencia y asumiendo que no tienen mucho que aportar. Esta situación, si la examinamos con más detenimiento, parece una hipérbole de la actitud del Estado con respecto a la sociedad en general y con respecto a los consumidores de drogas en particular. El Estado asume, en el momento en que nos permite utilizar o no determinadas drogas, que no sabemos muy bien lo que hacemos y que, por tanto, necesitamos una especie de padre superior que nos proteja de nuestros impulsos insanos e ignorantes. Este discurso, elaborado minuciosamente por Thomas Szasz, nos ayuda a ilustrar que quizá estemos tan equivocados en nuestro comportamiento con respecto a las personas mayores como lo está el Estado con respecto a los adultos. Ninguna persona adulta puede ser tratada como si fuera un niño inconsciente que necesita ser protegido. A su vez, cualquier persona tiene derecho a la dignidad, y sus libertades individuales deben asegurarse en todo momento. Esto es todavía más necesario en personas con edad avanzada, pues si algo se han ganado en su trayectoria vital es el derecho a que los dejen tranquilos. 

Respecto a la medicina, otro ámbito que acostumbra a producir las mismas relaciones de condescendencia, resulta casi gracioso ver las discusiones científicas que se despliegan en torno a la seguridad del cannabis en pacientes de edades avanzadas. Los ancianos y ancianas son víctimas de la polifarmacia. Se les recetan cócteles de antipsicóticos, antidepresivos y benzodiacepinas, entre muchos otros, que terminan por producir síntomas muy claros de demencia, y que están asociados además a mayor mortalidad, más caídas accidentales, peor rendimiento cognitivo y peor calidad de vida. ¡Pero cuidado con el cannabis, que podrían pillar un colocón! Aunque también es cierto que el argumento “démosle esto, que está tomando cosas peores y no pasa nada” resulta un poco cínico. Vayamos un poco más allá. 

En términos más científicos, se considera adecuado administrar una sustancia cuando en la balanza beneficio-riesgo los beneficios pesan más que los riesgos. Sin embargo, esta valoración, como ocurre en muchos otros métodos o protocolos científicos, deja fuera información esencial. Por ejemplo, se consideran algunos riesgos potenciales independientemente del tiempo de aparición y de la situación actual de la persona. ¿Le importará mucho a una persona de setenta y cinco años que le digan que su función pulmonar se deteriorará si sigue fumando, por lo menos, durante los próximos diez años? Los supuestos problemas de consumir cannabis, ¿evolucionarán de forma tan rápida y repentina como para producir un problema real en una persona de avanzada edad antes de que fallezca? También se obvian beneficios que no se pueden cuantificar o valorar de forma clínica, como puede ser el disfrute de la propia embriaguez o la vivencia de experiencias transcendentales que lleven a nuevas revelaciones personales o espirituales. De esta manera, la aplicación de la balanza “beneficio-riesgo” en esta situación podría infraestimar los beneficios y sobreestimar los riesgos. 

Nueva reducción de riesgos para viejos usuarios 

Esto no significa que no se deba hacer un uso prudente del cannabis, y que no se puedan aplicar estrategias de reducción de riesgos para consumidores de la tercera edad (aprovecho para sugerir la idea a los integrantes de Energy Control: ¡no estaría mal un apartado para abueletes en la web!). Por poner algunos ejemplos: en cuanto a interacciones farmacológicas, parece que no es buena idea mezclar anticoagulantes (el famoso Sintrom o warfarina) con cannabis, ya que este inhibe una enzima que metaboliza los fármacos anticoagulantes. Al dificultar su metabolización, la concentración plasmática del fármaco aumenta y puede causar un efecto mucho mayor, que puede terminar por producir hemorragias. Por otro lado, quizá no sería del todo recomendable ingerir infusiones o comida elaborada con cannabis. A cualquier adulto puede asustar la cantidad de horas que puede durar un viaje después de comerse una tortilla de “espinacas” o una buena infusión de leche con cannabis. El metabolismo de la población de más de sesenta y cinco años está enlentecido, por ello, de hecho, se deben administrar dosis bajas de cualquier fármaco, en lugar de administrar las habituales del adulto medio. El cannabis no es una excepción, y un metabolismo lento sugiere una vida media prolongada del THC y, por ende, mayor duración de los efectos psicoactivos. Entonces, si uno no quiere permanecer dos o tres días colocado, mejor probar primero la inhalación. Se puede elaborar, por parte de los entendidos en la materia, una lista de estrategias de este tipo teniendo en cuenta las características propias de las personas de la tercera edad, sin olvidar que se trata solo de eso, de reducir posibles riesgos asociados. 

En definitiva, se acerca un futuro donde seguramente el uso de cannabis esté mucho más extendido entre la población mayor de sesenta y cinco años. Los interrogantes y curiosidades que podremos desvelar serán de lo más interesantes y provocarán reflexiones en muchos y distintos ámbitos. Por el momento, solo nos queda seguir deseando una sociedad más justa y racional, y rezar para que nadie multe a los ancianos y ancianas que decidan untar con aceite de cannabis su rebanada de pan. 
 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #252

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