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Lenguaje

El último trócolo

El lenguaje actual de la droga, las palabras que utilizamos al mentarla, son el resultado de cien años de bulos, desinformación, propaganda y sinrazón producto de la prohibición, aunque a veces se nos olvide. 

Hola. Decía el sabio yonqui, en uno de esos raptos suyos, que “el lenguaje es un virus”. Y según se mire tenía bastante razón, porque, ahora más que nunca, las palabras pueden infectar. Es algo que en el ámbito de las drogas conocemos muy bien, por desgracia. Porque el lenguaje actual de la droga, las palabras que utilizamos al mentarla, son el resultado de cien años de bulos, desinformación, propaganda y sinrazón producto de la prohibición, aunque a veces se nos olvide. 

Ahora que están tan de moda los bulos –tanto que empiezan a ser indistinguibles de una realidad que se está, digamos, reformulando de mentira–, podemos decir que en esto también la pobre droga fue pionera. Aquellos burdos bulos de negros lujuriosos ahítos de cocaína violando en manada a indefensas chicas blancas propalados por la prensa fueron de una gran ayuda hace un siglo para implantar la prohibición. Nihil est annis velocius: en el 2024 se mantiene el sistema de fake news racistas, clasistas y nacionalistas. Con una mejora notable en eficiencia, eso sí. Alucinante.

Pero, ojo, que no es lo mismo alucinar que tener visiones. De hecho, es muy distinto. El que alucina, tal vez porque ha tomado beleño, no es consciente de que lo que ve es producto de lo ingerido. Y flipa. El que toma visionarios, como las setas, por ejemplo, lo tiene clarinete. Y lo está flipando. Así pues, visionario y alucinógeno son dos cosas flipantemente distintas. Y para eso tenemos precisamente las palabras: para fijar y, así, distinguir y no flipar tanto.

Es solo un ejemplo, tonto a lo mejor, de ese continuo malentendido que nos traemos con la cosa de la droga. De los medios poco se puede decir que no se haya dicho ya: la información generalista sobre sustancias prohibidas se circunscribe invariablemente al parte de sucesos policiales y/o al alarmismo más descarnado y descaradamente comercial. Siempre buscando una palabra-gancho que haga de cebo sensacionalista. Ahora es fentanilo, pero hemos tenido burundanga, caníbal, cocodrilo, el caballo llamado muerte y hasta un beso de la Flaka… Naturalmente, con la llegada de los medios digitales, la tendencia se ha disparado hasta extremos que ayer eran inimaginables y hoy son pringosa costumbre.

El largo y sostenido martillo pilón de la propaganda antidroga que llevamos sufriendo ya varias generaciones lógicamente ha producido sus efectos. El mensaje que nos han transmitido por tierra, mar y aire, “¡La droga es mala!”, ha terminado calando en amplias capas de la población como algo natural, al menos, formalmente. “Tu flipas” se aplica al loco, al bobo, al trolero y al ceporro desinformado. Están totalmente normalizados entre cuñados los chistes asimilando al porrero con una especie de descerebrao que no se entera de nada. “La droga es mala” rezan cientos de miles de memes a propósito de las más diversas memeces mal hechas. Es así, lo saben ustedes igual que yo. Si acaso, como mal menor, un chistoso “yo quiero de lo que se ha tomado ese”. Sí, ese al que le han “echado droja en el colacao”.

Pero no todo es malo. En el incierto terreno de las mentiras y la desinformación sobre drogas, los madrileños podemos ir por el mundo con la cabeza muy alta, gracias a las cucamonas y a los secretitos en la oreja de nuestra simpar presidenta. Nuestra lideresa por control remoto, además de guapa, lista y elegante, es tan buena, que resucita, impasible el ademán, los bulos más trasnochados y ridículos en un pispás: “Queremos a los camellos lejos de los colegios y los institutos. Vamos a ir a por ellos”; “El cannabis es la puerta de entrada a las drogas”; “Las drogas están detrás de las dictaduras del mundo entero y son las mayores causantes de la miseria”; “La droga es una de las mayores lacras que se está cebando con Occidente”; “Todas las drogas llevan a lo mismo, ¡todas!: a la soledad, al deterioro personal, a la depresión, al suicidio”. No flipo, es todo literal. Para cerrar el círculo le faltaría gritar, haciendo un precioso mohín, lo de ¡más chutes, no! Pero tiempo al tiempo. 

Este tipo de cosas creo que debemos combatirlas cada día, sin descanso, cada uno como buenamente pueda, sepa o entienda. Pero eligiendo cuidadosamente las palabras. Porque si nos distraemos podemos acabar participando en la nueva carrera popular contra la droga que ha anunciado nuestra fabulosa presidenta de porcelana. ¡Parece mentira! Adiós. 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #325

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