Hola. A mí, que soy de letras, estas cosas me cuestan bastante. Me refiero a la bendita Química. Así, con mayúsculas. Un tema en permanente conflicto dentro de mi loca cabecita es esa artificial disyuntiva entre lo químico y lo natural que nos asola. Una tontería cada vez más globalmente extendida. Es lo que tiene nuestra inmemorial ignorancia cuando se adereza con propaganda interesada, verdades a medias, memes y el márquetin monetizante o monetizador que contamina cualquier debate en nuestro pimpante y digital siglo xxi.
Toca, naturalmente, desbrozar. Si queremos empezar por el principio, hay que recordar que todo, pero absolutamente todo, lo que existe en nuestro universo es química. Todavía no hemos conseguido encontrar otras moléculas más allá de las catalogadas en la tabla periódica de elementos. Qué disgusto cuando nos tocaba estudiar la maldita tabla, ¿eh? Y, entonces, ¿no es natural el universo? Pues según los cantamañanas de lo “natural”, no, sería químico, sería artificial, sería sintético y, por consiguiente, malo.
Lo natural es cuidarse, nos insisten una y otra vez. Lo natural es más sano, nos reiteran. Cuatro gestos con los que te levantarás más guapa y más natural, ronronea una voz en off. Lo natural es bueno, no, lo siguiente, me cuenta un vecino. Sin conservantes ni colorantes, cien por cien natural. ¡Y ahora, además, sin aceite de palma!, exclama un altavoz. ¿Es artificial, acaso, el aceite de palma? No lo tenemos muy claro. Desde luego, no es bio. Porque si algo es absolutamente natural, más natural que el yogur o que la caca, ese algo es lo bio, prefijo de origen griego que, como sabemos, se traduce por vida. Pero, un momento, si la vida es química, entonces…
Entonces, naturalmente, se trata de otro cuento comercial para vendernos productos más caros, más verdes y más prémium que compraremos gozosos sintiendo que así ayudamos a este pobre planeta nuestro, cuyo principal problema, como bien sabemos a estas alturas, somos nosotros mismos y nuestros mecanismos. No parece muy bio la cosa: retorcer propagandísticamente conceptos como ecología, saludable, sostenible, verde… Hasta despojarlos de todo significado y convertirlos en meros ganchos comerciales.
Como es natural, esta absurda disyuntiva entre lo natural (bueno) y lo químico (malo) también ha encontrado acomodo en el mundo de la droga. Incluso más, si me apuran. No resulta raro que cualquier pintamonas random sostenga contra toda lógica que prefiere los hongos psilocibes a la psilocibina sintética en polvo, por ser más natural. Otro tanto dirá, ese u otro cantamañanas desinformado, a propósito de los botones de peyote frente a la mescalina pura elaborada en un laboratorio. Es triste tener que recordarles que el universo no es más que un laboratorio infinito en el que, constante y eternamente, están sucediendo reacciones químicas como ellos sin duda habrán atisbado arrobados más de una vez en la rave. La cosa que pasa es que el hígado, o la barrera hematoencefálica, no distingue sus botones de peyote y se limita a procesar con naturalidad la 3,4,5-trimetoxi-β-feniletilamina ingerida. Del mismo modo que cuando usted ingiere sus hermosos hongos del género Psilocybe su organismo no pregunta su origen, se limita a transformar esa psilocibina en psilocina, es decir, en 4-hidroxi-N,N-dimetiltriptamina, que es lo que a usted le sube. Recordemos, que nunca está de más, el viaje de Albert Hofmann a México, en 1963, para tomar hongos sagrados –“Niños Santos”, como los llamaba ella–, con la legendaria chamana mexicana María Sabina: en aquella época del año no había hongos y habían agotado su reserva de setas desecadas, pero Hofmann le entregó unas cápsulas de psilocibina pura que había sintetizado personalmente para la ocasión; María Sabina tomó sus cápsulas (necesitó 30 mg), se cogió su tremendo pedo habitual, dirigió la sesión sanadora hasta que llegó el plateado amanecer mazateco, y entonces se volvió a Hofmann con sus pupilas refulgentes y una gran sonrisa natural en su cara hecha de curtidos pliegues. ¡Sus Niños Santos estaban en las capsulitas!
En fin, con la natural pero infundada esperanza de que se extingan estas artificiales necedades de nuestro inconsciente colectivo más fronterizo, les dejo, que se me hace tarde. Me espera un recio y aromático fumable, muy rico en tetrahidro-6,6,9-trimetil-3-pentil-6h-dibenzeno[b,d]piran-1-ol. No obstante, me lo voy a encender frotando dos palos, que es más natural. Adiós.