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Un demonio tartamudo

La historia, muchas veces, la escriben las circunstancias, tal vez por eso Sidney Gottlieb sea hoy considerado un probo químico que acaso se extralimitó en el cumplimiento de sus deberes patrióticos y no un sociópata, sádico y desalmado como su hermano espiritual Josef Mengele. 

Hola. Me obsesiona que haya existido un ser humano como Sidney Gottlieb. Un siniestro químico que llegó a ser conocido como “el gurú del ácido de la CIA”, el menda que ejecutó y dirigió, entre otras maldades, el funesto y criminal Proyecto MK-Ultra, que tantas vidas inocentes arrasó. La historia, muchas veces, la escriben las circunstancias, tal vez por eso Gottlieb sea hoy considerado un probo químico que acaso se extralimitó en el cumplimiento de sus deberes patrióticos y no un sociópata, sádico y desalmado como su hermano espiritual Josef Mengele. Todo por el ser humano pero sin el ser humano. 

Sid Gottlieb, que en realidad se llamaba Joseph Scheider, nació en el Bronx en verano de 1918. Contó su tía que su madre gritó de horror, nada más parirle, al ver sus pies patituertos. El sufrido Sid no pudo caminar hasta los diez años, después de tres operaciones y, aun así, quedó zambo de por vida. Esa discapacidad le salvó de ir a la guerra, pero no evitó que fuera un consumado bailarín, la otra gran pasión de su vida, además de lo de experimentar con seres humanos. Curiosamente, lo que le acomplejó siempre no fueron sus andares de pato, sino su pertinaz tartamudez. Para más inri, su mujer, Margaret, a la que conoció en sus años universitarios en California, también era tartaja. 

A primeros de los cincuenta, los Gottlieb y sus dos hijas vivían en una cabaña de troncos en la Virginia rural criando cabras y vendiendo árboles de Navidad. En esa época le reclutó la CIA, interesada en su maestría para elaborar venenos. Gottlieb fue asignado al Proyecto Bluebird, que buscaba crear una especie de suero de la verdad para interrogatorios. Fue allí donde el maligno tartamudo entró en contacto con el LSD 25, su sustancia de experimentación favorita. Poco después, la CIA le puso al mando de su principal programa sobre control mental, el proyecto MK-Ultra. En realidad, solo sabemos una pequeña parte de las sombrías actividades amparadas bajo esas siglas. La mayor parte nunca se conocerá: Gottlieb destruyó (casi) todos los archivos del MK-Ultra en 1972, justo antes de jubilarse. Preguntado al respecto en el Senado, señaló que aquellos registros podrían haber sido “malinterpretados”. Por ejemplo: a un enfermo de un hospital psiquiátrico en Kentucky le administraron secretamente elevadas dosis de LSD en el agua durante seis meses, todos los días. No malinterpretemos el concepto de destruir psíquicamente a seres humanos. 

Esa fue, probablemente, su principal ocupación, utilizar como cobayas, a traición, a personas indefensas: internos psiquiátricos, presos comunes, puteros, prostitutas, empleados de la CIA, militares norteamericanos… Ya en 1962, el propio Sid reconocía que el LSD como “herramienta de inteligencia, no es intrínsecamente eficaz”. Añadiendo que “los oficiales de inteligencia estadounidenses se muestran muy reacios a utilizarlo; lo encuentran desagradable y extraño y tienen objeciones morales”. Él, desde luego, no las tenía cuando, emulando a Reinhard Heydrich, montó su versión del Salón Kitty berlinés en San Francisco: un burdel lleno de cámaras, micrófonos y trabajadoras provistas de palitos para remover las bebidas impregnados con una generosa dosis de LSD 25. La CIA adquirió, por iniciativa de Sid, toda la producción de LSD de la casa Sandoz, y el propio Gottlieb aseguró años después que él mismo tomó ácido “con gusto” más de doscientas veces. 

Pese al reguero de destrucción, locura, miedo, paranoia y horror que dejaron a su paso (además de las tres muertes directamente atribuidas a aquellos experimentos), las actividades de Sid Gottlieb apenas le valieron una reprimendita del Senado estadounidense, que recibió contrito pero sereno. Sid y su esposa se mudaron a California dispuestos a reinventarse. Sangrando todavía por la he he he heerida, se licenció en Educación con un máster sobre patologías del habla. Después obtuvo el título de logopeda y ejerció como tal. Dominada la tartamudez, y dando un triple mortal espiritual con vistoso tirabuzón, Sid Gottlieb se transformó en un viejo hippy californiano. Para expiar culpas y blanquear su conciencia, Sid se convirtió en un nuevo Sid, humilde, compasivo y solidario, un jubilado altruista, deseoso de aliviar las miserias de desfavorecidos y enfermos, hasta el extremo de dirigir durante un par de años una leprosería en la India. Redentor de sí mismo. 

El malinterpretado Sid jamás fue condenado por delito alguno y de ningún modo pidió perdón por sus villanías. Murió tranquilamente en su cama el 7 de julio de 1999. Adiós.

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