La mayoría de los científicos afirman que la consciencia es un producto del cerebro, pero tímidamente empiezan a aparecer otros investigadores que no están de acuerdo con dicha afirmación y que nos dicen que la consciencia es parte sustancial del universo. Una de estas teorías se conoce como el diseño biocéntrico, según la cual la vida no es producto del universo, sino al contrario. Se basa también en el extraño comportamiento cuántico que pone entre paréntesis la idea de que el mundo externo es independiente del sujeto. Según esta teoría, sin observador nada existe.
El primer principio del biocentrismo es que lo que percibimos como realidad es un proceso que implica la consciencia. Una realidad externa, si existe, por definición tiene que existir en el marco del espacio y el tiempo. Pero el espacio y el tiempo no son realidades independientes, sino herramientas de la mente animal y humana. Además de los descubrimientos experimentales de la física cuántica, la biología básica nos dice con claridad que lo que aparece “fuera” es realmente un constructo que se crea en el cerebro. La visión cuántica del espacio-tiempo se asemeja bastante a las premisas de las filosofías orientales.
Recapitulemos. Según la teoría biocéntrica, no existen ni el espacio ni el tiempo. Se produce una suerte de conexión fuera del espacio y el tiempo, y el acto de observación es básico para la existencia de lo que llamamos realidad.
La creencia en una unidad ha dejado ser objeto de la mística. La no-separabilidad se ha convertido en un concepto físico. El cosmos, que es idéntico a nuestra consciencia y no está separado de nosotros, no tiene ni vida ni muerte. El estudio en profundidad del mundo exterior lleva a la conclusión de que el contenido de la consciencia es la realidad definitiva.
Otro principio del biocentrismo es que sin consciencia la materia existe solo como probabilidad. Cualquier universo que haya precedido a la consciencia solo existe, por tanto, en un estado de probabilidad. El tema de la muerte se vuelve complejo al entenderse como que la función de onda, relativa a un observador y representando su experiencia del mundo en el que vive, nunca puede dejar de existir, por lo que para la primera persona del observador no hay muerte posible. Como dijo Einstein tras la muerte de su amigo Michele Basso: “Se ha ido de este extraño mundo un poco antes que yo. Lo que no significa nada. Los que creemos en la física sabemos que la distinción entre pasado, presente y futuro es solo una tozuda y persistente ilusión”.
El observador es siempre consciente de algo. Lo que un observador percibe como mundo exterior se describe en física por la función de onda; no se trata de una observación directa de la realidad, que de hecho no existe sin consciencia.
El biocentrismo todavía da un paso más, sugiriendo que el observador no solo percibe el tiempo, sino que literalmente lo crea. El envejecimiento está solo en nuestras mentes. Existen lugares en el universo en los que pasa un solo segundo, mientras que en la Tierra se producen millones de acontecimientos.
Estamos hablando de una teoría muy controvertida pero con importantes bases científicas que la abalan. Para algunos científicos, se trata de la única teoría capaz de describir adecuadamente la realidad.
Cuesta entender que la palabra exterior se considere un término vacío, porque nada hay exterior a la consciencia. La física cuántica afirma sin ambigüedad que el observador interactúa con el sistema hasta tal punto que no podemos creer que este tenga una existencia independiente. No se trata de que necesitemos diferentes herramientas matemáticas para explicar los sistemas cuánticos y macroscópicos, sino que mientras dichos sistemas están claramente conectados como parte de un sistema mayor; nuestro cosmos parece operar bajo dos conjuntos de reglas distintas, sin tener comunicación unos con otros.
En el fondo, según el biocentrismo, la realidad es tan dependiente del observador como los sueños nocturnos.