Hola. En enero se nos murió Mariano Antolín Rato tan de repente que los que le queríamos seguimos aún helados. A mí todavía me ronda su fantasma, en mis sueños raros, hablándome en un perfecto inglés mientras se fuma un porro y se atusa el bigote.
Mariano era un raro, era un beatnik y era un sabio multidisciplinar, pero, sobre todo, Mariano era un tío guay. En el más amplio sentido de la palabra, no solo en el de enrollado, que también. Un poco como dijo una vez él mismo: “Yo no me veo como escritor, no me veo situado en eso, sigo pensando que soy un chaval de Gijón al que le han ocurrido una serie de cosas, entre ellas escribir”. Repito: un tío guay.
Hay que ser muy guay para haber sido un auténtico beatnik en la España carpetovetónica de ese Franco que ahora nos intentan blanquear por lo bajini entre tanto ruido de confusión. Pues ahí estaban Mariano y un puñadito más. Un absoluto pionero en casi todo. Por ejemplo, en fumar porros, no, pero casi. Sostenía Mariano que en aquellos tiempos, mediados de los años sesenta del siglo xx, como no sabían hacer canutos, vaciaban y rellenaban cigarrillos. Mariano fue fumador de porros, más de costo que de yerba, hasta el último día de su vida. Él mismo decía hace tres años: “Llevo mil años fumando canutos y mantengo muy buena memoria”. Mil años no, pero casi, Mariano.
Mariano era tan guay que vio a Dylan en Londres en su mejor momento, tomaba LSD del preparado original de la casa Sandoz, el mítico Delysid, y chupó talego en el Hospital Psiquiátrico de Carabanchel por llevar una vida de beatnik. Mariano fue el primero en escribir por estos lares sobre budismo zen, sobre William Burroughs y sobre Philip K. Dick, fuera del fandom de la ciencia ficción, en El Viejo Topo, nada menos. Mariano, por cierto, era un entusiasta de la ciencia ficción, aunque su libro favorito fuera Proyecto para una revolución en Nueva York, de Alain Robbe-Grillet. También fue un pionero en hablar entre nosotros del LSD desde la óptica del psiconauta y un defensor acérrimo del término psiquedélico frente a psicodélico. Lucha que hemos hecho nuestra todos los marianistas, porque sabemos, como él, que “la experiencia psiquedélica permanece para siempre como algo importante”.
Mariano nació en Gijón en 1941 o en 1943, se consideraba madrileño y vivía en Motril, Granada. Allí, y siempre, vivió con su inseparable compañera María Calonje, que fue un puntal de su existencia. Una casa bonita y acogedora, con campo y mucha agua y un jardín japonés y el mar al fondo. Y una biblioteca que hacía salivar… Lo siento mucho por María, también.
El origen del término guay es material quemado en las ubicuas páginas de curiosidades de internet. Yo me quedo con la explicación que lo deriva del árabe quwais aplicado al hachís “muy bueno”. Hay otras hipótesis, pero son menos guais. Me hubiera gustado comentarlo con Mariano, que era un maestro y un apasionado en cuestiones de jerga, como buen traductor. En Mariano, escritor y traductor se mezclan y entrelazan hasta hacerse inconfundibles. Mariano, de cachondeo, decía que él aprendió inglés puesto de ácido. “A mí me gusta traducir. He traducido, como todo el mundo, mierdas por dinero, porque eran best sellers que se iban a vender; pero la actividad del traductor me excita intelectualmente, la tomo como la escritura, la única diferencia es que no tienes que pensar en la continuación porque ya cuentas con una plantilla hecha”. Azanca, Bruguera, Júcar, editoriales míticas en las que, a través de Mariano, conocimos a Kerouac, a Burroughs, a Wolfe… Nos dio tanto, Mariano.
Siempre es jodido esto de los obituarios. Porque uno, que sigue vivo, llora asomado al grotesco abismo de ensartar fúnebres lugares comunes para ensalzar al muerto. En plan, Mariano, que la tierra te sea leve, vuela alto, descansa en paz, que en gloria estés o cualquier mierda carbonizada de que se ha roto un paisaje... ¡Bah! Es que jode que se haya muerto Mariano así, tan de improviso, sin avisar. Jode. Jode mucho. Aunque seguramente haya sido lo mejor y, pienso, lo que le hubiera molado a él. Una muerte rápida, una muerte guay. Porque Mariano, no me cansaré de repetirlo, era un tío muy guay. Por eso, para expresar el vacío de su ausencia de manera científica, diremos que el mundo es un poco menos guay desde que Mariano no está. Y se nota bastante. Adiós.