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Unidad de porro estándar o cómo reducir la complejidad

En los últimos años, diferentes grupos de investigación han trabajado para crear la unidad de porro estándar (UPE), es decir, una herramienta que, de manera fácil y sistemática, permita a los profesionales de las adicciones saber cuánto cannabis consume una persona. La idea parte del éxito de la unidad de bebida estándar (UBE) para reducir la complejidad del proceso de beber alcohol. Pero, como veremos a lo largo del artículo, con el cannabis, a nuestro modesto entender, la situación se vuelve mucho más compleja.

Reducir la complejidad

Una de las características que nos hace humanos es la necesidad de querer entender la realidad que nos envuelve. ¿Qué es la vida social sino un proceso de interacción y compresión? Los humanos siempre estamos interaccionando y entendiendo. No hay más. Pero los procesos de compresión implican hacer entendibles procesos complejos. O acaso, ¿qué es si no la religión? ¿Qué es si no un conjunto de ideas para dar respuesta a las grandes preguntas de la existencia humana que durante siglos solo hemos podido responder gracias a relatos mágicos? La ciencia se ha convertido en los dos últimos siglos en el principal elemento para entender la realidad social. Ya lo dijo el poeta: “La ciencia es el nuevo dogma de fe”. Podríamos hablar largo y tendido de qué implica la ciencia como práctica social, y más que podríamos hablar sobre la filosofía de la ciencia. Pero, para el caso que nos ocupa, hemos visto como en el ámbito de las drogas, primero con el alcohol y luego con el cannabis, la ciencia ha trabajado para reducir la complejidad del hecho social de tomar sustancias.

La fórmula es sencilla. Crear un instrumento de medida para que las personas profanas en el asunto puedan entender los consumos de alcohol o cannabis. La UBE, unidad de bebida estándar, funciona relativamente bien. Permite reducir la mamadera a una escala acontextual, ahistórica y apersonal. No importa qué bebamos. No importa que sea kalimotxo, cerveza, coñac, ginebra o mandrágora. Esto se reduce a una unidad para el kalimotxo, a una para la cerveza y a dos para las otras (o algo por el estilo). Por tanto, después de que un paciente explique la retahíla de genuflexiones que hace ante el bebercio, el doctor podrá dictar sentencia: catorce UBE, veinte UBE, siete UBE. No importa por qué bebe. Importa qué bebe, y aquí está el problema. No hay vuelta de tuerca. Con esta unidad despojamos de todo componente social el hecho de beber. ¿Y qué es el beber sino un acto social? Y aquí yace el problema. Un entrevistado por el antropólogo Le Breton en una investigación sobre trabajadores polacos explica por qué beben: “Bebemos para escapar de la influencia de los sacerdotes, de la familia, de los jefes, del entorno, es decir, para escapar a la autoridad, ser autónomo, independiente, para huir después de los malestares de la dependencia del alcohol. Mientras que detenerse generalmente es caer bajo otra influencia: aquella de los médicos, de un grupo de abstinentes, de dios o de otras falsas creencias”. La unidad de bebida estándar nos expulsa toda esta complejidad. Así, sin más, a modo de chimpún para no hacer chinchín. Pero permite diagnosticar que el pobre obrero polaco tiene un problema con el alcohol.

La unidad de porro estándar

Unidad de porro estándar o cómo reducir la complejidad

Hará casi diez años, profesionales del mundo de las adicciones empezaron a darle vueltas a esto de la unidad de porro estándar. Si la UBE funcionaba, según su parecer, a las mil maravillas, debían disponer también de la UPE. Asunto fácil. Un grupo de investigación de Barcelona empezó a trabajar para dilucidar la UPE. Conscientes de la complejidad de la empresa, con todo esto de los diferentes tipos de marihuana, el hachís, extracciones varias…, pensaron: “Que vengan los antropólogos para que nos den luz desde la lógica sociocultural”. Y allá nos fuimos Òscar Parés y un servidor a explicar los usos del cannabis y las diferentes presentaciones. Desde el minuto uno expusimos nuestras dudas sobre el hecho de poder reducir la complejidad del cannabis a una mera unidad. Su idea era sencilla, pues un porro normal sería una UPE, y los porros especiales serían dos o más UPE. Expusimos tan bien como supimos los diferentes tipos de cannabinoides, los diferentes usos del cannabis, así como las diferentes vías de administración, y explicamos que la gente, y más por aquel entonces, comparte los porros. Presentamos nuestros conocimientos para dotar de sentido el consumo de cannabis en una sociedad como la española, pero no gustó nada lo que explicamos. Por tanto, el asunto quedó en: “Que no vengan más los antropólogos”. Nosotros lo dejamos aquí, pero nuestras explicaciones no fueron suficientes, ni mucho menos, para hacerles desistir de crear la UPE.

La justificación para continuar con el trabajo de investigación era clara: debían establecer una unidad de porro estándar (UPE) basada en la cantidad de 9-tetrahidrocannabinol (9-THC), con un objetivo claro: “Obtener datos fiables sobre las cantidades de cannabis para la mejora de las evaluaciones de análisis epidemiológicos, investigaciones y evaluaciones clínicas. La unidad de porro estándar (UPE) representa el contenido de delta-9-tetrahidrocannabinol (9-THC) a partir de la información proporcionada por los usuarios de cannabis en cantidades de 9-THC”. Y aquí está el quid de la cuestión: ¿el porro es igual que el THC? No, el cannabis contiene muchos otros componentes más allá del THC. Ni una mención sobre los terpenos ni los flavonoides, bien justa una mención al CBD. Según las conclusiones de los investigadores: “El contenido de 9-THC de las donaciones nos lleva a una UPE de 7 mg de 9-THC (0,25 g de cannabis), el número entero más cercano a los valores medios compartidos por ambos tipos de cannabis, hachís y marihuana. Para el CBD, solo el hachís contenía niveles relevantes de este componente”.

¿La UPE para entender los riesgos de las drogas?

Las lecturas sociales sobre las drogas, como es el caso de la UPE, esconden intereses para presentar a los consumidores como a personas tóxicas que envician a los abstinentes, y en última instancia sirven para alertar de la nocividad del alcohol y las otras drogas. En una realidad social inherentemente riesgosa, los consumos de drogas representan otro riesgo, al cual deben hacer frente adolescentes y jóvenes. Pero para estos, especialmente los que mantienen contacto con las substancias, no parecen representar los riesgos más amenazantes ni lo que más les preocupa. Se trata de entender la realidad social y el componente de riesgo, no de reducir la realidad a unidades.

En términos generales, los que consumen alcohol y cannabis entienden sus consumos desde el componente de los beneficios y los placeres. Esto no quiere decir, ni muchos menos, que los jóvenes omitan los riesgos y los daños de las substancias, es más, los reconocen continuamente y trabajan para evitarlos, sino que, en la evaluación de beneficios y daños obtenidos, para ellos la balanza se decanta, sin ningún tipo de duda, hacia los beneficios y placeres. La gran mayoría entiende los propios consumos como positivos y compatibles con el entorno y las responsabilidades, donde prevalecen los efectos beneficiosos y el componente del placer por encima de las consecuencias negativas, los problemas y la adicción, en definitiva, los daños. En la relación de los adolescentes y los riesgos del alcohol y del cannabis, podemos diferenciar dos grandes lecturas que les empujan a asumir ciertos riesgos. Por una parte, una lectura contextual de los consumos de drogas que les señala que ciertos consumos son compatibles y socialmente integrados. Y, por otra parte, entenderse a sí mismos como personas con capacidad para controlar los riesgos de las drogas.

Más allá del número y de los diferentes perfiles de personas consumidoras, multitud de indicios de su entorno social hacen pensar a los adolescentes que fumar porros es normal. Normal como oposición a raro y excepcional. Los adolescentes observan como la gran mayoría de personas que fuman se mantienen normalizados socialmente: sus consumos son compatibles con sus responsabilidades y proyectos vitales. Los consumos que no provocan grandes disfunciones se entienden como normales; cuando aparecen problemas, los adolescentes dejan de conceptualizar los consumos como normales. La aceptación de la normalización de los consumos no comporta que los daños desaparezcan; todo lo contrario, conocer los diferentes tipos de consumos permite comprender mejor los riesgos y los daños asociados al cannabis. La fórmula, a nuestro parecer, para entender la realidad de los consumos, circula por la imbricación de daños, riesgos y placeres, nada de UPE ni unidades construidas.

UPE: que continúe el estigma

Queda por ver qué utilidad tendrá la UPE en el campo clínico. Creemos que la lógica de la UPE supera la mera cuestión reduccionista y sirve para continuar con el agravio hacia las personas que emplean cannabis. Con la buena intención de entender el consumo de cannabis se termina expulsando aquello que dota de sentido el hecho de fumarse un porro. Por tanto, amigo lector, si alguna vez termina en un despacho de un doctor y le pregunta sobre sus consumos, tenga por seguro que lo que quiere es entender su relación con el cannabis, aunque esto sea a costa de no entender aquello que realmente importa. Así de fácil. Así de complicado.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #268

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