La mayoría de la población vive en economías de ganadores y perdedores, en las que la meta principal consiste en conseguir lo que puedan por sí mismos: a cada uno, según su ambición. En este panorama económico, el egoísmo y el materialismo no se consideran ya problemas morales, sino las metas principales de la vida.
Esta realidad solo existe debido a que las personas, todos incluidos, nos hemos convertido, rápidamente y sin reflexionar, a la religión del consumo y del materialismo. La mayoría nos hemos visto seducidos por la creencia de que tener más riqueza y posesiones es algo básico para una buena vida. Ya no consideramos la integridad de las personas. Hemos adaptado una cosmovisión que nos dicta que el valor y el éxito de los demás no se juzga por su sabiduría, compasión o contribuciones a la comunidad, sino en función de si poseen la ropa adecuada, el coche adecuado, etc. Como saben los publicistas desde hace décadas, nos convertimos en buenos consumidores solo cuando experimentamos más “deseos” y “necesidades”.
Paradójicamente, las estadísticas mejor hechas reconocen que el deseo de mayor riqueza y posesiones está asociado con un aumento de la infelicidad. No estamos hablando de una teoría, sino de un hecho comprobado una y mil veces en la sociología y psicología más científicas. Sacrificamos nuestras vidas al ídolo del consumo y materialismo. No nos queda mucho tiempo para vivir tras las largas horas de trabajo, gasto y consumismo.
Repito, está comprobado: la gente que persigue la riqueza y las posesiones informa de un menor bienestar psicológico que los que no están tan preocupados por ello. Un psicólogo ha afirmado que el sueño americano, que se quiere inculcar a toda la humanidad, tiene un lado muy oscuro, y el ir tras la riqueza y las posesiones está realmente socavando nuestro bienestar psicológico.
Resumiendo, las investigaciones más objetivas sugieren que las personas están motivadas por sentirse seguras, competentes y conectadas con las demás. La literatura especializada nos propone que el bienestar y la calidad de vida aumentan cuando estas necesidades se ven satisfechas y disminuyen cuando no lo son.
Utilizando una metáfora, la sociedad de consumo nos vende comida basura, prometiendo que es sabrosa y nos hará felices. El resultado es que muchos la compran. Pero solo les llena durante un corto periodo de tiempo, porque la premisa es falsa y la satisfacción está vacía.
Existe alguna teoría que afirma que los jóvenes son más materialistas, porque sus progenitores, inmersos en maratonianas horas de trabajo, no les aportan la seguridad que luego buscan en bienes materiales. De hecho, en los barrios más pobres imperan las ansias de consumo debido al hecho de que estos entornos sociales dejan a los niños con una gran sensación de inseguridad, lo que los lleva a valorar el materialismo alentado por la sociedad actual.
Insistamos, la evidencia sugiere que más allá de tener dinero suficiente para satisfacer las necesidades básicas de comida, techo, etc., el alcanzar más riqueza, posesiones y estatus no nos lleva a aumentar nuestra felicidad. Incluso cuando tenemos éxito en este empeño materialista, acabamos vacíos e insatisfechos.
Una de las principales razones por las que los individuos materialistas tienen ideales irreales sobre la riqueza y las posesiones es que suelen ver con frecuencia estas imágenes en los medios de comunicación. La mayoría de las personas con una fuerte orientación materialista suelen ver mucha televisión y frecuentar las redes sociales, por lo que se ven insatisfechos con sus vidas. Los resultados de estudios serios nos demuestran que la disminución de la satisfacción personal es un efecto secundario de la frecuente exposición a los distintos tipos de imágenes idealizadas de los medios.
Lo que está claro es que nuestra salud psicológica depende de sentirnos conectados con otras personas y de si podemos dar y recibir amor y apoyo en los momentos difíciles. Los valores materialistas orientan a los individuos a ver a las personas como objetos a utilizar para conseguir sus fines. Otros estudios demuestran que el materialismo se asocia con la tendencia a usar y manipular a los demás para aumentar nuestro estatus, imagen o logros personales. El deseo de impresionar a los demás choca frontalmente con estar conectados de forma cálida con ellos.
El problema mayor del que nos advierten los estudios de esta índole es que, si continuamos siendo arrastrados por el egoísmo y el materialismo, solo nos espera el desastre ecológico definitivo.