Al principio fue la iboga
La fundación Iceers nació en Holanda en 2009. Ben de Loenen, por aquel entonces cineasta recién graduado, llevaba cinco años mostrando su documental sobre la Ibogaína por el mundo. Ibogaine: Rite of Passage (disponible en Youtube) fue el trabajo final de su grado de cine y acabó por ser la semilla de esta fundación. Iceers nació de la mano de la iboga, una planta de uso tradicional milenario utilizada en África tropical, en especial en Gabon, donde las tribus de la cultura Bwiti la usan en el rito de paso a la edad adulta. Occidente descubrió el potencial de esta planta a través de un grupo de amigos adictos a la heroína que en 1962 experimentó con ella. La experiencia con el principio activo de la Iboga –la ibogaína– les condujo a una revisión de sus episodios vitales, a escrutar su situación y replantearse sus intenciones de cara al futuro; y para su sorpresa hizo desaparecer sus síndromes de abstinencia. Desde entonces el conocimiento sobre el potencial de la iboga para tratar adicciones fue transmitiéndose entre personas adictas a los opiáceos. Entre tanto, los intentos para introducir la ibogaína como una opción de tratamiento disponible para la deshabituación solo ha encontrado eco en el sistema de salud de Nueva Zelanda. En el ámbito privado se puede acceder a tratamientos con ibogaína en algunas clínicas o a través de proveedores que se mueven entre la ilegalidad y el vacío legal, según cada país.
El documental de Ben fue presentado por todo el globo ante una gran variedad de públicos, primero en festivales de cine y más tarde en congresos de psiquiatría, y siempre fue recibido con elogios, sorpresa y curiosidad. ¿Cómo era posible que una planta con potencial para tratar un problema de salud tan complejo como son las adicciones no estuviera disponible para el tratamiento de las personas que lo necesitan? El impacto del documental llevó a Ben a fundar Iceers en Holanda. En la cinta documental aparecen reflejadas la mayoría de las preocupaciones que marcarían el trabajo posterior de Iceers. En primer lugar, la existencia de plantas de uso indígena ancestral con un gran potencial terapéutico (como la iboga, la ayahuasca o los hongos) que han pasado desapercibidas –o han sido excluidas– del armario farmacéutico de occidente. En segundo lugar, el fenómeno de la importación a occidente, la dificultad de acceso y la incertidumbre legal que padecen los que quieren usarlas fuera del contexto de origen. Y, por último, el contraste entre el contexto de uso originario y el contexto elaborado en occidente. Mientras que una ceremonia Bwiti con Iboga implica a toda la comunidad durante cinco días, acompañando a la persona iniciada con un ritual complejo y lleno de simbología que facilita el proceso sanador, en occidente la persona que realiza un tratamiento con ibogaína la consume en una sala acompañado solo por el facilitador o personal sanitario, muchas veces sin que su círculo cercano sepa del tratamiento.
Ben observó de cerca el poder terapéutico que tienen estas plantas para tratar patologías de la salud mental muy extendidas en occidente como las adicciones, la depresión mayor o los trastornos de ansiedad. Pero también comprendió que con la simple importación de las plantas y la introducción en el contexto médico occidental no se iban a conseguir trasladar todos sus beneficios terapéuticos.
Entre dos mundos
El sistema médico occidental se limita a extraer los principios activos de las plantas, administrarlos a los pacientes y mandarlos a casa a esperar los efectos. Así ocurre con la mayoría de los abordajes médicos, pero en el caso de los tratamientos para la salud mental es especialmente alarmante. Se recetan fármacos y, en el mejor de los casos, se abordan los problemas con una terapia individual, ignorando la existencia de un contexto social en el que se producen las interacciones humanas y que es donde surgen los problemas. Las comunidades indígenas, en cambio, entienden los problemas como colectivos y buscan su solución en la colectividad. Para ellos las plantas no son un remedio que funciona solo con su consumo, sino una herramienta con la que trabajar terapéuticamente en comunidad. Ben vio que los sistemas indígenas que usan estas plantas habían mantenido algo que en occidente nos hemos dejado por el camino en nuestro imparable avance tecnológico: la interconexión entre el individuo y la comunidad. Entendió que la falta de nexos comunitarios y la elevada percepción de la soledad de nuestras sociedades agravan las patologías mentales que amenazan a los individuos.
Iceers nace entre mundos, entre el ritual indígena y la clínica occidental. El trabajo de la fundación trata de tender puentes que traduzcan el conocimiento medicinal entre la cultura indígena y la occidental para que ambas cosmovisiones aprendan la una de la otra. Para ello trabaja en distintos frentes de forma simultánea. Primero, con la investigación científica y la divulgación del conocimiento, que es el camino obligado para que nuestro sistema de conocimiento occidental entienda y apruebe el uso de estas plantas. Segundo, en la defensa legal para personas que son detenidas por utilizarlas, y en la promoción de políticas públicas para conseguir un marco legal que permita un uso seguro. Tercero, en la creación de eventos que fomenten el encuentro y el desarrollo comunitario, y también a través de la prestación de servicios de apoyo psicológico. Cuarto en la protección de los pueblos indígenas –garantes del conocimiento de estas plantas– y del medio ambiente; así como en la defensa de derechos humanos como la libertad de investigación, el derecho de acceso a tratamientos de salud o la libertad de conciencia. Vamos por partes.
Investigación y ciencia
Aunque fundada en Holanda, Iceers se trasladó enseguida a Barcelona, donde se celebró su primer gran evento, la Conferencia de Ibogaína realizada en el Departamento de Salud de la Generalitat de Catalunya en 2010. Con la colaboración de quienes más tarde serían parte del equipo central de la fundación consiguieron reunir a los mayores expertos internacionales en la ibogaína para que expusieran los detalles del potencial de la Iboga en el tratamiento de las adicciones en el contexto de una institución pública de salud. Tras el evento el antropólogo Òscar Parés y el científico José Carlos Bouso pasaron a formar parte de Iceers y, desde entonces, este último ha dirigido varios estudios científicos con ayahuasca, ibogaína y cannabis para evaluar los efectos del uso de estas plantas y tener argumentos científicos con los que defender su uso. Hace apenas tres meses la fundación inició un ensayo clínico con ibogaína para tratar la dependencia a la metadona después de varios años persiguiendo su aprobación. Será el primer ensayo clínico que evaluará la efectividad de la ibogaína en pacientes con adicción a opiáceos. También están llevando a cabo otro estudio con ibogaína para el tratamiento del alcoholismo, en colaboración con la Universidad de Sao Paulo.
Poco a poco los estudios producidos en Iceers han ido moviéndose desde una perspectiva clínica a una de salud pública. No es casualidad: uno de los argumentos legales para considerar como un delito la tenencia, uso y cultivo de estas plantas es que representan un peligro para la salud pública. Con los estudios de salud pública la fundación está tratando de demostrar la ausencia de base científica que tienen estas leyes. Por ejemplo, la investigación llevada a cabo con 380 usuarios regulares de ayahuasca en comunidades y evaluada con indicadores de salud pública encontró que los usuarios de ayahuasca puntuaban igual o mejor que los no consumidores. La conclusión del estudio fue que la ayahuasca usada de forma controlada en contextos comunitarios puede estar perfectamente integrada en las sociedades modernas. Además de estudiar las plantas, la apuesta de Iceers es investigar las estructuras de uso comunitario que proporcionen un uso seguro y abran una puerta para resolver los problemas de soledad y pérdida de vínculos comunitarios, que ya están empezando a considerarse un problema de salud pública tan importante como la obesidad o el tabaquismo.
El trabajo del área científica no acaba aquí. Actualmente trabajan en una línea de investigación epistemológica que pone un interrogante crítico sobre el concepto de evidencia científica hegemónico, dominado actualmente por la biomedicina. En el rico y complejo mundo del uso humano de plantas y sustancias la perspectiva de la biomedicina solo alcanza a medir una pequeña porción de la imagen. Por ello investigan la forma de generar evidencia científica desde otras disciplinas que también estudian la relación humana con las plantas, como la antropología o la sociología. Con este objetivo trabajan en el estudio antropológico con comunidades rurales que utilizan plantas psicoactivas en Cataluña. El reto epistemológico va más allá y explora la posibilidad de alcanzar un concepto de evidencia más justo que también abarque otros sistemas de conocimiento, a través del diálogo y el intercambio cultural con indígenas que permita comprender mejor su cosmovisión. El objetivo detrás de esta línea de investigación es frenar la persecución de las terapias “pseudocientíficas” (como las llamó recientemente la Ministra de Sanidad), una caza de brujas contemporánea contra todas aquellas terapias y prácticas de autocuidado que no se ajustan a los parámetros biomédicos definidos por la hegemonía científica.
Ley, políticas y derechos humanos
Con la llegada de Constanza Sánchez al equipo en 2014, Iceers inauguró el área de Ley, Políticas y Derechos Humanos, con la que trabajan en proyectos nacionales e internacionales en la promoción de políticas públicas de drogas más acordes con los derechos humanos y la evidencia científica. El primer trabajo del área fue impulsar la creación de la Ayahuasca Fund Defense, un programa internacional de apoyo legal para juicios relacionados con la ayahuasca. Esta funciona como un nodo que reúne información sobre cómo enfrentar la defensa de un proceso judicial relacionado con la ayahuasca, conecta a abogados especializados en el tema y a peritos expertos con personas que necesitan apoyo legal, y genera una base de datos en la que se recogen todas las detenciones y juicios sucedidos en el planeta. Iceers ha apoyado la defensa en más de una decena de juicios relacionados con esta planta y también con el cannabis y la hoja de coca. Las victorias logradas han sentado precedente con la ayahuasca en Chile y España, de forma que ahora la mayoría de casos se archivan sin llegar a juicio.
Esta área lleva desde 2016 haciendo llegar el trabajo de Iceers –y otras asociaciones amigas– a las reuniones de las Naciones Unidas. La fundación es un observador cualificado para opinar, acceder a las reuniones y organizar eventos paralelos durante grandes conferencias gracias al estatus consultivo que le otorgó el Consejo Económico y Social de la ONU. Iceers ha podido explicar su trabajo sobre el terreno en la Comisión de Estupefacientes de la ONU, en el Consejo de Derechos Humanos y en el Mecanismo de Expertos sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Durante este tiempo han presentado y leído declaraciones en las sesiones plenarias, han elevado preguntas a las presidencias de las comisiones y han organizado eventos paralelos en colaboración con otras ONG internacionales. En las instancias de la ONU, la fundación ha defendido el derecho a investigar con sustancias psicoactivas, el uso de plantas sagradas y los derechos indígenas; y ha explicado el modelo español de clubs sociales de cannabis. También ha colaborado con la Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonía Colombiana (UMIYAC) para que pudieran contar en primera persona su versión de la situación de los derechos sociales, económicos y culturales en Colombia. Esta organización de cinco pueblos indígenas amazónicos está tejiendo vínculos culturales con Iceers, con el objetivo de generar dinámicas de construcción de conocimiento conjunto que refuercen ambas organizaciones desde una relación horizontal y no colonialista. La implicación en políticas se extiende al plano nacional con el tema del cannabis, por el que han participado en ayuntamientos, parlamentos autonómicos y en el Congreso para defender su regulación.
Conferencias y comunidad
Además del trabajo en ciencia y políticas, la fundación Iceers trata de fomentar el desarrollo comunitario a través de la organización de grandes eventos en forma de conferencias multidisciplinares. La más grande de estas conferencias es la Conferencia Mundial de la Ayahuasca, que ya lleva celebradas tres ediciones llenas de éxito, cada una de las cuales ha supuesto un salto exponencial para el crecimiento de la fundación. La primera de ellas, celebrada en Ibiza en 2014, reunió a los mayores expertos internacionales de la ayahuasca para generar una discusión colectiva y poner en común las posibilidades y los retos de la ayahuasca, en un momento en el que se estaba produciendo un auge de su visibilización y una promoción mediática indiscriminada. Los 600 asistentes llegados de todo el mundo quedaron asombrados con un evento que reunió a más de 100 expertos de las más variadas disciplinas, y que combinó el rigor de un congreso científico con los debates y las conferencias del más alto nivel, los contenidos culturales y actividades de turismo sostenible en la isla. La receta fue un éxito y supuso un amplio reconocimiento para Iceers desde distintos ámbitos. La conferencia celebró su segunda edición en 2016, esta vez en Río Branco (Brasil), una de las cunas de la ayahuasca, con una elevada representación de comunidades indígenas y de iglesias ayahuasqueras. La tercera edición de la conferencia tuvo lugar el pasado año en Girona con una novedad notable: un espacio de conferencias gestionado por las comunidades indígenas de forma autónoma.
La fórmula de la Conferencia de Ayahuasca ha sido replicada a nivel nacional con el cannabis medicinal en los congresos Cannabmed. Realizados en Barcelona en 2016 y en 2018 los congresos unen la información científica actual sobre el cannabis con los usos terapéuticos, la discusión política y la participación de profesionales sanitarios y de pacientes que lo usan para sus dolencias. Y otro evento que merece ser destacado es Psychē, unas jornadas enfocadas a la discusión de las prácticas terapéuticas con psiquedélicos, y especialmente centrado en los procesos de integración. Debido al contexto prohibicionista las personas que se relacionan con drogas y plantas como el cannabis o la ayahuasca se encuentran a menudo aisladas y estigmatizada. Eventos como la Conferencia de Ayahuasca y Cannabmed sirven para reducir el estigma y dotar de herramientas y conocimiento a estas personas. Están pensados como espacios de encuentro, intercambio y discusión, para que las personas implicadas desde distintas realidades tengan la oportunidad de escucharse para mejorar la comprensión mutua, fortalecer lazos y crear nuevas alianzas. El resultado es inesperado y siempre sorprende, aseguran desde Iceers. Del primer congreso Cannabmed, que contó con un espacio exclusivo para el trabajo entre los pacientes, surgió la Unión de Pacientes por la Regulación del Cannabis (UPRC), una asociación autónoma de personas que usan cannabis con fines medicinales y que abogan por su regulación. En la misma línea el segundo congreso tuvo una jornada dedicada exclusivamente para profesionales sanitarios.
La tarea de este Ministerio de las Plantas se ramifica y se extiende en multitud de direcciones y llega mucho más allá de lo expuesto. Con su particular combinación de elementos y talentos individuales la fundación consiguió convertir una buena idea en un proyecto precario pero riguroso, que en pocos años ha evolucionado hasta devenir una institución estable de gran alcance. En este tiempo Iceers ha logrado generar un espacio de trabajo basado en la colaboración que ha atraído la atención de múltiples instituciones públicas y privadas, así como a decenas de personas voluntarias que han aportado su esfuerzo para hacer crecer la fundación. Hoy el trabajo de Iceers conecta realidades distantes, traza puentes entre asociaciones, instituciones y disciplinas aparentemente separadas para generar soluciones colectivas a grandes problemas globales –como la destrucción del medio ambiente o la depresión– aparentemente inconexos. Las plantas son el nexo común, con las que Iceers trata de que mejoremos nuestra relación como sociedad.