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Las variedades de la terapia psiquedélica (I)

El número de investigaciones sobre los potenciales usos terapéuticos de sustancias como la MDMA, la psilocibina, la ketamina, la ibogaína y la ayahuasca ha aumentado de forma exponencial en los últimos años, y la terapia psiquedélica se perfila como una apuesta de futuro que promete revolucionar tanto la farmacopea como los tratamientos en salud mental disponibles. Artículos recientes en revistas tan influyentes como Forbes se han hecho eco de la creciente demanda de tratamientos psiquiátricos alternativos que incluyen el uso de sustancias psiquedélicas, y cómo grandes organismos como la Food and Drug Administration (FDA) están promoviendo y facilitando la investigación con estas sustancias demonizadas hasta no hace tanto. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de terapia psiquedélica?

Desde los albores de la revolución psiquedélica de los años sesenta ha habido distintas ideas de cuál era el papel de estas sustancias en los tratamientos psiquiátricos. Distintos autores y escuelas consideraron diferentes maneras de utilizar las sustancias psiquedélicas en un contexto terapéutico. Y si bien todos ellos trataban de extraer los mayores beneficios posibles de las sustancias visionarias, la forma en que trataron de hacerlo y su comprensión de por qué debían hacerlo así variaban significativamente.

En el artículo que inauguró esta sección hace un par de números, vimos distintas aproximaciones a la psicoterapia psiquedélica, farmacológica, psicológica, psiquedélica, e incluso, chamánica. Sin embargo, dentro de cada una de estas categorías encontramos comprensiones muy distintas de cómo utilizar estas sustancias, cómo introducirlas en el contexto de un tratamiento psicológico y las teorías subyacentes de por qué hay que hacerlo de esta manera según cada autor.

Las sustancias psiquedélicas y las experiencias que proporcionan desbordan nuestra comprensión racional de lo que es psicoterapia y los mecanismos por los que esta resulta efectiva, fundiendo los límites entre medicina, filosofía y espiritualidad. No es raro, entonces, que las distintas escuelas de terapia asistida con psiquedélicos disten mucho las unas de las otras, en ocasiones, hasta ser conceptualmente incompatibles.

Vamos a ver algunas de estas concepciones, que han ido apareciendo y desapareciendo a lo largo de la historia.

Un tour por la locura

Una de las primeras ideas que los psiquiatras tuvieron al enfrentarse a la experiencia psiquedélica fue que el estado experimentado se parecía a los síntomas de sus pacientes psicóticos. Las alucinaciones, las distorsiones perceptivas, los cambios en los procesos mentales, algunos comportamientos…, les llevaron a proponer la teoría de la “psicosis modelo”. Por un lado, esto abrió de forma inesperada el campo de la investigación farmacológica. Si una sustancia como la LSD podía provocar algo parecido a la psicosis, quizás las causas de la esquizofrenia fueran químicas y, por tanto, igual que podía inducirse este estado, también podían existir sustancias que lo contrarrestaran. Esto animó una inusitada carrera farmacológica y permitió el desarrollo de los fármacos antipsicóticos, que todavía se utilizan hoy en día.

Por otro lado, estos psiquiatras pensaron que la experiencia con LSD podía proporcionar una suerte de “psicosis reversible”, un viaje con billete de vuelta a los reinos de la locura, en el que habitaban los pacientes de los hospitales mentales, pero de donde no eran capaces de regresar. Si el psiquiatra podía adentrarse en esos territorios y volver a salvo, quizás le serviría para poder comprender mejor el sufrimiento de sus pacientes y ayudarles de una forma más eficiente. En este sentido, la experiencia psiquedélica era una experiencia formativa para los psiquiatras, una especie de prácticum psiquedélico. En este paradigma, la LSD y demás sustancias fueron llamadas “psicotomiméticas”, es decir, sustancias que imitan a la psicosis. Si bien pronto resultó claro que el tipo de experiencias posibles iban bastante más allá de meras experiencias psicóticas, hay que reconocerles a estos autores la capacidad de ver que la experiencia psiquedélica podía ser valiosa para el psiquiatra. Hoy en día, en la carrera desenfrenada de la psiquedelia mainstream, hay quien pone en duda que los profesionales que administran estas sustancias deban tener experiencia personal con ellas. Como siempre, resulta útil mirar atrás y recuperar el pensamiento de los pioneros de la psiquedelia, pues si bien cayeron en muchos errores, también tuvieron intuiciones profundas que siguen siendo válidas hoy en día.

Mentes retorcidas

A la vista del potencial psicotomimético de sustancias como la LSD, no podían tardar en aparecer mentes retorcidas que buscaran cómo explotar el lado oscuro de sus aplicaciones. Desde 1953 y hasta 1970, la CIA llevó a cabo el proyecto MK-ULTRA, cuya finalidad era explorar el potencial de la LSD y otros psiquedélicos para la guerra psicológica. Utilizaron estas sustancias durante interrogatorios forzosos tratando de ver si podían servir como suero de la verdad, también las administraron a personas sin su consentimiento ni conocimiento, y se plantearon cómo podían utilizarse para atacar a naciones enemigas. El desarrollo de métodos de tortura psicológica utilizando sustancias psiquedélicas es quizás el uso más deleznable y nauseabundo que se les ha dado en la historia.

LSD en el diván

Las variedades de la terapia psiquedélica (I)

A lo largo de las décadas que siguieron, se crearon multitud de métodos terapéuticos para el uso de la LSD y se ensayaron en muchos tipos de trastornos distintos. Pacientes alcohólicos, esquizofrénicos, criminales, psicópatas, personas con trastornos y desviaciones sexuales y todo un elenco de individuos con diagnósticos de moda en esos años fueron sometidos a tratamientos asistidos con sustancias psiquedélicas.

Una de las escuelas resultantes que más caló en Europa es la denominada “terapia psicolítica”. Psicólisis es un termino que acuñó Ronald Sandison –un psiquiatra de orientación psicodinámica inglés que trabajó con LSD– para designar la capacidad de esta sustancia de ir “disolviendo la psique” e ir desvelando capas más profundas de esta. La escuela psicolítica, basada en los principios generales de la psicoterapia de corte dinámico (freudiana y junguiana, principalmente) utilizaba dosis bajas o medias de LSD (de 25 a 100 µg, generalmente) con la intención de intensificar el tratamiento psicológico. Las sesiones se realizaban con relativa frecuencia, cada dos semanas, aproximadamente. La LSD servía para aumentar la cantidad de material inconsciente disponible, intensificar la transferencia y la relación terapéutica, disminuir las resistencias psicológicas y facilitar la emergencia de recuerdos tempranos. En el transcurso del tratamiento podían producirse experiencias catárticas y de abreacción, que eran apoyadas como partes importantes del proceso, y luego elaboradas de forma racional en las sesiones sucesivas de psicoterapia. Revivir episodios traumáticos, desde este enfoque, puede ser una experiencia positiva, terapéutica e incluso necesaria.

Como vemos, el énfasis de la terapia psicolítica está en la psicoterapia más que en la experiencia psiquedélica en sí misma. Se utiliza la sustancia para incrementar el ritmo de la psicoterapia y producir una mayor afluencia de material psicológico, que luego se interpreta según el prisma de cada terapeuta.

Si bien este enfoque fue más utilizado en Europa, hubo también clínicos americanos como Sydney Cohen y Betty Eisner que se dedicaron a ello. Hoy en día seguimos conservando algo del pensamiento psicolítico. Muchas personas sienten que, a través de sucesivas experiencias psiquedélicas, van “pelando capas de una cebolla” y esperan acercarse al núcleo de la cuestión. La búsqueda de memorias traumáticas tempranas, y en principio olvidadas, es una reminiscencia de la influencia del psicoanálisis en la terapia psiquedélica.

Experiencia mística y curación

"Según Roquet, para alcanzar la verdadera experiencia mística había que desarmar las defensas psíquicas, adentrarse en la propia locura, el caos y la muerte, llegar a la nada y, posteriormente, reconstruir la personalidad en base a valores más amorosos y adaptativos"

Otra de las grandes escuelas es la llamada “terapia psiquedélica” (“manifestar la mente”). Los ingredientes que la definen son el uso de dosis altas de LSD (300-500 µg o más) y un número reducido de sesiones. Este modelo se desarrolló a partir de las observaciones de personas adictas al alcohol que se curaban cuasi milagrosamente después de una experiencia psiquedélica en la que experimentaban la muerte del ego, la trascendencia y una experiencia que podía denominarse mística. Estas observaciones fueron hechas por Abram Hoffer y Humphry Osmond en el hospital de Saskatchewan, en Canadá. Resulta curioso que el punto de partida de estos autores no era provocar una experiencia mística en sus pacientes alcohólicos, sino todo lo contrario, una experiencia aterradora, basándose en la idea de que algunos alcohólicos dejan de consumir tras sufrir un delirium tremens. Así, buscaban inducir este delirium tremens a través de una sustancia psiquedélica, pero lo que se encontraron es que algunos pacientes tenían experiencias místicas, y precisamente estos eran los que mejores resultados terapéuticos obtenían.

Por tanto, el objetivo de la terapia psiquedélica es crear las condiciones óptimas para que pueda producirse una experiencia de muerte del ego seguida de una experiencia mística. Vemos que la intención al utilizar la sustancia psiquedélica es completamente distinta a la de los autores psicolíticos, y que el foco está totalmente en la experiencia y no en la psicoterapia. Si para los autores psicolíticos lo que curaba era el progresivo desvelado de la psique, para los clínicos psiquedélicos la curación radica en tener una experiencia mística.

Los métodos utilizados para tratar de incrementar las posibilidades de que ocurra una experiencia mística fueron desarrollándose a lo largo del tiempo, pero fueron influenciados de una forma definitiva por un curioso personaje, Al Hubbard (no confundir con Ron Hubbard, el creador de la cienciología). Al Hubbard, ingeniero autodidacta, charlatán, contrabandista, agente de la CIA y los servicios secretos canadienses, terapeuta underground, visionario, investigador…, es un personaje, como dicen en inglés, larger than life. Jamás sabremos toda la verdad acerca de él, pero sí que le debemos en gran medida la forma en la que se llevan sesiones psicodélicas en la actualidad (salas de tratamiento bonitas y confortables, ojos cerrados, música agradable, acompañamiento terapéutico durante la sesión y la idea de la importancia de las experiencias trascendentes).

Los pioneros de Spring Groove, quizás el mayor experimento psiquedélico de aquellos tiempos, entre los que se incluyen Stan Grof, Bill Richards, Walter Pahnke, Charles Savage, Albert Kurland, Richard Yensen, entre otros, utilizaron los principios de la “terapia psiquedélica”.

Abrazos psiquedélicos

Joyce Martin y Pauline McCrick propusieron un método de terapia psiquedélica denominada “terapia anaclítica”, del griego anaklinein, ‘reclinarse’, ‘apoyarse’. En el contexto psicoanalítico, se denominan necesidades anaclíticas las privaciones emocionales que recibimos cuando éramos pequeños, y según esta escuela pueden tener un profundo impacto traumático en el desarrollo de nuestra vida psicológica. En sesiones psiquedélicas, algunas personas podían revivir esos episodios, y Martin y McCrick asumían entonces un rol maternal. Abrazaban durante horas a los pacientes para poder satisfacer y sanar aquellas necesidades tempranas.

Las terapeutas se tumbaban junto con los pacientes y se fundían en un abrazo, mientras imitaban movimientos maternales y daban caricias. Algunos pacientes llegaban a experimentar una suerte de experiencia mística en la que se fundían con la Madre Divina.

Las dosis utilizadas en este tipo de tratamiento eran de entre 100 y 200 µg de LSD. Martin y McCrick describieron sus métodos con detalle, y, ¡oh, sorpresa!, se generó un intenso debate y rechazo por parte de algunos sectores psicoanalíticos. Esta controvertida técnica, que busca reparar esas necesidades tempranas a las que podemos acceder en momentos de profunda regresión, no alcanzó nunca demasiada popularidad.

Hipnosis

Otra aproximación que tuvo un recorrido relativamente breve fue la denominada terapia hipnodélica. Es decir, la combinación de hipnosis durante las sesiones psiquedélicas. En este modelo, el terapeuta adquiere un rol mucho más activo y directivo, pues es quien tiene que hacer las sugestiones e inducciones hipnóticas, antes, durante y después de la sesión. Este modelo fue desarrollado por Levine y Ludwig, pero no fue replicado por otros autores.

Locura, caos, muerte y trascendencia. La psicosíntesis de Salvador Roquet

Salvador Roquet fue un psiquiatra mexicano que desarrolló una forma de trabajar con sustancias psiquedélicas completamente distinta a lo visto hasta entonces denominada psicosíntesis.

Para Roquet, las experiencias místicas y de fusión oceánica que tenían muchas personas bajo los efectos de los psiquedélicos no eran sino proyecciones narcisistas de la mente sin ningún valor terapéutico, y que por tanto debían evitarse a toda costa. Para alcanzar la verdadera experiencia mística había que desarmar las defensas psíquicas, adentrarse en la propia locura, el caos y la muerte, llegar a la nada y, posteriormente, reconstruir la personalidad en base a valores más amorosos y adaptativos.

Para ello, Roquet diseñó un formato muy particular e influenciado por las prácticas chamánicas mexicanas. Las experiencias se realizaban en grupo, de entre quince y veinte personas, que era muy heterogéneo, tanto por edad, sexo y procedencia, como respecto al punto del tratamiento en el que se encontraban; algunos estaban en su primera sesión, mientras otros llevaban decenas. El programa incluía una sesión mensual, durante un ciclo de diez o veinte meses. En cada sesión, la persona tomaba una sustancia distinta (LSD, hongos mágicos, datura…) en una progresión determinada. Roquet fue quizás el primero en llevar la atención a los usos terapéuticos de la ketamina, que utilizaba en su tratamiento de psicosíntesis tanto sola como en combinación con otras sustancias.

Durante la sesión se proyectaban imágenes con alto contenido emocional (que incluían escenas de naturaleza violenta y sexual, muerte, nacimientos, temas religiosos…) mientras se reproducían múltiples grabaciones de audio, música, sirenas y marchas militares. La intención era crear una sobreestimulación sensorial, para que las defensas psíquicas se resquebrajaran.

Vemos que el contexto es completamente diferente del propuesto por Hubbard y la terapia psiquedélica clásica, en la que el entorno era tranquilo, pacífico y orientado a tener una experiencia mística. Roquet quería llegar a la experiencia mística, pero pensaba que había que transitar el infierno primero, y para ello diseñaba un contexto cuanto menos sobrecogedor. O quizás no sea realmente tan distinto respecto a lo que pensaban en un inicio Hoffer y Osmond, buscando el delirium tremens psiquedélico. Y si me permitís, la sobreestimulación de Roquet no dista tanto de una pista de baile, del dancefloor del Boom Festival.

La forma en la que se utilizaron los psiquedélicos en el pasado, como vemos, no refleja tanto la naturaleza verdadera de estas sustancias, sino la comprensión que cada uno de estos pioneros tenía de ellas. Los métodos terapéuticos se diseñan en función de la creencia de cada terapeuta, y las experiencias y los contenidos emergentes se interpretan según la escuela de pensamiento de cada uno. La experiencia psiquedélica es poliédrica, y cada cara nos arroja una de sus cualidades y características. Si queremos comprender el fenómeno de una forma amplia, haremos bien en tratar de comprender los puntos de vista de los distintos actores implicados.

En estos tiempos de certezas categóricas, polarizaciones y reduccionismo epistemológico, mirar al pasado puede resultar muy fecundo. Pero miraremos también al presente y, ¡ojalá!, al futuro de la terapia psiquedélica. Pero esto, querido lector, lo veremos en el próximo capítulo.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #283

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