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Séneca, indeleble

No cultivó el género aforístico, pero toda su obra, y en particular las Epístolas morales a Lucilio, de donde procede nuestra cosecha, es una sucesión de relampagueantes sentencias, útiles preceptos y saludables advertencias.

Para Séneca, como para todos los sabios, desde Platón a Schopenhauer, desde Plutarco a Montaigne, la primera de las ciencias es saber vivir. Pero su meta, la perfección espiritual, aguarda solo al final de una larga y tortuosa carretera llamada deber, en cuyo curso las palabras se convierten en obras. Todo estaba ya en el estoico Séneca (Córdoba, 4 ac; Roma, 65 dc), a quien nada humano le fue ajeno. 

Persevera en la empresa única de hacerte mejor cada día. (V)

El sabio tiene en cuenta la razón de hacer las cosas y no el resultado. Los inicios están en nuestras manos; el éxito lo decide la fortuna. (XIV)

Es egregio aprender a morir, aunque acaso consideres innecesaria una ciencia que solo ha de usarse una vez.  (XXVI)

Ninguna servidumbre tan vergonzosa como la voluntaria. (XLVII)

Si alguna vez quiero divertirme con un fatuo, no tengo que buscarlo lejos: me río de mí mismo. (L)

En las enfermedades que aquejan al alma, quien menos las siente es quien está más enfermo. (LIII)

Sin dificultad no hay sutileza. (LVIII)

Lo que más nos impide avanzar es que enseguida nos sentimos satisfechos de nosotros mismos. (LIX)

No debes procurar que la gente hable de ti, sino ser tú quien hable contigo mismo. (LXVIII)

Es más digno aprender a morir que a matar. (LXX)

Una misma virtud vence la mala fortuna y gobierna la buena. (LXXI)

Nuestro propósito debe reducirse a decir lo que sentimos y sentir lo que decimos: que nuestra palabra concuerde con nuestra vida. (LXXV)

Cuántos ejercitan su cuerpo y cuán pocos su espíritu. (LXXX)

El dinero cae en ciertos hombres como una moneda en una cloaca. (LXXXVII)

¿Por qué educamos a nuestros hijos en las artes liberales? No porque procuren la virtud, sino porque disponen al alma para recibirla. (LXXXVIII)

No he dejado de considerar ningún día como el último. (XCIII)

Que ni dioses ni diosas permitan que la fortuna te prodigue sus delicias. (XCVI)

Si hubieras perdido un amigo, que es la mayor de las pérdidas, antes tendrías que alegrarte de haberlo tenido que afligirte por haberlo perdido. (XCIX)

Lo que importa no es que vivas mucho, sino que vivas bien; y a menudo vivir bien consiste en no vivir mucho. (CI)

La fama depende del juicio de muchos; la gloria, del de los mejores. (CII)

En un mismo prado, el buey busca la hierba, el perro la liebre, la cigüeña el lagarto. (CVIII)

El dominio de uno mismo es el máximo dominio.  (CXIII)

No debes aguardar recompensa por la acción justa: la mayor estriba en ser justo. (CXIII)

Alejémonos del terreno resbaladizo, pues incluso en el seco nos mantenemos en pie con dificultad. (CXVI)

Enséñame a resistir la tribulación sin lamentarme, y la prosperidad sin que sean otros los que tengan que lamentarse. (CXVII)

No existe ninguna diferencia entre no desear y poseer. (CXIX)

Una atareada pobreza ha usurpado el nombre de riqueza. (CXIX)

Nadie es bueno por azar; la virtud requiere aprendizaje. (CXXIII)

La muerte es la única ley igual para todo el linaje humano. (CXXIII)

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #322

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