En 1992, cuando España ultimaba los fastos del V Centenario del viaje de Colón a América, la Exposición de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, los ciudadanos de la Región de Murcia vieron cómo el gobierno central permitió y hasta alentó un desmantelamiento industrial que iría a dejar a miles de familia sin sustento. Esta crisis tuvo su cénit cuando, tras varias jornadas de disturbios, la Asamblea regional acabó en llamas. ¿Quién se acuerda de esos días de manifestaciones, de aquel tomar las calles que concluyó con un parlamento ardiendo? Sobre ese olvido nada casual se construye El año del descubrimiento, documental firmado por Luis López Carrasco y uno de los títulos que más han dado que hablar en los últimos meses desde que se estrenara en el Festival de Cine Internacional de Róterdam en enero del 2020.
Han pasado casi treinta años desde esos incendiarios disturbios vividos en Cartagena, pero, como subraya la tesis de El año del descubrimiento, el pasado resuena con fuerza en nuestro presente. Los problemas actuales provocados por la gran recesión del 2008, germen asimismo de las nuevas olas reaccionarias de ultraderecha que amenazan el statu quo europeo, provienen, nos dice López Carrasco, de una serie de conflictos concluidos de malas maneras hace casi treinta años y que, de algún modo, son en nuestro país también consecuencia de la denominada cultura de la transición, en la que todo se deshizo para que todo siguiera igual.
López Carrasco ya abordó en su debut en el largo El futuro el imaginario de la transición y ahora se atreve con el año sagrado de 1992 a partir de una de sus historias invisibilizadas por el gran relato oficial. Si en su primera película el director murciano nos trasladaba a una fiesta, en una cinta de narración y plástica experimental, en la que nos ocupa nos lleva a un bar en Cartagena, La Tana, para ver y escuchar testimonios, conversaciones e interacciones de más de cuarenta y cinco personas de distintas generaciones, pero pertenecientes a la clase trabajadora: operarios, dependientas, camareros, profesoras, amas de casa, gente en paro. El resultado del experimento toma la forma de un épico documental en el que el pasado y el presente se mezclan indistintamente, como si fuera un sentido fresco de la clase obrera de las tres últimas décadas.
Cuenta López Carrasco que el guion de El año del descubrimiento era muy básico: “Una serie de temas de conversación, una serie de historias que nosotros ya conocíamos y que queríamos que nos las volvieran a contar, y un diseño de grupos de debate, es decir, que ciertas personas interactuaran y conversaran con otras personas diferentes a ellas”. Y confiesa: “Ese fue el mayor quebradero de cabeza, pero sabíamos que podían suceder cosas nuevas e impredecibles”.
Las historias que se cuentan en la película son estremecedoras, relatos de unas condiciones de vida que hoy nos parecen impensables pero que continúan siendo la realidad de muchas personas: “Conocí el trabajo antes que el amor, antes que el sexo”, confiesa uno de los protagonistas del documental.
Un cine al servicio de la reivindicación obrera
Tras estrenarse, proyectarse y hasta agotar entradas en varias salas de cine seleccionadas de nuestra geografía, a pesar de las restricciones de la pandemia, El año del descubrimiento podrá verse a partir de marzo del 2021 en la plataforma Movistar+, justo a tiempo para conocer si finalmente el trabajo de Luis López Carrasco logra el Premio Goya al Mejor documental español del año, al que está nominado junto a otros filmes notables de esta temporada, como My Mexican Bretzel, de Nuria Giménez Lorang, y Anatomía de un dandy, el retrato sobre Francisco Umbral a cargo de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega. El galardón, si llega, ayudará a que la sólida trayectoria del director murciano, construida en el circuito del cine independiente y de festivales, se abra un poco más al gran público.
Más allá de sus méritos cinematográficos, la excelente aceptación que ha tenido El año del descubrimiento vuelve a poner en primera plana la tradición del cine militante en nuestro país. Se señalan los años del tardofranquismo y la transición como uno de los momentos más activos de este tipo de producciones, ya que el número de colectivos que se volcaron en la oposición política al franquismo utilizando las herramientas cinematográficas son muchos y diversos. De esos colectivos, asimismo, surgen varios nombres destacados: Llorenç Soler, Antoni Padrós, Helena Lumbreras, José Maria Siles y Fernando José Romero, entre otros. Con todo, vale la pena mencionar dos obras que ya forman parte del canon y que están estrechamente vinculadas, por una razón u otra, a la película de López Carrasco: Numax presenta… (1980), un filme dirigido por Joaquim Jordà, e Informe general sobre unas cuestiones de interés para una proyección pública (1976), de Pere Portabella.
Los años han situado la cinta dirigida por Jordà como paradigma de un modelo de cine al servicio de la reivindicación política obrera. En este filme se describe la experiencia de autogestión de los trabajadores de la fábrica de electrodomésticos Numax cuando los propietarios, dos alemanes refugiados en nuestro país en los años cincuenta por su dudosa filiación con el nazismo, intentaron cerrar de manera irregular el negocio. El dinero recaudado como caja de resistencia sirvió para que los trabajadores de Numax realizaran esta película en la que cuentan su historia.
Por su parte, en Informe general..., disponible en la plataforma Filmin, Pere Portabella abordó el difícil reto intelectual de debatir el paso de una dictadura a una democracia a partir de una película que desde las técnicas de la ficción retrataba las contradicciones del país. No por casualidad Portabella quiso dar continuación años después a aquella película: en Informe general II: el rapto de Europa (2015), Portabella se sumó a la agitación social post 15-M, y en plena crisis de valores del continente a causa de la bancarrota de Grecia, para recuperar la imagen cinematográfica como elemento de apoyo de una hipotética transformación social.
Una lucha colectiva
Coincidiendo, asimismo, con un estado de ánimo político muy concreto que se dio en la anterior década, Portabella no ha sido el único veterano que se ha preocupado por filmar las movilizaciones políticas más recientes. Basilio Martín Patino, cuya celebrada cinta Canciones para después de una guerra (1976) provocó algo más que la ira de Carrero Blanco, se acercó a la acampada de Sol durante los días del 15-M del 2011 para plasmarlos en Libre te quiero (2012), mientras que los meses de protestas en Madrid y también en otras ciudades del globo han quedado asimismo registradas por cineasta internacionales como Sylvain George (Vers Madrid, 2012) o Tony Gatlif (Indignados, 2012).
El cine, de hecho, ha sido prolijo a la hora de intentar retratar el malestar social global de la última década, ya sea a partir de documentales como Mercado de futuros (2011), de Mercedes Álvarez, o Ciutat morta (2013), de Xavier Artigas y Xapo Ortega, 2013), así como a partir de ficciones: algunas tratando la cuestión de los desahucios, como Techo y comida, de Juan Miguel del Castillo, y Cerca de tu casa (2015), de Eduard Cortés, (2015), otras preocupadas por lo política desde posiciones más íntimas y menos reivindicativas, como VidaExtra (2013), de Ramiro Ledo.
No cuesta, de todos modos, trazar paralelismos en lo cinematográfico entre el cine militante de la transición y el del 15-M, máxime cuando en estos años se han sucedido ciclos en museos y salas de cine especializadas confrontándolos. Lo remarcable de todo ello, sin embargo, es cómo parte de las nuevas voces del cine han conseguido recuperar ese espíritu combativo y realizar películas que no tienen miedo a decir las cosas –políticas– por su nombre. El año del descubrimiento, en este sentido, habla de la lucha por los derechos laborales y por lograr cierto bienestar social mediante un mensaje unívoco, en el que todos y todas estamos implicados.