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El eterno regreso del vampiro

Del catálogo de criaturas de la noche, pocas poseen un poder de atracción tan fuerte como la del vampiro. La nueva versión de Nosferatu, a cargo de Robert Eggers, confirma su vigencia.

Nosferatu, el príncipe de las tinieblas, el vampiro cinematográfico nacido de la mente del cineasta alemán Friedrich W. Murnau, celebró en 2022 su centenario convertido en un icono fascinante.

Para el teórico y director de cine francés Alexandre Astruc cada fotograma de Nosferatu. Una sinfonía del horror “está bordeado de muerte” y no hay duda de que son pocas las figuras que mantienen a sus cien años el aura del Conde Orlok. Transmutación del Drácula de Bram Stoker que Murnau concibió para sortear problemas de copyright, la familia del autor intentó liquidar a este monstruo mediante demandas judiciales y la consecuente orden de que se quemaran todas las copias del filme. Contra todo pronóstico, la película sobrevivió a esta y otras vicisitudes, incrementando con el tiempo su poder de atracción e influencia.

El estadounidense Robert Eggers es uno de los cineastas contemporáneos que más le debe a Murnau y al Conde Orlok. Lleva años queriendo realizar una nueva película de este clásico del cine de la República de Weimar, y, ahora, cuando han pasado 45 años desde que el carismático Werner Herzog filmara en 1979 la segunda versión de esa obra, con el apabullante Klaus Kinski en el papel del vampiro, ha logrado su acometido.

El remake que propone es una actualización del mito a partir del terror angustiante y apesadumbrado del que ha hecho gala en anteriores trabajos y a todas luces su Nosferatu teñirá aún más de negro el solsticio de invierno, porque la cinta se estrena en las salas de cine justo con la llega del frío: el mismo día de Navidad.

La leyenda negra de una obra maestra

El eterno regreso del vampiro

Lily-Rose Melody Depp, hija de Johnny Depp y de Vanessa Paradis, encarna el papel de Ellen Hutter en la película de Robert Eggers.

El vampiro ha viajado del folclore al cine, pasando por la literatura universal, bajo la imagen de antihéroe romántico, como una figura entre los vivos y los muertos, atravesada por la fatalidad, sexualmente voraz y contraria a los valores de la recta moral victoriana decimonónica.

Así aparece en El vampiro (1819), de John William Polidori, y en Drácula (1897), de Stoker, los dos principales literatos que transformaron en un atractivo y trágico aristócrata del ultramundo a una de las muchas leyendas de la cultura popular centroeuropea.

Con esos antecedentes, lógico que el excéntrico y misterioso Murnau, nacido el 28 de diciembre de 1888, mostrara su interés y quisiera hacer una película. Pero, por si no fuera suficiente con una criatura tan ominosa como protagonista, todo lo que rodea la producción de Nosferatu. Una sinfonía del horror es igual o más enigmático que el monstruo que la protagoniza.

Escenas de Nosferatu (2024).

Escenas de Nosferatu (2024). Arriba, entre las llamas, Willem Dafoe; sobre estas líneas, Nicholas Hoult y Aaron Taylor-Johnson, y, descendiendo la escalera, Lily-Rose Melody Depp.

Nosferatu fue producida por la compañía Prana Film, fundada en 1921 por el empresario Enrico Dieckmann y por el artista Albin Grau. Prana en sánscrito significa energía cósmica y Grau fue un conocido ocultista y miembro de la logia rosacruciana berlinesa Pansophi y de la logia Fraternitas Saturni. A él, de hecho, se le considera responsable de la atmósfera y espíritu siniestro del filme gracias al diseño de los sets, el vestuario, los storyboards, los materiales promocionales o el aspecto demacrado del Conde Orlok. El guionista Henrik Galeen, en quien se apoyó Murnau para esquivar el pago de derechos de autor y germanizar la historia original para hacerla más accesible al público alemán, también fue un practicante de las fuerzas oscuras.

De este modo, en vez de la Inglaterra victoriana, Galeen ambientó Nosferatu en una ficticia ciudad portuaria del norte de Alemania llamada Wisborg. También modificó los nombres de los personajes: Drácula pasó a ser el Conde Orlok; Jonathan Harker, Hutter; y la joven Mina Murray, Ellen Hutter. Otro añadido de Galeen fue la idea del vampiro como portador de la plaga a través de las ratas y se dice que por ello la cinta se llamó Nosferatu, derivación del término griego ‘nosophoros’, que significa portador de plagas. Una última y relevante aportación fue la muerte del vampiro cuando se expone a la luz directa del sol, que no aparecía en la novela de Stoker.

Pero, aparte de las filias con las fuerzas ocultas de la naturaleza de buena parte del equipo creativo, Nosferatu. Una sinfonía del horror le debe su atmósfera siniestra a su actor protagonista, el veterano Max Schreck, cuyo apellido significa literalmente ‘susto’. Aunque tuvo muchos otros papeles en el teatro y en la pantalla, repitiendo al año siguiente con Murnau en Las finanzas del gran duque (1924), Schreck ha pasado a la historia del cine por su rol del espeluznante Conde Orlok y por el misterio que rodea su vida. Existen pocos datos de su infancia, de sus años de formación y de su carrera posterior, y toda esa falta de información dio pie a numerosas historias sobre su figura. Se decía que era un vampiro al que Murnau había pagado para que se metiera en la piel de Orlok y ese rumor, de hecho, es el principal hilo narrativo de La sombra del vampiro (2000), de Edmund Elias Merhige, que fabula sobre el rodaje de la película, cuando se extendió la idea de que varias personas del equipo habían desaparecido en circunstancias extrañas.

Un ‘Nosferatu’ para el siglo XXI 

Un ‘Nosferatu’ para el siglo XXI

No deja de ser peculiar que el siglo XXI se inaugurara con esta cinta de E. Elias Merhige con Willem Dafoe como el vampiro del que se sirve Murnau, John Malkovich en la cinta, como si esa relectura expandiera todavía más la leyenda negra que rodeó la producción, en vez de aclararla. Tampoco ha contribuido a esclarecer los hechos que el cráneo de Murnau todavía siga sin aparecer tras ser sustraído en 2015 de su tumba familiar en el camposanto de Stahnsdorf, a unos 20 kilómetros de Berlín.

Así las cosas, cuando Eggers afronta batirse casi cara a cara con el Conde Orlok y rehacer Nosferatu, también lo hace con un siniestro y alucinante legado que va más allá de lo meramente cinematográfico. Lo cierto es que la relación de Eggers con el vampiro interpretado por Max Schreck viene de lejos, cuando de niño se obsesionó con las películas de terror clásicas de Universal y Hammer Studios, como revelaba ya en 2016 en un podcast de IndieWire. “Vi una foto de Max Schreck como el Conde Orlok en un libro de mi escuela primaria y perdí la cabeza. Más tarde, cuando tenía 17 años, dirigí la obra de teatro del último curso [sobre] Nosferatu”, contaba. “Era muy expresionista, mucho más que la película. Era del estilo de El gabinete del Dr. Caligari”.

Puede que estas líneas nos den algunas pistas de lo que podemos esperar de este Nosferatu que pretende llevar el terror gótico a otro nivel. Desde la distribuidora apenas han distribuido imágenes de la película y han sabido mantener el secretismo en torno a la imagen de Bill Skarsgård como Conde Orlok, más allá de dos o tres declaraciones del director: “Hemos llegado hasta Edward Cullen, en un momento en que los vampiros no dan miedo. Entonces, ¿cómo le damos la vuelta a eso? Los vampiros daban tanto miedo que la gente desenterraba cadáveres, los troceaba y les prendía fuego. Creo que nos merecemos de nuevo un cadáver maloliente que dé miedo”, contaba en Total Film. Junto al actor escandinavo, en Nosferatu le acompañan en el reparto Nicholas Hoult como Hutter y Lily-Rose Depp en el papel de Ellen, además de Willem Dafoe, Emma Corrin, Aaron Taylor-Johnson, Simon McBurney y Ralph Ineson.

Robert Eggers y los cuentos oscuros de nuestro folclore

Robert Eggers y los cuentos oscuros de nuestro folclore

Casi inmediatamente después del éxito de La bruja (2015), el magnífico debut de Eggers en el cine con el que logró el premio a la Mejor dirección en Sundance de 2015, se anunció que dirigiría un remake de Nosferatu. Pero al cineasta de New Hampshire afincado en Brooklyn no le pareció conveniente que su segunda película se batiera con una leyenda como Murnau, así que ha tenido que pasar casi una década para que lograra tal acometido. Desde entonces, hemos visto a Eggers modelar con integridad y ambición una trayectoria que siempre ha confiado en el cine de género, renovando sus presupuestos desde una visceralidad muy plástica y a la vez con miras en el gran público. 

Sus intereses como cineasta son muy claros: ahondar en el terror de los mitos a partir de fábulas de corte histórico recreadas con el máximo de autenticidad posible. Si La bruja, protagonizada por Anya Taylor-Joy, regresaba al imaginario del puritanismo de los primeros colonos de Estados Unidos para enfrentarse a la imagen del diablo, en El faro (2019), con Willem Dafoe y Robert Pattinson, viajaba a algún momento del siglo XIX con el fin de escenificar la enajenación y las dinámicas de poder de dos perfiles masculinos completamente opuestos. 

Con El hombre del norte (2022), Eggers tuvo que vérselas con un presupuesto de noventa millones de dólares, un reparto de estrellas formado por Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy y Ethan Hawke, entre otros, un remontaje exigido por el estudio, un estreno opacado por las restricciones de la postpandemia y un público que no acabó de conectar con la relectura del mito vikingo de Amleth, el precedente del Hamlet shakesperiano. Esa cinta llegó a consumir dos años de su vida –“Ninguno de nosotros estaba preparado para hacer esta película”, le confesaba a Richard Brody en las páginas de The New Yorker–, pero le preparó, qué duda cabe, para lo que estaba por venir, ese Nosferatu que le ha de consagrar como el gran renovador de nuestro folclore más oscuro.

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