El psicodélico Terry Gilliam vuelve a intentar llevar a buen puerto su proyecto más querido, ese Quijote maldito que ahora revive con producción española y un rodaje en Toledo que arrancó hace unas semanas. Recordamos el anterior intento de Gilliam y otros tres casos de rodajes igualmente legendarios por megalomaníacos y catastróficos, todos ellos recogidos en sendos documentales en los que el making of deviene mareante recuento de daños, vertiginosa crónica de sucesos.
Coppola y ‘Apocalypse Now’: “¡El horror, el horror!”
“No es una película sobre Vietnam. Es Vietnam. Es tal y como fue, es una locura. Y la forma en que la hicimos fue muy parecida a la forma en que los americanos fueron a Vietnam: estábamos en la selva, éramos demasiados, teníamos acceso a demasiado dinero y demasiado equipo y, poco a poco, perdimos la razón”. Así describía Francis Ford Coppola en 1979 Apocalypse Now, su versión de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. No exageraba. Lo exagerado había sido un rodaje en Filipinas que debía durar 16 semanas y se alargó 238 días, que degeneraron en un calvario como hecho a medida de un cineasta bigger than life.
El descontrol no tardó en tomar las riendas. Tras una semana de rodaje, el director prescindía de su protagonista, Harvey Keitel. Y su reemplazo, Martin Sheen, sufrió un infarto. En medio, un tifón, continuas reescrituras, peleas con el Ejército filipino –que cada día mangoneaba a su antojo los helicópteros y los pilotos que se suponía que había cedido para la escena del ataque aéreo al ritmo de las valkirias wagnerianas– y un presupuesto desbocado. Normal que los actores rodaran muchas de sus escenas puestos de todo. Coppola se empeñó hasta las cejas y tiró para adelante contra viento y marea. Incluso cuando irrumpieron un Dennis Hopper incapaz de memorizar sus líneas y un Brando demasiado gordo e intervencionista, sobre todo para cobrar tres millones de dólares por tres semanas de trabajo.
La mujer de Coppola, Eleanor, rodó material documental durante toda la filmación y, de paso, grabó conversaciones con su marido en las que afloran las dudas y los miedos de un cineasta por momentos al borde del colapso nervioso. Esos documentos son la base de Corazones en tinieblas (Fax Bahr, George Hickenlooper, 1991), en donde averiguamos que la cosa podía haber sido peor: la primera idea de Coppola y su guionista y amigo John Milius había sido ir a rodar la película en 16 mm a Vietnam, todavía en plena guerra, y con George Lucas como director. Por supuesto, nadie quiso financiar el suicidio.
Apocalypse Now, la mirada más psicodélica y alucinada jamás lanzada sobre Vietnam, ganó dos óscares y triunfó en Cannes y en taquilla, así que Coppola se salvó de la bancarrota. Pero no atendió al aviso y se arruinó con la siguiente película. Y eso que, harto de aventuras selváticas, Corazonada la rodó íntegra refugiado en la seguridad de un estudio.
Herzog y ‘Fitzcarraldo’: sueños imposibles
“Es como la historia de Sísifo, la historia de un desafío a lo imposible”. Werner Herzog habla del argumento de Fitzcarraldo, pero la frase serviría igualmente para describir el tormentoso e inacabable proceso de creación de la que fue su película más difícil. Es decir, la más personal. Hablamos de un tipo que entiende el cine como una aventura, y la aventura como un duelo a muerte con las fuerzas ciegas y devastadoras de una naturaleza hostil.
Inspirándose en un episodio de la biografía de Carlos Fermín Fitzcarrald, que en el siglo xix desmontó un barco a piezas para moverlo a través de un istmo, el film cuenta la historia de un rico comerciante que quiere construir una ópera en medio del Amazonas y que en un viaje en busca de caucho para financiar su loco objetivo hace subir un barco por una montaña para poder acceder a otro río, única vía para hacer el camino de regreso.
Herzog se propuso rodar en plena jungla y haciendo subir efectivamente por un monte de verdad un viejo vapor de treinta toneladas. Y, por supuesto, nada salió como estaba previsto. Primero fueron las tensiones con la tribu de los aguaruna, que acabaron por quemar el campamento. El equipo tuvo que huir y el rodaje se paró más de un año. Y después, la disentería que contrajo Jason Robards, que encarnaba al protagonista. Robards, que nunca estuvo a gusto, lo dejó tras cinco semanas y con el cuarenta por ciento de escenas rodadas, y el nuevo parón obligó también a prescindir de Mick Jagger, el coprotagonista, que tenía compromisos musicales. Todo el metraje rodado por ambos fue destruido, salvo un par de breves escenas que aparecen en Burden of dreams (1982), el sabroso film testimonio que el documentalista Les Blank rodó durante la preparación de Fitzcarraldo.
Nada arredró al alemán. “Si abandono sería un hombre sin sueños. O vivo mi vida con este proyecto o la acabo con él”, dijo, y empezó de nuevo, ahora con su volcánico enemigo íntimo Klaus Kinski, cuyos arranques de ira tensaban la relación con los indios hasta el punto que, según Herzog, cójase con pinzas, dos de ellos se le ofrecieron para matar al actor. El ingeniero que diseñó el sistema de poleas para subir el barco por la colina, concebido para una pendiente de un veinte por ciento, renunció cuando Herzog le pidió que la inclinación llegara al cuarenta por ciento. “Hay un setenta por ciento de posibilidades de que falle”, dijo antes de largarse. Y falló, aunque no hubo víctimas. Sí hubo heridos graves en un accidente de avión, e incluso un par de muertos, si hacemos caso de Conquista de lo inútil, el alucinado diario de rodaje que el director publicó años después. El conquistador Herzog lo logró: subió su barco a la montaña, aunque el precio, el esfuerzo y el desgaste fueran desorbitados. “Si creyera en el diablo, diría que ha estado aquí”, dijo. Y puede que lo estuviera. Porque puede que el diablo fuera él.
Gilliam y ‘The man who killed don Quixote’: contra la realidad
Terry Gilliam lleva toda su carrera haciendo películas sobre Quijotes que luchan contra la realidad y escogen la locura y la fantasía, que es el lado por el que siempre se decanta el ex Monty Python. Pero aún no ha conseguido acabar su película maldita sobre el Quijote, como tampoco lo logró nunca Orson Welles.
Gilliam, que en el 2000 afrontaba el rodaje de su proyecto más querido tras una década de planes, ya había tenido su Apocalypse Now particular con Las aventuras del barón Munchausen, que le convirtió en un apestado pero también en un cineasta más prudente. De todos modos, se mueve siempre en terreno pantanoso: su imaginación desbocada es demasiado atrevida para las grandes productoras que apuestan sobre seguro, pero precisa de presupuestos difíciles de conseguir fuera de Hollywood, lo cual obliga al malabarismo financiero. Un año antes de empezar a rodar, tuvo que rebajar el presupuesto de cuarenta a treinta y dos millones de dólares por la fuga de un inversor, lo que le dejó sin margen de maniobra. Y con la producción cogida con pinzas, la tostada no dejó de caer por el lado de la mantequilla.
El descorazonador recuento de desdichas que asolaron el proyecto lo recogen con pulcritud en Perdidos en La Mancha (2002) Keith Fulton y Louis Pepe, que iban a hacer un making of y se encontraron en un naufragio. El primer día de rodaje en España, Gilliam descubrió que la zona era sobrevolada por ruidosos F-16. El segundo, una tormenta destrozó el set. El sexto, Jean Rochefort, que interpretaba al Quijote, tuvo que dejar el rodaje. Tras semanas de incertidumbre, se le diagnosticó una doble hernia discal y la película se canceló.
Pero el quijotesco Gilliam no se rinde. Recuperó el guion de manos de la aseguradora y tras década y media salpicado por nuevos intentos fallidos, en marzo inició el rodaje en Toledo, ahora con Jonathan Pryce y Adam Driver como sus particulares Quijote y Sancho. La realidad, para él, nunca ha sido un obstáculo.
Richard Stanley y ‘La isla del doctor Moreau’: el director desaparecido
Cuando se publicó El corazón de las tinieblas, Herbert George Wells acusó a Joseph Conrad de haber plagiado La isla del doctor Moreau. Conrad replicó que su Kurtz no era, como alegaba Wells, un calco de Moreau, sino que se había inspirado en el explorador Henry Morgan Stanley. Casi un siglo después, el bisnieto del expedicionario, Richard Stanley, joven promesa del cine fantástico, se camelaba con esta historia a Marlon Brando. El hombre que había sido el Kurtz de Coppola había sido reclutado para interpretar a Moreau en una versión concebida por Stanley, fascinado desde pequeño por el libro de Wells, al que creía que nunca se le había hecho justicia en la gran pantalla.
Moreau superó a Apocalypse Now porque llegó un punto en que nadie parecía tener claro qué estaba haciendo, de modo que de los seis meses que duró un rodaje dantesco solo salió un producto informe
Stanley había convencido a la New Line para dar el salto a la primera fila con su proyecto, pero los productores pronto recelaron de él. Reforzando los ecos de Apocalypse Now, contrataron para ayudar con el guion a Michael Herr, que también había participado en el film de Coppola. Falto de experiencia para manejar una gran producción, Stanley, un excéntrico que cree en la brujería, pronto dio síntomas de verse superado por el reto. La renuncia a última hora de Bruce Willis; su sustitución por Val Kilmer, quintaesencia de la estrella caprichosa y volátil incluso en mayor medida que Brando, y el suicidio de la hija de este acabaron de cortocircuitar la película incluso antes de empezar a rodar.
Al tercer día de filmación en una remota isla australiana, y tras la marcha de Rob Morrow, otro de los protagonistas, la productora despidió a Stanley, que, en lugar de volver a Estados Unidos, desapareció. Le sustituyó el veterano John Frankenheimer, reclutado para intentar poner orden, pero fue peor el remedio que la enfermedad. Las tensiones entre el nuevo director y el equipo, entregado a fiestas salvajes para desahogarse, y entre Brando y Kilmer, compitiendo por ver quién hacía las peticiones más delirantes, fueron a más, y con ellas el descontrol y la cuenta de gastos. Stanley, tras semanas viviendo escondido en la zona, se infiltró en el rodaje como un extra, y aparece en la película disfrazado de uno de los mutantes semihumanos de la isla. David Gregory reconstruyó aquel maelstrom de desfase y mal rollo en Lost soul: el viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau (2014).
Puestos a medir la temperatura del caos, La isla del Dr. Moreau superó a Apocalypse Now porque llegó un punto en que nadie parecía tener claro qué estaba haciendo, de modo que de los seis meses que duró un rodaje dantesco solo salió un producto informe con plaza fija en todos los ránquines de peores películas de siempre. Coppola y Herzog pudieron, a pesar de todo, completar sus sueños delirantes, y Gilliam parece encaminado a lograrlo, pero la carrera de Stanley se ahogó para siempre en esa película maldita.