¿Puede una vaca ser la protagonista de un wéstern? Si seguimos a pies juntillas los códigos del género, tal y como lo definió cinematográficamente John Ford, su padre putativo, esa idea nos parecería una aberración. Pero si hacemos caso a las distintas modulaciones que ha vivido el género en los últimos treinta años, lo cierto es que no debería escandalizarnos que un rumiante sea el núcleo dramático de una película del Oeste. Mucho menos si nos atenemos a que detrás de esta historia y de esta protagonista está la mano maestra de la directora Kelly Reichardt.
Con First Cow, Reichardt firma su séptimo largometraje detrás de las cámaras. Decir que esta película consolida su nombre en el marco del cine independiente americano sería una obviedad, pero sí vale la pena recordar que llega a las salas de cine españolas este 21 de mayo con una buena ristra de premios acumulados: concursó en la Berlinale del 2020, antes de que la pandemia llegara para transformar nuestro mundo; ganó en el Festival de Gijón del año pasado el premio a la mejor película y lleva varios galardones de la variada crítica americana en la repisa; mientras que, a cierre de esta edición, estaba por ver si se hacía con los premios Indie Spirit a los que opta, entre ellos, los mejor película y dirección. Una serie de reconocimientos que, en suma, celebran los más de veinticinco años del cine desmitificador y de estilo sobrio practicado por la directora oriunda de Miami.
Reichardt ya había pisado el terreno del wéstern en Meek’s Cutoff, pero en First Cow regresa a este escenario a partir de una historia que subvierte las convenciones del género. Adaptación de la novela The Half-Life, de su guionista habitual, Jonathan Raymond –con quien ya había colaborado en Wendy and Lucy (2008), Meek’s Cutoff (2010) y Night Moves (2013)–, First Cow es la historia de una amistad forjada a espaldas de la violencia de la frontera de Oregón, cuando un amable cocinero de Maryland (John Magaro) le salva la vida a un avispado inmigrante de origen chino (Orion Lee) que huye de unos hombres que le persiguen. La película también es la historia de la primera vaca que viaja al continente americano, que transformará la suerte de este par de buscavidas. Y por último, First Cow es asimismo una vindicación de las historias mínimas que han forjado el devenir de Estados Unidos, alejadas de la épica pistolera que el mismo cine ha magnificado en mil y una películas.
Para empezar, aquí la epopeya crece alrededor de este par de antihéroes que confían en que su incipiente negocio de pastelitos les ayude a mejorar su situación económica. Desarraigados y sin un lugar donde caerse muertos, nuestros protagonistas aspiran a que el capital logrado con esos dulces sirva para poner en marcha un pequeño hotel en San Francisco. Una aspiración, como se ve, que nada tiene que ver con los aires de grandeza de los heroicos forajidos habituales del género. Tampoco es habitual en el cine del Oeste la manera con la que Reichardt filma a sus protagonistas: con una cadencia elegante, fijándose en sus gestos cotidianos, delicados y detallistas, como si quisiera mostrarlos atrapados en un mundo en el que no hay lugar para la calma.
En paralelo, First Cow acontece en su mayoría o en bosques frondosos o de noche, subvirtiendo la otra gran convención del wéstern: su querencia por los paisajes magnánimos y poderosos. Si el género hizo de Monument Valley el mejor escenario para cowboys y nativos americanos, Reichardt apuesta por un cine con los pies en la tierra en el que la belleza del paisaje tiene más que ver con cómo se relacionan sus personajes con su entorno. Con un formato 4:3, que subraya la verticalidad de los árboles en vez de la sempiterna línea del horizonte asociado al territorio del Oeste, la película incide, asimismo, en la idea de que el wéstern es algo más que una colección de postales fílmicas.
Sin duda, hay una posición política en esa resistencia en recorrer los lugares comunes de este género cinematográfico que han cultivado tótems del cine como el citado John Ford, además de Howard Hawks, Anthony Mann, Sam Peckhinpah, Sergio Leone y Clint Eastwood. A los ideales de masculinidad violenta ligados a las películas del Oeste, Reichardt opone los valores fraternales que hacen énfasis en los cuidados y en la protección. Del mismo modo, a las imágenes de un territorio por conquistar, que forman la base del pensamiento capitalista y neoliberal que entiende el paisaje como algo a colonizar y explotar, la cineasta urde una historia en la que las ambiciones van por otros derroteros.
Dos inquietudes en relación con el individuo y el entorno que Reichardt ha ido desplegando en todas y cada una de sus anteriores películas, ya sean wésterns, road-movies o miradas intimistas –e inquietantes– sobre la amistad masculina o sobre el mundo de las mujeres. Todos esos filmes, de una manera u otra, buscan ser visiones del pasado y del presente de Estados Unidos. “Me gustaría pensar que podría ir a otro lugar que no sea Estados Unidos y hacer una película –cuenta Reichardt en una entrevista de Katherine Fusco y Nicole Seymour. Y continúa–: Pero realmente no sabría cómo hacerlo en otro lugar. Me atraen las imágenes del cine americano y, sobre todo, me gustan los géneros de su cine, los géneros propiamente estadounidenses”.
‘River of Grass’ (1994)
El debut en el largometraje de Reichardt es “una road-movie sin la carretera, una historia de amor sin el romance y un noir pero sin crimen”, en palabras de la propia directora. Filmada en los paisajes pantanosos y fronterizos de Florida, River of Grass es la historia de Cozy, un ama de casa aburrida, y Lee, un joven sin oficio ni beneficio, a quien conoce de manera casual y con quien huirá tras un incidente con una pistola. Entre Malas tierras, de Terrence Malick, y Extraños en el paraíso, de Jim Jarmusch, la ópera prima de Reichardt es también una película que funciona como puente entre una manera de entender el cine independiente de finales del siglo xx y el que se practicará ya en las décadas por venir.
‘Old Joy’ (2006)
En su segundo largo, Reichardt volvía su mirada hacia los mundos masculinos con la historia de dos viejos amigos que se reencuentran para hacer una excursión por las montañas de Oregón. Sus vidas no pueden ser más contrarias: Mark (Daniel London) acaba de ser padre y Kurt (Will Oldham, también conocido como Bonnie “Prince” Billy en su faceta de cantautor) continúa con una vida errante y sin compromisos. La hermosa partitura instrumental de Yo La Tengo puntea los dos días de caminata y puesta al día de los protagonistas, cuya catarsis emocional está filmada por Reichardt como si de un documental se tratara: con distancia austera, sin intervenciones y sin apenas aspavientos.
‘Wendy and Lucy’ (2008)
De nuevo ubicada en Oregón, uno de los escenarios recurrentes en el cine de Reichardt, Wendy and Lucy posee unos mimbres narrativos mínimos y, sin embargo, su alcance dramático es mayúsculo: en su viaje hacia Alaska, donde espera conseguir un trabajo en una fábrica de alimentos, Wendy (Michelle Williams) pierde a su perra Lucy. La película, de profundo espíritu humanista, sigue la búsqueda desesperada de la protagonista por dar de nuevo con su can, en un recorrido que también nos habla de la precaria situación económica de los estadounidenses más humildes y de un paisaje que, tras los sucesivos procesos de deslocalización industrial, está vaciándose de significado.
‘Meek’s Cutoff’ (2010)
El primer tanteo de Reichardt en el wéstern dio como resultado un asombroso trabajo que habla de lo heroico en términos más cercanos a los retratos inquietantes de Werner Herzog que a los ejercicios habituales del género. Meek’s Cutoff sigue a una caravana de colonos cuando se pierden por los desérticos parajes de Nuevo México, y la situación le permite a la cineasta elaborar una película sobre la espera, las repeticiones y, en suma, sobre un tiempo opresor que parece ir en contra de los protagonistas. De nuevo con Michelle Williams en el reparto, la cinta plantea asimismo un revisionismo de los relatos de la conquista del Oeste, en clave feminista pero también como crítica de los clichés asociados a los relatos fundacionales del país.
‘Night Moves’ (2013)
Jesse Eisenberg, Dakota Fanning y Peter Sarsgaard interpretan en Night Moves a un pequeño grupúsculo de activistas ecologistas que planea hacer volar una presa. Con los thrillers de la década de 1970 como principal inspiración, Reichardt parece más interesada en realizar un estudio sobre las contradicciones y firmezas del activismo en pro del bien común, que en seguir la lógica narrativa y procedimental de las películas de acción y suspense político. Como indica el título, hay un elemento nocturno e inquietante que se mueve subrepticiamente en la tensa relación del trío protagonista, que la directora señala con un diseño de sonido sutil pero perturbador.
‘Certain Women’ (2016)
Basada en los textos de Maile Meloy, la sexta película de Kelly Reichardt es una exploración del amor y del deseo a partir de tres historias protagonizadas por mujeres. Laura Dern interpreta a una abogada que lucha con un cliente problemático que parece verla como un apoyo emocional en vez de como profesional; Michelle Williams hace de una madre que descubre lo lejos que está de su familia mientras ultima los preparativos para pasar un fin de semana en el campo, y Lily Gladstone interpreta a una solitaria ranchera, criada entre chicos y animales, que se enamora inesperadamente de su profesora de clases de derecho, una apocada Kristen Stewart, en uno de sus mejores papeles recientes.