Con Almas en pena en Inisherin, el cineasta vuelve a sus raíces en un melodrama a ratos tragicómico sobre dos amigos que dejan de serlo de un día para el otro. En el reparto, Brendan Gleeson y Colin Farell, protagonistas de su ópera prima En Brujas.
No hay que dejarse engañar por las bromas ocurrentes y las disrupciones narrativas ingeniosas que pueblan las obras del británico de origen irlandés Martin McDonagh (Londres, 1970), porque en todas y cada una de ellas subyace una visión del pathos humano tan ácida como conmovedora, capaz de reflejar con extraordinaria viveza la estupidez y la ternura características de nuestra especie, trazos de nuestra presencia en este mundo.
Con En Brujas (2008), su ópera prima, McDonagh dejó patente su buena mano para filmar y de paso reírse de personajes al borde la muerte, aquí con los rostros de Collin Farrell y Brendan Gleeson en el rol de dos asesinos a sueldo que recalaban en esa ciudad belga para esconderse tras un trabajo fallido. Su desafortunado tag line, que rezaba “Dispara primero. Haz turismo después”, podía conducir al espectador a la confusión, porque la película es, además de una comedia hilarante, una trepidante exploración de la culpa y el miedo, con una ciudad pensada en clave de escenario de purgatorio y con un plantel de secundarios tan surrealistas y locos como las fervientes pinturas de El Bosco que aparecen en pantalla, en cuyas imágenes se reflejan los pasmosos rostros de los protagonistas.
Ahora, Almas en pena en Inisherin puede verse como una expansión, al menos en espíritu, de algunas de las ideas de aquel debut, tal vez porque para su ya quinto largometraje McDonagh ha vuelto a reunir a Gleeson y Farrell en términos de extraña pareja al son de una perturbadora danza macabra. No obstante, la premisa de esta nueva propuesta no podría ser más contraria que la de En Brujas. Ambientada en una isla remota frente a la costa occidental de Irlanda durante los años de la guerra civil irlandesa de hace ya un siglo, Almas en pena de Inisherin cuenta la historia de dos amigos de toda la vida, Pádraic (Farrell) y Colm (Gleeson), que se encuentran en un callejón sin salida cuando Colm pone fin a su amistad de forma inesperada.
En apariencia más sosegada que En Brujas, el nuevo trabajo de McDonagh ahonda en el imaginario de Irlanda, con John Ford como faro guía, para ofrecer de nuevo una fábula sobre la condición humana donde la vida se mira en la muerte y la amistad en el odio más intenso. Cuando Pádraic haga todo cuanto esté en su mano por recomponer la relación, negándose a aceptar un no por respuesta, su antiguo amigo se verá obligado a darle un desesperado ultimátum, acelerando los acontecimientos hacia una resolución de consecuencias inesperadas.
Del West End londinense a los Oscar de Hollywood
"Almas en pena en Inisherin es una película sobre dos amigos, dos hermanos, enfrentados, y a la vez una reflexión sobre las cosas importantes de unas vidas constantemente al filo de la muerte"
Vale la pena echar la vista atrás y recorrer la trayectoria de McDonagh para intentar abordar el talento de este británico de origen irlandés en materia de urdir ficciones. Curtido y laureado en las tablas del West End londinense a lo largo de la década de 1990, con celebrados títulos como The Beauty Queen of Leenane, The Lieutenant of Inishmore o The Cripple of Inishmaan, el principal corpus teatral del dramaturgo está compuesto de dos trilogías que tienen en el condado de Galway y sus alrededores, donde pasaba las vacaciones cuando era niño, su escenario. La primera trilogía está ambientada en Leenane, un pequeño pueblo en la costa oeste de Irlanda, y consiste en The Beauty Queen of Leenane (1996), A Skull in Connemara (1997) y The Lonesome West (1997). Su segunda trilogía se desarrolla en las islas Aran, frente a la costa del condado de Galway, y consta de The Cripple of Inishmaan (1996), The Lieutenant of Inishmore (2001) y The Banshees of Inisheer, que nunca se ha publicado y cuyo título ha sido reciclado para su nueva película.
A pesar de la estupenda acogida por parte de crítica y público de su trabajo, McDonagh dio a principios de los años 2000 el salto hacia el terreno cinematográfico, en lo que para muchos fue interpretado como un movimiento natural. Primero, porque sus obras teatrales están repletas de guiños cinematográficos. Segundo, y como él se ha encargado de señalar, su pasión por el cine supera a la del teatro. “No es que no respete el teatro”, contaba en 1998 en una entrevista en la revista BOMB. “Soy lo suficientemente inteligente como para saber que una obra de teatro puede inspirar a una persona tanto como una película... [pero] el teatro no es algo que esté relacionado conmigo, desde un punto de vista personal, no puedo apreciar lo que estoy haciendo...”.
Lo que vino después ya forma parte de los anales cinematográficos: Oscar al mejor cortometraje de ficción en 2006 por Six Shooter (2004); inauguración en Sundance 2008 y éxito de público y crítica con En Brujas; consolidación de su relación con la taquilla con Siete psicópatas (2012); y ristra de premios, Globos de oro y Oscars de la Academia incluidos, con Tres anuncios en las afueras (2017), su celebrada incursión en el imaginario del Medio Oeste estadounidense a partir de la historia de una señora, una inmensa Frances McDormand, que contrata tres vallas publicitarias para denunciar la pasividad policial en el caso de la muerte de su hija. “Hacía tiempo que tenía en mente escribir un papel femenino fuerte, porque en mis obras de teatro puedes encontrar bastantes, pero no así en mis dos primeras películas”, contaba el cineasta en una entrevista en Deadline. “Pensé que sería liberador juntar esa idea de las vallas con un personaje femenino y que la persona responsable de las vallas fuera una madre. Una madre furiosa e inteligente, a la que no se le puede tomar el pelo”.
A vueltas con la violencia y la identidad irlandesa
No son pocos quienes apuntan a que McDonagh estará en la terna final de los premios de la Academia de Hollywood, con Steven Spielberg como principal contrincante gracias a su The Fabelmans. A todas luces, esta exploración de la amistad masculina y del enfrentamiento absurdo que propone Almas en pena en Inisherin merece ser reconocida como unas de las grandes películas del año. No solo por todo el trabajo artístico que hay detrás, con un Gleeson y Farell magníficos, sino también porque este trabajo supone una continuación y a la vez un giro del autor dentro de su trayectoria.
Si muchas de sus obras previas se embebían de la cultura de la violencia propia del cine de cambio de siglo, de las hermanas Wachowski a Quentin Tarantino, en una nueva vuelta de tuerca de la madeja del postmodernismo, con Almas en pena en Inisherin McDonagh parece viajar todavía más lejos en el tiempo con el fin de recuperar ciertas tensiones de la identidad irlandesa desde una puesta en escena clásica y austera. Si bien es cierto que la producción se vio afectada por la pandemia de Covid y las restricciones de los protocolos sanitarios, el aislamiento en el que parecen estar inmersos sus actores protagonistas casa a la perfección con unos personajes incapaces de ponerse en el lugar del otro. No es casual que la película ocurra en los años de la guerra civil irlandesa, cuando entre 1922 y 1923 el gobierno provisional pro-tratado con el Reino Unido y el IRA se enzarzaron en una guerra fratricida que culminó con miles de muertes, entre estos, figuras públicas como Michael Collins, Cathal Brugha, Arthur Griffith y Liam Lynch, en un país ya diezmado tras la Guerra de Independencia. “Pádraic elige ser bueno y su decisión también acarrea consecuencias devastadoras”, dice Gleeson sobre el personaje que interpreta Colin Farrell, en declaraciones proporcionadas por Fox Searchlight. “La Guerra Civil irlandesa fue una tragedia. Ese es el contexto de la película. Si analizamos e intentamos entender cómo las cosas pueden desquiciarse, puede que sepamos enfrentarnos a ellas y no tomar ese camino. Espero que la película recuerde a la gente que tomar decisiones malas o dañinas tiene un efecto duradero”.
Por otra parte, y a diferencia de películas como En Brujas o Siete psicópatas, la violencia en Almas en pena en Inisherin se sitúa en segundo plano en buena parte del metraje, y el duelo entre personajes que suele ocupar los filmes de McDonagh, réplicas de los duelos de pistoleros del western, creados en torno a una cultura de la imagen cinematográfica, posee aquí un cariz muy distinto, de raigambre folk, y con un alcance mucho más profundo de lo que la premisa deja intuir. Almas en pena en Inisherin es una película sobre dos amigos, dos hermanos, enfrentados, y a la vez una reflexión sobre las cosas importantes de unas vidas constantemente al filo de la muerte. “Colm ya no quiere perder el tiempo”, apunta McDonagh sobre esta cuestión. “Quiere dedicarse a las empresas artísticas: música o pensamiento y Pádraic es el que sale perdiendo de esa decisión”. No obstante, continúa McDonagh, “¿El trabajo es lo más importante en la vida? ¿Te dedicas totalmente a tu vida de artista y haces caso omiso de los amigos, los amantes o la familia? ¿No importan los cadáveres que dejes por el camino? Es un debate cuya solución no puedo ofrecer ni yo ni la película. No creo que tengas que ser una persona que se autoflagela, oscura u odiosa para dedicarte a cualquier tipo de arte, incluso un arte oscuro. Pero creo que la película explora ese interesante enigma”.