Amor al pesto
La alegría de la huerta
Ella era italiana y supongo que en este año que ha pasado no habrá dejado de serlo. No la veo desde aquel luminoso día en que la conocí en La Alegría de la Huerta, el primer restaurante cannábico de España. Al entrar hay una pequeña barra donde los que acuden solos pueden sentarse a comer.
Ella era italiana y supongo que en este año que ha pasado no habrá dejado de serlo. No la veo desde aquel luminoso día en que la conocí en La Alegría de la Huerta, el primer restaurante cannábico de España. Al entrar hay una pequeña barra donde los que acuden solos pueden sentarse a comer.
¿Quién acude solo a un restaurante cannábico? Más gente de la que pueda pensarse; yo, por ejemplo, lo hago a menudo, y ella, mi gran amor italiano, lo hizo aquel día. La gente que no ha pasado por aquí piensa que esto es como un bar, que un colocón en un restaurante cannábico es como una borrachera simpática en un bar. Pero no. Aquí se respeta la introspección, sin embargo, esa soledad de los borrachos que beben solos en los bares no te la encuentras. Una persona bajo los efectos de una buena comida cannábica busca la compañía de un igual para compartir el asombro del mundo. Y en esos trances, el desconocido se vuelve familiar, como si uno lo conociese de toda la vida.
–Buenos días –dijo con su acento italiano mientras se sentaba en la barra a mi lado. Yo también acababa de llegar y estaba esperando a que saliera Juanita de la cocina para cantarnos el menú y tomarnos la comanda–. Me han dicho que este es un restaurante de alta cocina cannábica. –En ese momento no la vi especialmente guapa; la típica chica extranjera que ha leído en la Lonely Planet la recomendación de La Alegría de la Huerta y quiere mediante la cháchara vencer su inseguridad de turista extraviada.
–Le han dicho bien. El mejor restaurante cannábico de España, por no decir el único. Aquí se trata de ir un paso más allá en la experiencia de ingerir THC, más allá del cutrerío de las pesadas trufas o magdalenas con sabor a alfalfa cruda. Juanita, también llamada “la Milagrosa”, siempre elabora platos muy trabajados, nada del típico bizcocho o la típica pasta al pesto.
–Una pasta al pesto cannábico hecha en España debe de ser lo peor de lo peor –dijo ella elevando la voz–. Los españoles no sabéis hacer la pasta, siempre os sale mórbida.
Algo debió escuchar Juanita que no tardó en presentarse con una fuente de barro tapada entre las manos y una sonrisa de malicia. Le preguntamos qué había de condumio y, ¡sorpresa!, destapó la fuente y tras una nube de vapor verdoso aparecieron unos tallarines chinos al pesto. Juanita se reía mientras soltaba que este era el plato único, que, como las lentejas, que o las comes o las dejas.
Nos lo comimos, claro, y fue una auténtica sorpresa comprobar que aquellos tallarines de arroz –“Ni siquiera son de sémola de trigo”, decía mi acompañante italiana– supieran tan deliciosos bañados por aquel pesto de embriagantes matices vegetales. “El sabor del verde”, dijo ella, y los dos estuvimos de acuerdo en que los colores pueden ser distinguidos por su sabor. Que el rojo de una sandía, un tomate y un pimiento tiene un matiz de sabor común. Que la albahaca y la marihuana encuentran en el verde su sabor. Cuando llegamos a este punto de la conversación, mientras rebañábamos con pan el pesto que había quedado en el plato, los dos estuvimos plenamente de acuerdo en que los piñones y los ajos en el fondo, más allá de su aparente blanco, eran de color y de sabor verdes. Cosas de la sinestesia; esa alegre confusión de los sentidos que provoca el subidón de THC.
Habría pasado hora y media cuando nos pusimos a reír a carcajadas. Qué guapa me pareció entonces: qué melena en movimiento, qué dentadura feroz, qué ojos desorbitados… Al poco me pidió que la llevara a mi casa, que necesitaba un poco de intimidad conmigo. Sé lo que están pensando, lectores calenturientos, pero se equivocan: nos bastó tumbarnos en la cama, quietos y cogidos de la mano. Un mismo colocón, un mismo latido. Eso fue todo. No nos hizo falta hacer el amor para sentirnos conectados, fuertemente conectados durante un tiempo indeterminado. Cuando me desperté ya no estaba allí. Una nota con un conocido verso dejó de despedida: “Verde que te quiero verde”.
Quizás el poder clarividente que tiene la marihuana consiste en levantar el velo que tiene lo ordinario y hacer que aquello que pasa desapercibido adquiera de pronto relieve: la belleza de lo invisible, lo extraordinario de lo cotidiano y la cercanía con lo desconocido. Sé que solo estuve con ella unas horas y que ya no la he visto más, pero nadie me podrá convencer de que lo nuestro no fue un gran amor. Este 14 de febrero volveré a La Alegría de la Huerta, a ver si a ella también le da por volver. Volver al verde, volver al amor.
Tallarines de arroz al pesto, de Juanita la Milagrosa
Ingredientes para 4 personas
- 400 gramos (100 por persona) de tallarines de arroz
- 2 tazas de albahaca
- 2 cucharadas soperas de piñones
- 2 dientes de ajo
- 4 cucharadas de aceite cannábico Olé Olé (véase Cáñamo, n.º 217)
- 2 gramos de marihuana limpia y triturada
- Pimienta negra recién molida y sal al gusto
Preparación
Lava y seca las hojas de albahaca. Ponlas en un mortero con los ajos, la marihuana y los piñones, y tritura bien la mezcla. Añade el aceite cannábico Olé Olé y sigue triturando hasta conseguir una pasta densa. Si no se dispone de aceite cannábico, se puede utilizar de oliva y habrá que subir la proporción de marihuana triturada a razón de un gramo por persona (léase la advertencia de la dosis correcta).
Cuando la salsa esté bien ligada déjala reposar 20 minutos, al cabo de los cuales puedes añadir la sal. Mientras la salsa reposa, pon agua en una cacerola y cuando rompa a hervir echa los tallarines. Cuécelos durante 2 minutos; al retirarlos del fuego y colarlos, no te olvides de pasarlos por agua fría para cortar la cocción y que los tallarines queden en su punto. Ahora ya solo tienes que añadir el pesto a la pasta, darle un golpe de calor y salpimentar al gusto. Los amantes del queso pueden añadir parmesano rallado o en virutas.
Y a comer.
Y a volar.
Se estima que medio gramo por persona si no es usuaria de cannabis es una dosis suficiente para sentir los efectos. Si eres consumidor habitual la tolerancia hacia la sustancia activa hará que necesites el doble: un gramo. No olvides que durante la digestión el THC se convierte en una molécula más potente que propicia una experiencia retrasada y hasta tres veces más intensa que con una cantidad similar fumada. El efecto tarda entre 30 y 90 minutos en mostrarse en todo su esplendor, y puede llegar a mantenerse hasta 8 horas.
Dado que no todas las hierbas son iguales y que todos somos diferentes, estos consejos sobre cantidades y efectos son orientativos. Es al comensal al que corresponde encontrar su medida. La prudencia siempre es buena consejera.
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