Cuando aún no se había acuñado el término de renacimiento psicodélico, allá por el año 1999, José Carlos Bouso (Madrid, 19681970) puso en marcha un ensayo clínico con MDMA para tratar el trastorno de Estrés Postraumático en mujeres víctimas de agresiones sexuales. Aquel fue el primer ensayo clínico de fase 2 autorizado con MDMA en el mundo y, aunque se interrumpió, supuso el arranque de una brillante carrera que tiene en su haber decenas de artículos sobre ayahuasca –la Fundación ICEERS, de la que es director científico, es la que más publicaciones académicas tiene sobre dicha sustancia–, así como numerosos estudios con cannabis, sobre el que escribió un manual divulgativo titulado Cannabis medicinal, de droga prohibida a solución terapéutica (Amat, 2019). Aunque hace unos años se fue de Barcelona, buscando tranquilidad, a vivir a Málaga, Bouso no para quieto. Recientemente terminó con éxito un ensayo clínico pionero con ibogaína para el tratamiento de la dependencia a opioides y también se ha implicado como director científico en Synaptica, un centro de salud mental especializado en terapia psicodélica, donde usan sobre todo ketamina.
Medicina psiquedélica. Manual para pacientes, clínicos, usuarios y curiosos (Kairós, 2025) condensa en sus más de 500 páginas el saber acumulado por José Carlos Bouso durante las últimas tres décadas de investigación.
Ha publicado libros como ¿Qué son las drogas de síntesis? (RBA-Integral, 2003), Ayahuasca y Salud (La Liebre de Marzo, 2013) o Psilocibes (Ultrarradio Ediciones, 2013), y yo destacaría la edición crítica de LSD, cómo descubrí el ácido y que pasó después en el mundo (Arpa, 2018), en el que casi se escribe un libro en paralelo al clásico de Albert Hofmann, con un despliegue de erudición que permite al lector entender la enorme importancia del fármaco y de su creador. Con todo, Medicina psiquedélica, manual para pacientes, clínicos, usuarios y curiosos (Kairós, 2025) es su libro más ambicioso hasta la fecha. No se me ocurre mejor título para acercarse al fenómeno de los psicodélicos y la salud mental que este ensayo en el que se tratan con profundidad y de forma amena el presente, el pasado y el futuro de las sustancias más destacables en esta revolución de la que el propio Bouso forma parte destacada. Es un manual de autor, donde el rigor y el afán divulgativo no le impiden tomar partido en los debates y tensiones existentes entre el uso médico y el uso comunitario.
Si quiere saber cómo y por qué la MDMA, la psilocibina, la LSD, la ketamina y la ibogaína salieron del laboratorio, conquistaron el mundo recreativo y psiconáutico para volver a ser considerados medicamentos contra el estrés postraumático, la depresión, los trastornos de ansiedad y otras tantas enfermedades, en este libro Bouso se lo explica, sin olvidarse de cómo, a la par, la ayahuasca, el peyote y otras plantas psicoactivas han experimentado con sus prácticas ceremoniales una gran expansión internacional. Los psiquedélicos, como dice el texto de la contracubierta, son los medicamentos del futuro inmediato para tratar problemas de salud mental, y este libro proporciona el conocimiento necesario antes de tomarlos y/o prescribirlos.
El subtítulo de Medicina psiquedélica indica que es un “Manual para pacientes, clínicos, usuarios y curiosos”. Es difícil pensar en otra categoría médica que precise dirigirse a un grupo tan heterogéneo de lectores. Lo que extraña en la enumeración es que los clínicos estén en el mismo lugar que los pacientes, por no hablar de poner en el mismo saco a usuarios y curiosos. Vayamos por partes, ¿por qué los clínicos están, en lo que a medicina psicodélica se refiere, tan poco informados?
Porque son sustancias que los propios clínicos han ayudado a estigmatizar. Como ha pasado con el cannabis, considerando que son sustancias que producen locura, que producen degeneración neuronal, que producen todo lo que nos han estado advirtiendo los clínicos que nos puede pasar si nos acercamos a estas sustancias. Que haya un viraje en los últimos años no quiere decir que sigan estando bien informados. Quiere decir que ha habido un cambio en la percepción social y médica de estas sustancias, pero ahora de quien tienen los clínicos la información es de la industria farmacéutica. O sea que siguen estando igual de desinformados que siempre. Y luego, se da la paradoja, como con el tema del cannabis, de que hay muchos usuarios o incluso muchos curiosos que saben mucho más que la mayoría de los médicos, que no han oído hablar de ello en su vida.
Una vacuna para la salud mental
José Carlos Bouso reivindica la calle como laboratorio privilegiado en el que estudiar el comportamiento humano. En la foto, en la plaza del Museo Reina Sofía, en Madrid, momentos antes de comenzar esta entrevista.
Dices que los psicodélicos hacen muchas cosas, pero destacas que lo primero y más básico que hacen es “potenciar el estrechamiento de los vínculos comunitarios”. Uno de los debates que atraviesa el libro confronta la medicina occidental –con su visión biomédica, individualizada del proceso de curación– y la medicina indígena animista. ¿Qué puede aprender un médico occidental de la práctica médica de un chamán?
Pues, quizá, que muchos problemas médicos no son médicos, que se dan soluciones médicas a problemas que no son médicos. Problemas sociales, ambientales, comunitarios, estructurales que se consideran como médicos sin serlo en origen. Otra cosa es que se le quiera buscar una solución médica. Pero, a veces, reducir por ejemplo un problema estructural a un problema toxicológico, como se hace cuando hay drogas implicadas, es un disparate. Las culturas ancestrales nos pueden enseñar que la salud no es solo un equilibrio homeostático, del organismo, sino un equilibrio en el que el individuo está alineado con la comunidad, el ecosistema y el territorio geográfico. Cuando uno de estos ejes se perturba, todo el sistema se desestructura, y el trabajo del chamán, del curandero, del maestro es reestructurar todo este sistema, no solo centrarse en el individuo. Por eso digo que los psiquedélicos sobre todo lo que hacen es fortalecer los vínculos comunitarios, porque estas sustancias, en los contextos animistas, se han utilizado siempre en grupo para, precisamente, fomentar la cohesión social y facilitar la adaptación de la comunidad al medio.
Decía Stanislav Grof que “Las drogas psiquedélicas, administradas convenientemente, pueden ser para la psiquiatría lo que el microscopio es para la biología y el telescopio es para la astronomía”. Tu libro da suficientes ejemplos que apoyan esta sentencia de Grof, pero ¿están los psiquiatras y los neurocientíficos al tanto de la revolución y progreso que significaría el uso de los psicodélicos para el estudio de la mente y el cerebro?
“Las culturas ancestrales nos pueden enseñar que la salud no es solo un equilibrio homeostático, del organismo, sino un equilibrio en el que el individuo está alineado con la comunidad, el ecosistema y el territorio geográfico. Cuando uno de estos ejes se perturba, todo el sistema se desestructura”
Ahora empiezan a enterarse. Tampoco me voy a meter mucho con ellos porque se está dando la vuelta al calcetín. Incluso tenemos la Sociedad Española de Medicina Psicodélica compuesta por psiquiatras en su mayor parte. Y el interés de algunos neurocientíficos por estas sustancias ha ayudado a que se vuelvan a reconsiderar. Pero, claro, es que el potencial de estas sustancias para entender racionalmente al cerebro es inconmensurable. Y si algún día a la comunidad científica le da por desempolvar el catálogo del PIHKAL y el TIHKAL, ahí dejó Shulgin un campo de investigación inmenso para muchas generaciones de neurocientíficos. Estamos hablando de sustancias como la DiPT, que solamente distorsiona la percepción de los armónicos, una herramienta por tanto cojonuda fabulosa para comprender la percepción musical.
¿En qué sentido la ebriedad psicodélica nos permite adaptarnos mejor al medio?
Fundamentalmente haciéndote ver que tú eres una insignificancia en comparación con la inconmensurabilidad de la existencia. Esto tiene su anverso, que es dar importancia, en esta insignificancia que somos, al hecho de estar vivos y a las pequeñas cosas de la vida, a las relaciones y a tu medio ambiente. También tiene su reverso peligroso, y es la inflación del ego, que nos creamos que por haber accedido a los misterios del universo somos los elegidos.
Aunque tú defiendes que las alucinaciones psicodélicas no son experiencias alienantes de la realidad, sino que permiten conocer la realidad en su dimensión más real, también puede suceder lo contrario, que la ebriedad nos enajene. Siempre se ha dicho de los consumidores de drogas que somos unos inadaptados…
Bueno, lo que son inadaptadas son las políticas de drogas que hacen que, para poder consumir drogas, tengas que moverte en mundos inadaptados y que, por eso, se te considere un inadaptado. Pero tanto tú como yo conocemos a multitud de usuarios de drogas que no son inadaptados, sino personas súper brillantes que han llegado lo más lejos que se puede llegar en sus carreras profesionales. Hablamos de jueces, catedráticos de universidad, incluso de policías. Decir que el usuario de drogas es un inadaptado es producto de una mirada sesgada, prejuiciosa y estigmatizadora. Y respecto a las alucinaciones, es terrible que baste que una sustancia se catalogue como alucinógeno para, sin ninguna consideración toxicológica más, entre en la lista 1 del convenio de fiscalización de sustancias psicotrópicas. ¿Cómo es posible? Para que algo pueda considerarse peligroso tiene que haber unas evidencias tóxicas, no solamente tener un nombre. Dan por supuesto que aquello que produce alucinaciones es tóxico por definición. Si así fuera, no estarían la LSD, la psilocibina y la MDMA en ensayos clínicos de fase 3, ni se estaría produciendo esta revolución en psiquiatría con estos fármacos que, dicho sea de paso, no son nuevos ni mucho menos. Si las alucinaciones de los psicodélicos no fueran adaptativas, no producirían ningún bien y no estarían a punto de comercializarse como medicamentos.
Al incluir entre los destinatarios de tu libro a usuarios y curiosos pareces dar a entender desde la portada que la medicina psicodélica es también para uso de personas sanas.
“Me llama la atención que muchos de los benefactores que están apostando por la medicalización, luego toman psicodélicos en ambientes comunitarios, van a ceremonias de ayahuasca y eventos por el estilo. Entonces está claro que ellos disocian muy claramente el potencial que tienen estas sustancias de los beneficios económicos que pueden obtener de ellas”
De hecho, me parece más interesante el uso de personas sanas que el uso de personas enfermas. Fijémonos en el cannabis, el ministerio solo va a autorizar su uso médico en dos o tres indicaciones, porque dice que no hay evidencia. Pero no hay evidencia suficiente porque los cannabinoides se consideran como segunda, tercera o cuarta línea de tratamiento. Si se utilizaran en primera línea, los canabinoides serían mucho más eficaces. ¿Por qué se le pide al cannabis que haga algo que los medicamentos habituales no hacen? Es una forma perversa de considerar una medicina. Con el tema de los psiquedélicos pasa lo mismo. Ahora se está poniendo el foco en la depresión resistente al tratamiento; no han funcionado los fármacos habituales y esperan a ver si un psiquedélico lo resuelve. A mí además me parece un error poner el foco ahí, porque la depresión resistente es un cajón desastre para tratar algo que ni los propios psiquiatras saben bien qué es. De hecho, hasta el nombre es confuso, da a entender que el paciente se resiste, cuando lo que sucede es que el fármaco no es eficaz.
¿Y por qué dices que es más interesante cuando la medicina psicodélica la usan personas sanas?
Me refiero a su uso entendido como una especie de vacuna de salud mental, para proteger a las personas del desarrollo de algunas patologías. Decir esto puede sonar aberrante, porque implicaría la creación de centros donde la gente normal y corriente, la gente sana, acude para tener experiencias con psiquedélicos que les ayuden a adaptarse mejor a su vida cotidiana o a estar más armónicos o a ser más felices. En realidad, esto es lo que está ocurriendo continuamente en las celebraciones de ayahuasca. Pero esta realidad se olvida, prefieren entender el fenómeno como movimientos sectarios y cosas oscuras. En ICEERS hemos hecho mucha investigación con gente que va a ceremonias de ayahuasca, y nuestra conclusión es que no van para curarse enfermedades. Algunas personas sí, pero, en general, la mayoría lo hace como un ejercicio más de autocuidado, igual que se hace deporte o que se practica meditación. Porque esto es lo que ofrecen muchas veces estas sustancias: formas de fortalecerse existencialmente.
MDMA, la droga total
Bouso con la estatua de Santiago Ramón y Cajal al fondo, en el patio del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid, durante el Psymposium sobre terapia psicodélica celebrado a principios de octubre.
Hablas de la MDMA como “la droga total”, ¿qué quieres decir con eso de la droga total?
Que sirve para todo, lo mismo sirve para una terapia, que sirve para una fiesta, que sirve para la comunicación entre colegas. La MDMA sirve para todos los procesos comunicativos humanos, heterocomunicativos e intracomunicativos. Es la droga total porque te da la mejor versión de ti mismo y la mejor versión de los demás. Te da la versión mejor del mundo y tu mejor versión existencial. Y cuando vuelves de la experiencia, consideras que esa experiencia ha sido real. Si cuando vuelves consideras que ha sido una fantasía, pues no sirve para nada. Lo que le da la utilidad es que cuando uno vuelve de la experiencia, la experiencia ha sido real.
Tú en el año 99, como doctorando en la Universidad Autónoma de Madrid montaste un ensayo clínico con MDMA en Madrid, el primer ensayo clínico de fase 2 para tratar con MDMA el síndrome de estrés postraumático. Financiado por MAPS y aprobado por el Comité de Ética del Hospital de La Paz y el Ministerio de Sanidad y con el aval del Comité de Investigación del Hospital Psiquiátrico de Madrid. Hasta la Agencia del Medicamento te concedió los permisos necesarios. Sin embargo, en mayo de 2022, cuando aún faltaba un año para concluir el estudio, tu iniciativa se fue al garete debido al escándalo mediático que se formó a partir de una noticia en El País titulada “Sanidad autoriza…
…un ensayo con éxtasis para terapias de violadas”. Me lo sé de memoria.
Aquella noticia, cuya publicación intentaste retrasar sin éxito, propició la intervención de la Consejería de Sanidad y del director de la Agencia Antidrogas de la Comunidad de Madrid, y clausuraron tu ensayo clínico. Tu conclusión es que aquel cerrojazo frenó la posible regulación médica de la MDMA en algunas décadas. ¿Qué crees que habría pasado si tu ensayo clínico se hubiera terminado en el 2003, como estaba previsto?
“La paradoja que estamos viviendo es que, por un lado, tenemos gente que maneja ceremonias en el plano comunitario que sabe mucho –porque se han entrenado en la Amazonía, se han preparado a conciencia y llevan muchos años–, y por otro, psiquiatras que no han tenido en su vida una experiencia con psiquedélicos, pero son los encargados de darlos en los ensayos clínicos. Entonces, ¿quién tiene más legitimidad? ¿Quién tiene más conocimiento sobre cómo manejar estas sustancias? Pues yo lo siento mucho, pero no son los psiquiatras”
Lo que hubiera ocurrido es que los resultados hubieran sido lo suficientemente buenos como para que me hubieran dejado hacer otro ensayo de fase 2 con un diseño más preciso y un número de pacientes más amplio. Estos resultados hubieran sido positivos y nos hubiéramos lanzado a un ensayo de fase 3. Mientras tanto, los estudios de fase 2 que se autorizaron unos años después en Estados Unidos, en Suiza, en Israel y en Canadá se hubieran sumado a los de fase 2 de aquí, o incluso, a lo mejor, hubieran podido saltar al de fase 3. En fin, el recorrido de la MDMA para ser reconocido como medicamento hubiera sido por lo menos la mitad de tortuoso de lo que ha sido y sigue siendo.
Y, en el plano personal, a lo mejor te habrías dedicado más a la investigación con MDMA que con ayahuasca, ¿no?
Claro. En el plano del bien común habría sido muy beneficioso y habríamos avanzado mucho. Respecto a mi recorrido personal, quizás me hubiera quedado encasillado en la MDMA y en el estrés postraumático. No voy a negar la dosis de sufrimiento que esto me trajo, porque fue una putada, pero, mira, las cosas me han ido bien. Tengo una experiencia tanto vital como profesional enorme, creo que he hecho todo lo que podía hacer. A lo mejor, si no me hubieran cortado el ensayo clínico, este hubiera sido un libro sobre MDMA y estrés postraumático, y no habría podido escribir como he hecho un libro sobre medicina psiquedélica en general.
Dices que has dedicado casi la mitad de tu vida profesional a la ayahuasca… Hay mucha gente que piensa que las drogas naturales son mejores que las drogas de síntesis, ¿qué opinas tú al respecto?
Que no es así, en absoluto. Sin ser un entusiasta de la ayahuasca, me ha tocado dedicarle la mayor parte de mi carrera profesional, cuando a mí lo que me hubiera gustado, y espero ahora poder retomarlo, es la investigación con MDMA. Lo que quiero decir es que yo no creo en absoluto que las drogas naturales sean mejores que las químicas. De hecho, el mecanismo de acción de la MDMA es mucho más natural que el de la ayahuasca. Mientras que en la ayahuasca son los principios activos de la planta los que hacen el efecto, la MDMA lo que hace es que se libere serotonina, con lo cual podríamos decir que es un procedimiento mucho más natural, aunque el vehículo sea químico. Esto de lo químico y lo natural son clasificaciones arbitrarias que carecen de rigor. Fíjate, los venenos más conocidos son naturales.
Conocimiento comunitario e ignorancia médica
Durante el Psymposium sobre terapias psicodélicas, con la doctora Tre Borràs y con el periodista Miguel Castejón al fondo.
Protestas en el libro acerca de que “las políticas públicas sobre las drogas siempre han creído a quienes menos experiencias tienen con drogas, despreciando las de los usuarios, precisamente por serlo”. Dejando a un lado la incompetencia criminal de los partidarios de la prohibición, en tu libro aparecen muchos casos de usuarios que saben muchísimo más que los médicos e investigadores y que con su experiencia señalan el camino a seguir. Pasa con el cannabis, con el MDMA, con el LSD y también con la ibogaína. ¿La psicodelia pone en cuestión a la autoridad médica?
“Para mí, los psicodélicos son herramientas que sirven para atravesar momentos liminales, de reencuentro personal y de reencuentro espiritual. Y por eso creo que también sirven de vacuna hacia todos los estresores que tenemos en el ambiente”
Sí, porque estamos en una paradoja. La ayahuasca, por poner un ejemplo, llegó a España hace 40 años como poco. Es decir, hay gente, mucha gente, que sabe mucho y muy bien sobre cómo manejar la ayahuasca. Sin embargo, el uso comunitario está perseguido. Hace unos años se creó en la Policía Nacional un grupo específico para perseguir a las sectas, con un correo electrónico para las denuncias, y se creó fundamentalmente para perseguir a las sectas de la ayahuasca, como si tal cosa existiera. En España el fenómeno de las sectas es un fenómeno muy marginal, muy raro y muy escaso, es decir, que el grupo policial se creó para perseguir las ceremonias de ayahuasca. Porque el uso comunitario de la ayahuasca está estigmatizado. Yo, como perito, he ido a muchos juicios para defender a mucha gente. El caso es que, como el modelo legitimado es el de la biomedicalización, el de coger un principio activo y meterlo en un hospital o en una consulta, no se quiere entender y se persigue el uso comunitario. La paradoja que estamos viviendo es que, por un lado, tenemos gente que maneja ceremonias en el plano comunitario que sabe mucho –porque se han entrenado en la Amazonía, se han preparado a conciencia y llevan muchos años–, y por otro, psiquiatras que no han tenido en su vida una experiencia con psiquedélicos, pero son los encargados de darlos en los ensayos clínicos. Entonces, ¿quién tiene más legitimidad? ¿Quién tiene más conocimiento sobre cómo manejar estas sustancias? Pues yo lo siento mucho, pero no son los psiquiatras. Hay psiquiatras que sí que tienen experiencia y de muchos años, pero la mayoría no tiene experiencia en cómo dar la sustancia. Ni tampoco tienen experiencia propia. Lo típico que suelen responder es que para curar el cáncer no necesitas tener cáncer, pero es que aquí estamos jugando con ámbitos de la conciencia, con ámbitos de la existencia y con el conocimiento acerca de la realidad. Y si no has tomado estas sustancias, puedes tratar a los pacientes, pero va a haber una parte que no vas a entender nunca. Los psiquiatras, igual que los psicólogos clínicos, estamos entrenados para tapar síntomas –sobre todo los que trabajan con psicofármacos–, y lo que hacen estas sustancias es permitir que los síntomas se manifiesten. Lo que para la medicina alopática serían efectos adversos, en la ayahuasca y en otros psiquedélicos son en realidad efectos intrínsecos a la sustancia. En fin, no digo que los psiquiatras no puedan administrar los psiquedélicos, pero que no tengan la soberbia de decir que solo ellos están capacitados para hacerlo.
El caso que citas de Howrad Lotsof, un consumidor de heroína en la Nueva York de los 60 que usa con los amigos la ibogaína como método para luchar contra el síndrome de abstinencia, es muy clarificador. Las autoridades en EE UU, al ver a un grupo de yonquis curando de su adicción a otros yonquis con ibogaína, no se les ocurre otra cosa que prohibirla.
Sí, para ellos es inaceptable. Aceptar un tratamiento médico descubierto por un yonqui es lo más inaceptable para el colectivo hegemónico, casi sacerdotal, de la psiquiatría. Y yo he escuchado a médicos referirse a Lotsof como un gurú y a sus seguidores como una secta, y les he escuchado decir que la ibogaína no cura porque tenga propiedades antiadictivas, sino por la adoración al gurú. Y esto dicho por gente que tiene muchos años de experiencia como psiquiatra de drogodependencias. El efecto placebo puede quitar muchas cosas, pero no quita el síndrome de abstinencia a opiáceos.
Y eres tú, con ICEERS y el equipo de Tre Borràs, los que acabáis de realizar el primer ensayo clínico controlado para estudiar el efecto de la ibogaína en la reducción de la tolerancia y en la eliminación del síndrome de abstinencia de opioides, concretamente de metadona, en el Hospital Sant Joan de Reus. ¿Cómo ha ido ese estudio?
“Para mí, lo que se necesita es diálogo. La medicina hegemónica tiene mucho que aportar: el conocimiento clínico, teórico y científico que no tiene el proveedor o el chamán o el curandero. Ellos por su parte cuentan con todo el conocimiento empírico y experiencial que pueden aportar. No debe haber exclusión”
CojonudamenteFantásticamente, ha superado todas las expectativas. Como en todo primer ensayo clínico hay cosas que, una vez hecho, harías de otra forma. Hemos cometido fallos, sobre todo con la reducción de las dosis. Era un estudio en el que íbamos reduciendo las dosis de metadona progresivamente a medida que íbamos administrando semanalmente una dosis de ibogaína, que en un caso era fija, de 100 miligramos, y en el otro se iba extendiendo. Y cada semana se reducía la dosis de metadona a la mitad. Quizá era una reducción muy brusca, y algunos pacientes no lo han tolerado del todo bien. Los primeros ensayos clínicos son pilotos para ver cómo mejorar los siguientes estudios. Pero estamos súper contentos. Gente que llevaba quince, veinte años tomando metadona y en seis semanas ha podido dejarlo. También hay que tener en cuenta el contexto en el que se ha hecho, el del Hospital Sant Joan de Reus antes de que llegaran los tecnócratas y eliminaran todos los servicios asistenciales comunitarios y sociales que tenía la Unidad de Drogodependencias y Salud Mental que dirigía Tre Borràs. Esta unidad tenía muchos recursos comunitarios que habían funcionado durante muchos años, y se los han cargado. Tenían un servicio de reducción de daños y se lo han cargado. Ellos entienden que el problema de las drogas es un problema médico y que, por tanto, solo se puede tratar en un hospital. Pero el problema de las drogas no es un problema médico ni psicológico, es un problema social, económico, político y cultural, y donde tiene que tratarse es en el ámbito comunitario. Pero han llegado los tecnócratas de Esquerra Republicana –que mandan cojones narices que haya sido la izquierda–, y se han cargado todos los servicios comunitarios de la unidad. Por eso me parece importante señalar que parte del éxito de este estudio con ibogaína se debe a todos los servicios comunitarios que tenían a su disposición los pacientes.
Las conclusiones de este ensayo deben ser muy esperanzadoras para la crisis de opioides en Norteamérica, ¿será útil con el potente fentanilo y los nitacenos?
Cuando aquí en España hablo de la ibogaína no parece interesar. Presenté los resultados el año pasado en el Congreso Internacional de Patología Dual en Mallorca y, al terminar, nadie me hizo una sola pregunta. Y fui a Nueva York a presentar los resultados a la Academia de Ciencias Médicas y me pasearon por mil televisiones medios y se hicieron eco en The Wall Street Journal. Y cuando lo conté en Denver, en la conferencia de MAPS, la persona que dirige la regulación de plantas psicoactivas en Colorado me invitó a presentar los datos en la comisión de regulación. No digo que fuera solo por esto, pero, como consecuencia, la ibogaína, que no tenían pensadotenían dudas sobre si regularla, ya está regulada en ese estado. O sea que este estudio ha tenido un impacto fuera, como siempre, que no ha tenido aquí. Y claro, en Estados Unidos, que es donde tienen este problemón, la ibogaína ha pasado de ser una droga estigmatizada –porque la había descubierto Lotsof, un yonqui–, a que se empiece a regular, como consecuencia de la crisis del fentanilo, de manera tardía, porque esta crisis lleva más de diez años matando más de 100.000 personas anuales. Y ya está la Johns Hopkins realizando investigación con ibogaína, y también en Stanford. Incluso el gobierno de Texas acaba de destinar cincuenta millones de dólares para transformar la ibogaína en un medicamento fuera de patente, para que se pueda beneficiar la mayor cantidad de población posible sin tener que pasar por un desarrollo de farmaindustria. O sea que también con la ibogaína se está dando la vuelta al calcetín. Y creo que en parte nosotros hemos ayudado a que esto ocurra, aunque aquí nadie nos lo va a reconocer.
Inquisición o pluralismo médico
Sin ser la escritura de libros su ocupación principal, son ya más de media docena de títulos los que atesora Bouso a su nombre. Aquí están las cubiertas de Ayahuasca y Salud (La Liebre de Marzo, 2013), editado al alimón con Bia Labate; el manual divulgativo Cannabis medicinal, de droga prohibida a solución terapéutica (Amat, 2019); Psilocibes (Ultrarradio Ediciones, 2013); LSD, cómo descubrí el ácido y que pasó después en el mundo (Arpa, 2018), en el que Bouso se ocupa de la introducción, el epílogo y las generosas notas; y ¿Qué son las drogas de síntesis? (RBA-Integral, 2003).
En cualquier caso, parece que la medicina psicodélica no puede ser asumida sin más por el sistema médico occidental, no consiste en recetar un medicamento para que el usuario se lo administre en casa, es necesaria una atención mayor, por ejemplo, en sesiones de psicoterapia integrativa. ¿Será la psicodelia también un motor de transformación del sistema médico tal y como lo sufrimos hoy en día? ¿Servirá la llegada de la psicodelia para humanizar el sistema médico en favor de una práctica comunitaria que estreche los vínculos sociales?
“El futuro de la psiquedelia va a ser lo que todos deseamos que sea, pero va a ser a base de hostias. No va a ser fácil. Habrá encarcelamientos, persecuciones, policía de las sectas, médicos que no quieran que haya chamanes…”
Yo creo que en el corto plazo no, pero en el largo plazo sí. En el corto plazo no, porque los psiquedélicos van a estar muy atados y va a dar mucho miedo a que se utilicen fuera de la consulta psiquiátrica individualizada. Pero se irán ampliando otras indicaciones: primero depresión, a lo mejor luego estrés postraumático… y, cuando ya se hayan asentado en el sistema psiquiátrico, espero que se empiecen a aceptar clínicas que no sean hospitalarias, clínicas médicas en ciudades, y a lo mejor luego sitios comunitarios. Lo que pasa es que en paralelo esto ya existe. Es flipante cómo se está dando una vuelta gigantesca para llegar a un sitio que ya existe y que, simplemente, no es visible porque está perseguido. Otra paradoja más. Mientras, por cierto, en lugares como Colorado y Oregón ya han permitido el uso comunitario. Fuera de estas excepciones, se sigue invirtiendo en todo el desarrollo biomédico y farmacéutico, gastando mucho dinero, muchos recursos y muchos esfuerzos para llegar a un punto que es el punto de partida.
Planteas la necesidad de una regulación formal de los psicodélicos, pero no monopolizada por psicólogos y psiquiatras, de los que llegas a decir en el libro que no están legitimados para hacerse cargo del fenómeno. Y pones como ejemplo de pluralismo médico a Brasil, ¿qué tendríamos que aprender de ellos?
Por ejemplo, lo que aquí se persigue como pseudoterapias o pseudociencias, pidiendo incluso que se encarcele a la gente, en Brasil se entiende como una demanda de atención de la salud, fuera de los marcos sanitarios hegemónicos. En vez de perseguir y criminalizar, en Brasil lo que han hecho es una regulación para que quien trabaje con la salud de las personas tenga cierto control sobre lo que se hace. En vez de estigmatizarlos, perseguirlos y meterlos en la cárcel, prefieren que haya cierto control. Entonces hay gente que trabaja en algo parecido a los psicólogos y, sin ser psicólogos, también cumplen con una serie de requisitos. Para mí, lo que se necesita es diálogo. La medicina hegemónica tiene mucho que aportar: el conocimiento clínico, teórico y científico que no tiene el proveedor o el chamán o el curandero. Ellos por su parte cuentan con todo el conocimiento empírico y experiencial que pueden aportar. No debe haber exclusión en este diálogo. El ejemplo es Brasil. Yo soy profe en la Universidad de São Paulo, en Ribeirão Preto, una ciudad donde si quieres tomar ayahuasca puedes ir al hospital, a la iglesia, al chamán o al neochamán, y no pasa nada. Vas al neochamán y tiene control sobre lo que hace, porque, al ser las cosas abiertas y transparentes, es la propia comunidad la que regula su comportamiento. Esto ya lo hemos aprendido con el cannabis y con las drogas: en el momento en que se oculta y se estigmatiza aparecen los desastres.
Hay quizás que pensar en que el sistema médico actual necesita más que nadie una buena terapia psicodélica que le permita replantearse sus métodos y finalidades.
Claro. No quiero parecer frívolo y no quiero parecer que estoy criticando ni la medicina ni la biomedicina en un mundo en el que gracias, entre otras cosas, a los progresos médicos, la esperanza de vida es más alta. El problema es cuando te crees que el alargamiento de la esperanza de vida es solo gracias a la biomedicina. Hay un dicho que dice que la salud es demasiado importante como para dejarla en manos de los médicos. Como hablábamos antes, hay muchos problemas que en origen no son médicos. Y esto es especialmente claro en salud mental. Sabemos que hay más muertes por contaminación que por tabaquismo en el mundo. Y no podemos decir que hay muchas muertes por enfermedades respiratorias porque, de repente, los pulmones han mutado y ya no funcionan bien. A lo mejor hay más enfermedades respiratorias porque el aire está más contaminado, ¿no? Pues es algo parecido a pensar que hay más enfermedades mentales porque, de repente, los cerebros han mutado. A lo mejor el ecosistema en el que vivimos ha enfermado también y por eso hay más enfermedades mentales. Ahí están los determinantes sociales, culturales, económicos, ecológicos e incluso políticos. Mis colegas que estudian psicología política saben, por ejemplo, que la crispación entre los políticos termina afectando a la salud mental de la población. Y hay mayor esperanza de vida porque han mejorado las condiciones sociales, económicas, de salubridad… porque no podemos olvidar que el mayor cambio que se produjo en salud pública en el mundo fue cuando se empezaron a canalizar las aguas residuales. Cada sistema cultural tiene las enfermedades propias de su cultura, ¿qué enfermedades tenemos aquí? Enfermedades cardiovasculares, metabólicas, dolor crónico… enfermedades fruto de estar ocho horas delante de un ordenador y de una vida sedentaria. Todos estos problemas se pueden tratar médicamente, pero no son problemas médicos. Y hay también una cuestión de poder, pues la biomedicina se lleva el 95 por ciento de los presupuestos en investigación, y, claro, si no tenemos esta narrativa sobre la biomedicina, tendríamos que cambiar el destino de las subvenciones a proyectos de investigación.
Y en sentido contrario de lo que venimos hablando, ¿qué tendría que aprender la medicina indígena de los métodos científicos, farmacéuticos y médicos occidentales?
No considerar algunos problemas médicos reales como problemas espirituales. Que esto ocurre. Nos hemos encontrado con el caso de personas que estaban dietando en un seminario o en un taller, y ver a las personas empeorar y que consideraran que era un proceso que se estaba resolviendo, que estaban purgando y que se estaban limpiando, cuando lo que pasaba era que se estaban desnutriendo e incluso se estaban psicotizando. Dedico un cuadro en el libro a alertar de los peligros que hay cuando un problema médico no se reconoce como tal y no se trata médicamente. Esto también existe, es bidireccional.
La burbuja y sus beneficios
Los psicodélicos son amplificadores inespecíficos de la conciencia, como decía Grof. Estamos apostando por una visión benéfica y comunitaria de los psicodélicos, pero figuras como Antonio Gracias –multimillonario colaborador de Elon Musk y también participante de los planes de “eficiencia” de Trump–, que se ha hecho con el control de Lykos, la empresa farmacéutica que ahora persigue el reconocimiento del MDMA como medicamento, puede ser de otro parecer, más individualista y neoliberal, ¿no crees?
Hay una burbuja. Y cuando hay una burbuja es porque hay mucha gente que la está generando y que quiere pillar cacho. Mucha gente se ha subido al carro. Y la gente que está invirtiendo sabe que tiene un tiempo limitado para sacar tajada de esto, porque son drogas que están fuera de patente. Aquí no hay ninguna intención benefactora para el planeta, es una razón económica pura y dura. Lo que sí me llama la atención es que, muchos de los benefactores que están apostando por la medicalización, luego toman psicodélicos en ambientes comunitarios, van a ceremonias de ayahuasca y eventos por el estilo. Entonces está claro que ellos disocian muy claramente el potencial que tienen estas sustancias de los beneficios económicos que pueden obtener de ellas. Esto es muy paradójico, mecenas que han invertido en el desarrollo de estos medicamentos, y, en realidad, lo que les gusta es tomar estas sustancias en un contexto comunitario.
Apostamos por la transformación psicodélica de los sistemas médicos, pero puede ser al contrario, que la ambición crematística y la inercia del funcionamiento habitual conduzca a sistemas privados para ricos y a lo de siempre para el pobre. Es decir, que los psicodélicos se incluyan en los sistemas públicos de salud, pero como un medicamento más. ¿Crees que eso puede pasar?
No va a ser fácil la incorporación de los psiquedélicos porque requeriría revisar el sistema público de salud. Está claro que esto va a ser una cosa de momento para ricos. La experiencia la tenemos en Australia. En Australia han permitido desde 2023 el uso de psilocibina y MDMA para depresión y estrés postraumático y los tratamientos cuestan entre 15 mil y 25 mil dólares. Y los sistemas públicos de salud ahora mismo no lo pueden asumir. En el sistema público si tienes un problema de salud mental puedes esperar fácilmente tres o seis meses a que te den una primera cita. Y esa primera cita normalmente será con un psiquiatra que te va a prescribir medicación. A lo mejor una vez al mes puedes ir a una sesión individual de psicoterapia o de terapia de grupo, pero lo normal es que te tires seis meses o un año con psicofármacos. Tratamientos en los que se necesitan seis, ocho, diez horas de psicoterapia, la seguridad social no puede asumirlos. Tal como está ahora diseñado el sistema público, que se basa en tratar el síntoma con psicofármacos y con una asistencia psicológica mínima, no va a poder asumir estos tratamientos.
Es escandaloso lo que cuentas del MDMA. Cómo, para sacar beneficios, las farmacéuticas licencian aplicaciones y medicamentos que son mucho más caros y menos efectivos, y las agencias reguladoras de medicamentos se lo permiten. Cuentas en el libro como fabricar un gramo de MDMA cuesta menos de un euro, en el mercado ilegal se vende a unos 60 y en el mercado farmaceútico para uso médico, en Australia, donde está aprobado, se vende a 4000. Y algo parecido sucede con la ketamina y el Spravato, aquí mismo en España, ¿qué está pasando?
Una de las peculiaridades del desarrollo farmacéutico psicodélico es que estos psicodélicos no los están desarrollando las grandes empresas, sino que son empresas nuevas, startups de millonarios famosillos. Pero en el caso de la ketamina sí que está detrás Johnson & Johnson, una de las grandes compañías. Desde los años 90 se conoce el potencial antidepresivo de la ketamina y esto hizo que empezaran a aflorar clínicas de ketamina en Estados Unidos casi como setas. Johnson & Johnson ve que puede sacar tajada de esto y decide coger la esketamina, que es una de las formas racémicas de la ketamina, pero como también está fuera de patente, se inventa un dispositivo intranasal con el que pasa los ensayos clínicos de la FDA. Al final, lo comercializa como Spravato y cuesta 350 euros cada inhalación de 28 miligramos. La biodisponibilidad intranasal del Spravato es del 50 por ciento, es decir, a tu cerebro llegan 17,18 miligramos, una microdosis. Y es que los mismos protocolos de Spravato dictan aumentar las dosis pudiendo llegar a administrarse en una sola sesión 84 miligramos. Si el tratamiento consiste en dos veces por semana durante varias semanas, ¿cuánto dinero acabas gastando en el Spravato? Mientras, un bote de Ketolar, la marca más conocida de ketamina, tiene diez dosis de 50 miligramos por el precio de dos euros, y su biodisponibilidad por vía intramuscular es del 90 o 95 por ciento. Y el sistema público de salud lo que hace es, en vez de reconocer el Ketolar como indicación para la depresión, autoriza el Spravato, que está muy bien, pero sigue manteniendo fuera de indicación para la depresión el Ketolar. Al principio, la seguridad social no financiaba el Sspravato, p., Ppero ya sabemos que, cuando un medicamento no lo financian los sistemas públicos la industria vio que su medicamento no lo financiaba la seguridad social, inyectaó dinero a las asociaciones de pacientes para que presionaran presionen a las agencias reguladoras. No sé si ha sido eles el caso del Spravato, pero así se funciona muchas veces. Las agencias pueden decir noNO a la industria pero con los pacientes ya es otra cosa, y la agencia cedió, porque la agencia le puede decir que no a la industria, pero no le puede decir que no a los pacientes, porque si no parece que carece de empatía con los enfermos. Esta es la situación en España. Noruega, por ejemplo, ha reconocido este mes la ketamina al mismo nivel que el Spravato y ya allí los médicos pueden utilizar las dos cosas.
Un futuro psicodélico (en parte)
Pones fecha a la comercialización de la MDMA, la psilocibina y el LSD como medicamentos de aquí a dos años, en 2027. ¿Cómo imaginas la medicina psicodélica en un futuro?
Primero se va a aprobar la MDMA para estrés postraumático, la psilocibina para depresión, la LSD para depresión y ansiedad generalizada. Luego vendrán la DMT, el 5-MeO-DMT... No será un uso generalizado, como no lo está siendo la ketamina, pero poco a poco se irán ampliando las indicaciones. Poco a poco se irán generando estos sitios que imaginamos, donde podrás irte un fin de semana a un centro en el campo a tener una experiencia con estas sustancias, bien porque tengas uno de los problemas psiquiátricos para los que están indicadas, bien porque necesites hacer un repaso en tu vida, porque estés atravesando una crisis debida a la muerte de un ser querido, porque hayas tenido una ruptura sentimental, porque tus hijos se hayan ido de casa, o simplemente para hacerte un chequeo existencial... Para mí, los psicodélicos son herramientas que sirven para atravesar momentos liminales, de reencuentro personal y de reencuentro espiritual. Y por eso creo que también sirven de vacuna hacia todos los estresores que tenemos en el ambiente. Entonces yo el futuro me lo imagino así, un poco como La isla de Huxley, que es mi novela eutópica preferida. No hay que olvidar que todo esto ya existe con los centros de ayahuasca, pero será reconocido y se ampliarán las opciones. No creo que atraiga oleadas de gente, pero por lo menos, los que quieran hacerlo, van a tener estos espacios y no se les va a prohibir. Y desde luego, sea como sea, va a convivir con los espacios comunitarios que ya existen. La gente que lleva muchos años organizando ceremonias de ayahuasca se está organizando, existe ya la Plantaforma y la Red Micelio, que están saliendo a dar la cara. El futuro va a ser lo que todos deseamos que sea, pero va a ser a base de hostias. No va a ser fácil. Habrá encarcelamientos, persecuciones, policía de las sectas, médicos que no quieran que haya chamanes… Esto tiene su propio curso. Igual que yo tenía muy claro en el 2002, cuando me cortaron mi estudio, que la MDMA iba a terminar siendo un fármaco de prescripción, aunque yo no lo viera ni fuera partícipe de ello, estoy convencido de que el futuro va a ser como te lo he pintado.
El futuro entonces será psicodélico.
En parte, sí. En el largo plazo. Solo para quien lo quiera, pero sin persecuciones. Pero en el largo plazo.