A Raimundo hace años que le ronda esta idea por la cabeza. Curtido investigador en teoría de los movimientos sociales y experimentado activista, empezó a estudiar la idea cuando fue diputado en el Congreso por Podemos entre 2016 y 2019. Él fue uno de los impulsores que ayudó al nacimiento del partido. En un principio formó parte de la dirección, luego ejerció de concejal en el Ayuntamiento de Barcelona y más tarde de diputado en el Congreso. Aguantó dos legislaturas como diputado, si bien la primera no llegó a durar cuatro meses, y la segunda no alcanzó los tres años. Al agotarlas dejó su silla en el Congreso y abandonó el partido, decepcionado de los virajes políticos que había tomado. Podemos fue el resultado de una hipótesis política: la creación de un partido desde los movimientos sociales, con un proceso electoral participativo y abierto a la ciudadanía. La hipótesis funcionó en un principio, Podemos articuló algunas demandas sociales, pero en el camino del poder perdió buena parte de los principios con que fue fundado, y su estructura se fosilizó. Desde entonces Viejo ha estado profundizando en esta otra hipótesis política, que poco o nada tiene que ver con la de Podemos.
La primera vez que habló en público acerca de la Teoría Política Lisérgica fue durante el festival barcelonés de San Canuto. Conocí entonces la manera de hablar de Raimundo, su extenso vocabulario apoyado en ocho idiomas y su verbo inacabable, en el que abundan términos académicos como ontología, materialismo filosófico, epistemología, heurística, agencia, simbiosis… La intervención debía durar poco más de una hora, pero sobrepasó las tres. Empezó a hablar con los rayos de sol tocándole la cabellera y acabó haciéndolo a oscuras, con una docena de oyentes que aguantaron hasta el final a pesar del frío de enero.
Para esta entrevista quedamos en una antigua cafetería del barrio de Sant Antoni recubierta de madera y con grandes ventanales acristalados. Tras cuatro horas de conversación salí de allí con la cabeza embotada por la cantidad de información que Viejo había despachado. Quedé entusiasmado, pero no muy seguro de haber entendido las dimensiones de su teoría, por lo que volví a entrevistarlo meses después.
Nuevas formas de pensar y de sentir
Desde Spinoza hasta Foucault, pasando por decenas de autores, escuelas de pensamiento y movimientos sociales, Raimundo va trazando una historia de las ideas de la liberación, buscando aquellos momentos históricos en los que emergen nuevas formas de ver el mundo, con valores y maneras de relacionarse más horizontales, más radicalmente democráticas. Como último gran momento de expansión de los horizontes políticos, Raimundo vuelve la mirada a los años sesenta y setenta: “Históricamente hay un momento en los años sesenta en que la psicodelia fue planteada como la posibilidad de cambio del mundo y la alteración de las estructuras de poder”.
“Lo que hay en la historia de la guerra contra las drogas es un problema de la relación del poder con la producción de subjetividad... es decir, con el miedo a que se vuelva a producir un contexto como el de los años sesenta, de descontrol de las conciencias, que es el peor escenario que puede imaginar el poder”
En aquella década se producen una serie de cambios culturales y nuevas demandas políticas hasta entonces inexistentes o minoritarias: el feminismo, el movimiento por los derechos civiles de las minorías, el ecologismo, la libre sexualidad, el uso de drogas psicodélicas... En EE UU estas ideas hicieron emerger una contracultura en oposición a la cultura oficial, y buena parte de aquella se trasladó a final de la década a Europa. El año 1968 marcó un punto de inflexión histórico con revueltas sociales y culturales protagonizadas por jóvenes a uno y otro lado del Atlántico. El movimiento psicodélico se expandió como parte de la contracultura, y el uso de drogas como la marihuana o el LSD provocó un conjunto de expresiones artísticas rompedoras y de nuevos ideales. Para Viejo, “Lo que hacen los psicodélicos es situar nuestra mente en un terreno nuevo de una forma rápida y eficaz, nos sustraen de nuestras determinaciones culturales y permiten abrir un nuevo proceso de subjetivación, una nueva forma de pensar y de sentir”.
La experiencia psicodélica como la del LSD provoca una especie de reseteo mental, según explican los que la han consumido, y según se ha descrito recientemente en estudios con neuroimagen, que han observado un fenómeno descrito como un “reseteo de las redes neuronales”. Desde su descubrimiento en 1943, el LSD fue objeto de centenares de estudios científicos que fascinaron a profesionales psiquiátricos, psicólogos, pensadores y artistas, y abrió un campo de investigación prometedor. Sin embargo, el aumento de su uso entre la población de EE UU, ligado a los movimientos de protesta y la búsqueda de nuevos horizontes políticos, provocó el alarmismo en los medios y el recelo de la clase política. Raimundo pone el acento en el carácter rupturista de aquella época: “En EE UU los pregoneros del movimiento psicodélico con drogas como Timothy Leary o Ken Kesey rompieron con los campos institucionales en los que estaban inmersos, y al hacerlo dotaron de un imaginario a toda una generación que llevó a cabo sus propias rupturas: los estudiantes rompiendo con la universidad, las mujeres con su destino de amas de casa, las minorías étnicas con la estructura del apartheid. Los sujetos se encarnaron en un cuerpo político y desafiaron y pusieron en cuestión todo el establishment, hasta el punto en que el Estado decretó la excepción”.
Este estado de excepción fue la prohibición de las drogas como el LSD, primero en EE UU y luego a nivel internacional. Fue la política de la “Guerra contra las Drogas”, un término popularizado por Richard Nixon, quien identificó el abuso de drogas como el enemigo público número uno de EE UU, una estrategia política que sirvió para criminalizar a la comunidad negra y al movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam, etiquetado como hippie. Nixon inició la desarticulación de esos movimientos sociales y sus nuevos horizontes políticos. La tarea la completó Ronald Reagan, quien asentó las bases del liberalismo. Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Reino Unido impulsaron el desarrollo político de una sociedad basada en el individualismo y la competencia liberal en occidente, cuidándose mucho de volver a situaciones como las que se vivieron en los sesenta y setenta: “Lo que hay en la historia de la guerra contra las drogas es un problema de la relación del poder con la producción de subjetividad… es decir, con el miedo a que se vuelva a producir un contexto como el de los años sesenta. Un contexto de desbordamiento, de descontrol de las conciencias, este es el peor escenario que puede imaginar el poder. Me interesa volver atrás en el tiempo, sin nostalgia, para poder detectar esos momentos históricos, en los que se produce una bifurcación, se producen nuevas posibilidades”.
Renacimiento psicodélico en el nuevo capitalismo
Las palabras de Raimundo Viejo recrean con pasión la historia de las ideas emancipadoras del siglo XX: la Escuela de Frankfurt, el situacionismo, el estructuralismo, postestructuralismo… hasta llegar al presente; y realiza una lectura sociopolítica de los cambios que ha experimentado el modelo capitalista en la era de producción cultural y la industria digital: “El capitalismo ha pasado de ser un capitalismo sostenido en la explotación de la fuerza de trabajo de la clase obrera a convertirse en un “semiocapitalismo”, un capitalismo de signos en el que hemos interiorizado la fábrica y la fábrica –diluida en la vida– nos ha interiorizado a nosotros. El capitalismo hoy es lingüístico. De la misma manera que Guy Debord constató que ya no había posibilidad de escapar del espectáculo, tampoco habría posibilidad de liberar la conciencia, porque el lenguaje capitalista siempre la acabaría capturando”.
En este contexto capitalista contemporáneo se ha producido un nuevo escenario de la relación con las drogas psicodélicas prohibidas hace medio siglo. El llamado renacimiento psicodélico es como algunos autores han denominado el proceso que se está produciendo desde hace unos quince años, en el que se ha reactivado la investigación científica con drogas como la MDMA (la droga popularmente conocida como éxtasis) o el LSD. En el que unos pocos pero importantes estudios están demostrando los beneficios potenciales de estas y otras sustancias en el tratamiento de patologías mentales como el Trastorno de Estrés Postraumático, la depresión o las adicciones. La investigación está tan avanzada que está previsto que la MDMA complete los requisitos de las agencias del medicamento estadounidense y europea para convertirse en un fármaco de prescripción médica para el 2021. En el caso de la psilocibina, el componente psicoactivo de las setas alucinógenas, está previsto que el proceso se complete en 2022 y pase a ser un fármaco disponible para el tratamiento de la depresión.
“No me interesa generar una doctrina, sino producir sacudidas mentales. Lo que hace falta es la creación de espacios que permitan nuevas simbiosis entre sujetos. Hay que comenzar en uno mismo para ir más allá de uno mismo, como decíanlas feministas de los 70”
Esta situación también está llevando a que en EE UU activistas y grupos de presión hayan conseguido aprobar medidas legales que despenalizan el uso de plantas psicodélicas en algunas ciudades y ya apunten a conseguir medidas para estados enteros y para todo el país. Al mismo tiempo, la popularización del consumo de estas sustancias en pequeñas dosis ha atraído la atención de profesionales liberales del sector tecnológico, y las microdosis de LSD son consumidas como un remedio para mejorar el ánimo y la creatividad entre trabajadores de Silicon Valley. En este escenario la posibilidad de que estas sustancias acaben siendo comercializadas asoma por el horizonte, y algunas voces predicen la aparición de un gran mercado lucrativo similar al que el cannabis está generando desde hace poco más de un lustro. Es en este contexto de renacimiento psicodélico en expansión en el que la teoría de Raimundo se sitúa y toma cuerpo:
“Ahora se abre un antagonismo, y ahí me parece que salen dos horizontes posibles. Uno distópico, con trabajadores a los que los psicodélicos les podrían servir para alcanzar una excelencia en los rendimientos productivos. Esta opción no alteraría para nada la lógica de la acumulación de capital ni necesariamente tiene por qué ser enemiga del capitalismo. El otro horizonte es el de una fuerza creativa que abra un horizonte de democratización. Es decir, ¿cómo se va implementar el uso de psicodélicos? ¿Como una nueva herramienta de perfeccionamiento de los dispositivos de control del poder sobre las poblaciones? ¿O como una potencia de radicalización democrática, accesible a todo el mundo, de uso libre y con infinidad de posibilidades de aplicación?”
Viejo apuesta por la segunda opción. Utilizar la cultura psicodélica como herramienta que puede servir para generar un cambio en la realidad capitalista: “Cuando el capital es capaz de alcanzarlo todo ¿cómo podemos plantear la posibilidad de sustraernos a él? Bueno, pues lo primero que hay que hacer es sustraerse al lenguaje. Porque con el lenguaje viene la propia producción del mundo, viene la propia configuración de la realidad. Nuestra realidad se configura lingüísticamente y, por lo tanto, si el capital domina los lenguajes está dominando lo real, si domina lo real no tenemos escapatoria. Para producir un cambio hacen falta generar nuevos marcos de interpretación cultural del mundo, producir nuevas relaciones entre sujetos y, en definitiva, una institucionalidad que realice una democracia más avanzada que la democracia que hay. Las experiencias psicodélicas sirven a este fin, porque permiten sustraerse a la percepción del yo, a las relaciones de dominación y a la lógica lingüística del realismo capitalista. La idea de la teoría lisérgica es no dar la subjetividad de las personas como un hecho consumado. Su propia práctica teórica se sostiene y traduce en una mutación de la subjetividad.”
La experiencia cumbre y el futuro de la libertad humana
“¿Cómo se va implementar el uso de psicodélicos? ¿Como una nueva herramienta de perfeccionamiento de los dispositivos de control del poder sobre las poblaciones? ¿O como una potencia de radicalización democrática, accesible a todo el mundo, de uso libre y con infinidad de posibilidades de aplicación?”
Aunque la teoría de Viejo se apoye sobre la cultura psicodélica, las sustancias no son el centro de la teoría. Raimundo no piensa, como sí hacía parte del movimiento psicodélico de los 60, que el consumo de sustancias como el LSD sea una herramienta que por sí sola facilite la búsqueda de relaciones más democráticas y sistemas de relación más justos: “No es necesario el uso de drogas psicodélicas para una práctica teórica lisérgica. Me parece que hay un concepto clave que sirve mejor que es el de la experiencia cumbre. Este tipo de experiencias se pueden dar a través de técnicas meditativas, de respiración, por una experiencia vital de gran envergadura o con sustancias. Una experiencia cumbre produce un estado alterado de consciencia que permite una mutación en la subjetividad del individuo. En cualquier caso, no puede haber un proceso de liberación si no hay liberación de una subjetividad previa. Es la mutación en la subjetividad la que permite nuevas formas de articular las relaciones políticas, que pueden conducir a un cambio social y político. ¿Cómo se pueden articular esas nuevas relaciones, esos nuevos agenciamientos? Es difícil de determinar, ahí hay todo un universo de ideas y teorías que merece mucho la pena ser explotado.”
Se trata de una teoría que por ahora no tiene límites en el contenido, por lo que el uso de la palabra “teoría” podría ser incluso cuestionable: “Esta teoría no puede estar contenida en un libro ni puede tener limitaciones de carácter temático. La teoría lisérgica tiene sentido en la medida en que es viviente. Es una teoría que se practica como vida. Un libro que interpele, que active la participación, es un artefacto cultural de una utilidad obvia, pero siempre es una herramienta. Dicho de otro modo, el artefacto sin la vida no funciona. Un libro puede servir a otros como un artefacto para poder generar esas mutaciones de consciencia. Pero también pueden producirse mutaciones con una persona con la que se interactúa, o un colectivo humano, o unas circunstancias concretas”.
Raimundo insiste en el estado embrionario de la teoría y en la ausencia de objetivos finales: “No hay un resultado predeterminado. Hay un campo de luchas. Lo que me interesa no es generar una doctrina o crear una ideología de partido, sino producir sacudidas mentales que creo que a otros les puede incentivar a la conversación. Lo que hace falta es la creación de espacios que permitan nuevas simbiosis entre sujetos. Hay que comenzar en uno mismo para ir más allá de uno mismo, como decían las feministas de los 70, la cuestión es el consciousness raising, el hacer emerger la consciencia. Lo que yo estoy diciendo ahora aquí pertenece al terreno de la práctica teórica. Pero esa práctica tiene que activar procesos mucho más amplios, procesos colectivos que den respuestas colectivas. Que esta adquiera cuerpo social y genere un movimiento de toma de consciencia en la sociedad. Sin pretender predeterminar el resultado final. De algún modo ir dando cuerpo a un tipo de ola de movilización, a un proceso de subjetivación colectiva, que creo que es el futuro de la libertad humana”.
Desde que empezó a darle forma Raimundo ha explicado su incipiente teoría en público en tres ocasiones. La primera en el festival de cultura cannábica San Canuto, la segunda en la Conferencia Mundial de la Ayahuasca, un congreso internacional con espacios de carácter más académico, y la tercera en el Historical Materialism Barcelona, unas jornadas plenamente académicas. Tras esas tres intervenciones Raimundo ha empezado a explorar otra forma de difundir la teoría. Siguiendo sus propios preceptos ha establecido una relación simbiótica con un grupo de tres músicos jóvenes con los que está buscando la forma de interpelar a más gente para producir una discusión colectiva al respecto y generar otras prácticas.
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