¡El tango llegó… para quedarse!
El tango desembarcó en España a principios de la pasada centuria. Según el docente y escritor Rogelio Alaniz, “ya en 1904 el sello Odeón divulgaba en la tierra de la pandereta los tangos del Tano Genaro”. Por su parte, el también profesor y escritor Javier Barreiro sitúa su llegada dos años más tarde, concretamente “a finales de 1906, cuando una pareja que se hacía llamar Las Argentinas, compuesta por la bonaerense María Cores y la italiana Olimpia d’Avigny, que luego triunfaría como cupletista, importó el tango criollo y dio también motivo a toda suerte de reprobaciones”.
Buena parte de esas reprobaciones tenían que ven con el hecho de que el tango era un baile considerado indecoroso y obsceno por la Iglesia católica. Repudiado y condenado por muchos sacerdotes, el Papa Pío XI pidió ver con sus propios ojos una representación de aquel baile que tanto escandalizaba y que ante él escenificaron una pareja de hermanos.
Sin embargo, nos consta que en 1915 la Banda Municipal de Barcelona interpretaba tangos de manera habitual en sus presentaciones públicas y el historiador, estudioso e investigador del tango Juan Manuel Peña asegura que incluso llegó a grabar algunos tangos. Lo cual quiere decir que el nuevo ritmo llegado de Argentina ya estaba muy asentado en España en plena Primera Guerra Mundial. Con las actuaciones en diversos escenarios españoles de Francisco Spaventa en 1922, al que secundó Carlos Gardel al año siguiente, la alianza entre el tango y España quedó definitivamente sellada para siempre.
¡La cocaína ya estaba… y se quedó!

Partitura de “La cocaína”, original de Alfonso Vidal y J. Durán Vila, y libreto de “El tango de la cocaína”, original de Amichatis y G. Alcázar, con música del maestro Joan Viladomat.
La cocaína formaba parte de la farmacopea oficial desde la segunda mitad del siglo XIX. Se podía conseguir pura, y sin receta, en cualquier farmacia española al precio de 4 pesetas el gramo. Además del clorhidrato puro, que tenía numerosas aplicaciones como anestésico local, en las boticas también podían conseguirse ―igualmente sin receta― una amplia gama de específicos o especialidades farmacéuticas conteniendo cocaína en mayor o menor medida. La palma se la llevaban las pastillas cloro-boro-sódicas contra la tos. Las había de importación, como las francesas Houdé, Midy o Bengué, las inglesas Allenburys, las belgas Vandebroek, las Davidson, las Gibson… Pero las más populares eran las autóctonas, elaboradas todas ellas por médicos y farmacéuticos locales: Amargós, Bonald, Caldeiro, Crespo, Fernández Brumós, Font, García-Rodrigo, Garcera, Gimbernat, Morelló, Retuerto, Torrens, Villarejo…
El empleo de la cocaína con fines medicinales era conocido y estaba muy extendido en la sociedad. Lo que aportó la Primera Guerra Mundial fue el consumo lúdico de ésa y otras drogas consideradas eufóricas, que fue percibido por determinados próceres morales y por los medios de comunicación en general como algo socialmente indecente y, por tanto, condenable y perseguible por las autoridades. Y más todavía al tenerse la certeza de que dicho consumo recreativo era frecuente en cabarets y music-halls, nuevos tipos de establecimientos de ocio nocturno que también habían aparecido con la Primera Guerra Mundial y que muchas personas consideraban poco menos que depravadas especies invasoras que estaban emponzoñando la vida social española.

Anuncio de “El tango de la cocaína”, guiñol en un acto y cuatro cuadros original de Amichatis y G. Alcázar, con música del maestro Joan Viladomat i Massanas (en la imagen), compositor de la música del susodicho tango y de “Fumando espero”, entre otros temas populares.
"El empleo de la cocaína con fines medicinales era conocido y estaba muy extendido en la sociedad. Lo que aportó la Primera Guerra Mundial fue el consumo lúdico de ésa y otras drogas consideradas eufóricas, que fue percibido por determinados próceres morales y por los medios de comunicación en general como algo socialmente indecente y, por tanto, condenable y perseguible por las autoridades"
Al ser detectados esos consumos al margen de los usos terapéuticos convencionales, buena parte de la prensa se lanzó a una especie de frenesí mediático. Primero se registraron dos campañas contra el empleo de cocaína en Barcelona, sustentadas por el diario radical Germinal y el diario republicano El Diluvio, respectivamente. Luego, a raíz de la muerte por sobredosis de un aristócrata de 21 años en un cabaret de San Sebastián, hubo otra campaña coral de prensa, en la que tomaron parte todos los medios donostiarras con independencia de su ideología (Diario Vasco, El Liberal Guipuzcoano, El Pueblo Vasco, La Voz de Guipúzcoa, La Constancia y La Información), y que tuvo repercusión en periódicos de toda España. Finalmente, en febrero de 1918, algunos rotativos madrileños (El Sol, La Acción, El Imparcial, Diario Universal, etcétera) expresaron su desazón por el incremento del uso de drogas en la Villa y Corte ante la inhibición de las autoridades competentes.
Como respuesta a la presión mediática, el gobierno presidido por Manuel García Prieto promulgó la primera orden para restringir específicamente el consumo de drogas. Era lo único que faltaba para que las drogas se pusieran definitivamente de moda. Merece la pena, en este sentido, reproducir un pasaje de las memorias del periodista César González-Ruano para dar una idea más aproximada de los ambientes por donde empezó a circular la cocaína:
Por aquel tiempo, aunque los sábados por la noche hacía el literato en la citada tertulia [en el café de Platerías, en la calle Mayor], frecuentaba también lo que a mí me parecía un mundo peligroso y elegante. Acababan de abrir en la calle de Alcalá, junto al Hotel Regina, esto es, entre Fornos y el Casino de Madrid, Maxim’s, el primer bar americano que tuvo Madrid. La puerta la guardaba un negro gigante vestido con una librea aparatosa y que vendía cocaína en unos frasquitos de cristal marrón que contenían un gramo y era de la casa Merck. A la entrada de Maxim’s estaba el bar americano y el guardarropa. Al fondo, el the-danzant con una orquesta moderna, y arriba, en el primer piso, al que se subía desde el bar, la sala de juego con ruleta, la primera que vi en mi vida.
Tenía amigos extraliterarios: dos muy elegantes y muy golfos, Luis Ballesteros y Eloy González [...] Ballesteros y González tomaban cocaína y hacían de macarras de postín por verdadera vocación, porque eran de buenas familias.
Era el momento de mayor auge de las cocottes francesas venidas a España con la guerra. Aquí les fue bien. Eran mucho más finas y más mundanas que las nacionales y mucho menos bestias. La prueba fue lo de la cocaína. La cocaína se trajo a España por las francesas y ellas la empleaban como un arma más de combate para emborrachar al buen cliente. Las españolas fueron tan burras que empezaron a tomar cocaína ellas, lo que era una estupidez y una ruina de su negocio.
La cocaína saltó pues de los anaqueles de las farmacias y empezó a circular por el mercado negro, donde los consumidores y consumidoras utilizaban numerosas expresiones en argot para referirse a ella: “polvitos”, “cocó”, “margarita”, “truco”, “pienso”, “mandanga”, “bicarbonato”, “caldo” “boliviana” e “insuperable” cuando se trataba de cocaína pura de farmacia de la marca Merck.
El primer maridaje tango-cocaína made in Spain

Al frecuentar los mismos ambientes, el tango y la cocaína estaban condenados a encontrarse, y hasta fundirse. De hecho, así había sucedido ya en Argentina con temas como “Maldito tango” (1916):
Oyendo aquella melodía
mi alma de pena moría
y lleno de dolor sentía
mi corazón sangrar...
Como esa música domina
con su cadencia que fascina,
fui entonces a la cocaína
mi consuelo a buscar.
El primer exponente de maridaje entre ambas modas en España se lo debemos al letrista Juan Durán Vila y al músico Alfonso Vidal Garriga, quienes compusieron un tango, titulado “La cocaína”, que estrenó el transformista Egmont de Bries en septiembre de 1920 sobre el escenario del Teatro Fuencarral de Madrid.
Vale la pena decir que Egmont de Bries fue el imitador de estrellas con diferencia más popular que hubo en España en aquella época. Había debutado en 1912 y, aunque su trayectoria se vio jalonada de numerosos alborotos y altercados durante sus actuaciones, con abucheos, protestas e incluso denuncias a la policía, su fama trascendió todas estas vicisitudes. La incuestionable calidad de sus espectáculos, su profesionalidad y la fascinación que producía su figura, lo convirtieron en un verdadero mito popular por encima de las consideraciones morales oficiales de su tiempo, cuya carrera sobre los escenarios se prolongaría por lo menos hasta 1934.

El transformista Edmond de Bries, intérprete de “La cocaína”.
Sin duda alguna, el tango “La cocaína” fue una de las piezas clave en el recorrido artístico de Egmont de Bries, que contribuyó a su despegue definitivo. Tras su estreno, medios ideológicamente tan dispares como el diario republicano El País, La Correspondencia de España, el diario liberal El Imparcial y el diario independiente Heraldo de Madrid coincidieron en calificarla como una “saladísima canción” y El Imparcial apostilló que había sido “muy del agrado del público”.
De hecho, “La cocaína” sería uno de los temas más solicitados y aplaudidos por el público y que más tiempo paseó Egmont de Bries por los escenarios españoles y sudamericanos. Su letra hablaba de forma muy explícita de una mujer despechada por un amor traicionado, que en su intento de olvidar se entregaba al placer del champán, la morfina y la cocaína, pero presa de los celos, y enardecida por el estado de ebriedad, terminaba matando a su ex amante de una cuchillada:
I
Un amante tuve yo
lleno de pasión y fe;
pero sin saber por qué,
el cruel me abandonó.
Le buscaba sin cesar
entre copas de champán;
y olvidar así quería
mi más ardiente y loco afán.
Busqué placer en el licor,
busqué calmar mi cruel dolor.
Y entre locuras ansiaba
al hombre que tanto amaba.
Cuando el placer yo vi marchar,
cuando el amor yo vi alejar,
fue la morfina un consuelo
para mi anhelo mejor calmar.
II
Una noche en un foyer,
a mi antiguo amante vi,
que besó con frenesí
a la estrella del cuplé.
Su maldita ingratitud
agitó mi corazón,
y oprimiendo así un cuchillo,
vengar yo quise su traición.
Viva el champán, que da el placer;
quiero reír, quiero beber.
Mi juventud ya declina,
dadme a probar cocaína…
Amante infiel, yo vuelvo a ti;
loca, grité de exaltación,
y en mi fatal desvarío,
hundí el cuchillo en su corazón.

Anuncio de una actuación de Edmond de Bries en el Teatro Apolo de Valencia.
Según la cupletista, escritora, compositora, cantante, actriz y locutora Olga Ramírez de Gamboa Ramos, cuando Egmont de Bries interpretaba “La cocaína” emulaba a la cupletista Luisa Vila, resultando sus imitaciones “muy celebradas”. Pero no tenemos más remedio que poner en duda esta afirmación, pues el citado tango fue compuesto en 1920 para que lo interpretara el famoso transformista cartagenero y todas las interpretaciones que hemos conseguido documentar en la prensa de la época del tema creado por Juan Durán y Alfonso Vidal a cargo de Luisa Vila son bastante posteriores. Además, para su puesta en escena exhibía sus mejores galas. Así, cuando el famoso transformista debutó a principios de 1921 en el Salón Imperial de Algeciras, el periódico local independiente Lábaro Hispano calificó el tango de “delicioso”, poniendo mucho énfasis en la “elegantísima capa de piel de armiño, valorada en 17.000 pesetas”, que lucía para su interpretación. Lo mismo sucedió cuando actuó por primera vez en Castellón de la Plana en noviembre de 1922. El diario La Provincia Nueva insertó un anuncio en los siguientes términos:

Anuncio en el diario La Provincia Nueva y retrato de Asensio Marsal Martínez antes de transformarse en Edmond de Bries.
En “El tango de la cocaína”, la cocaína se presentaba como una especie de lenitivo para paliar los desengaños, las desilusiones y el dolor de una mujer. Todo ello sin menoscabo de presentarla como un “vicio fatal”, capaz de llevar a su consumidora hasta la muerte.
En Valencia, el uso de drogas, sobre todo de cocaína, era un tema candente desde que julio de 1921 el Colegio de Médicos y el diario conservador Las Provincias desataron una ruidosa campaña de prensa, contra el consumo de cocaína y morfina en los cabarets y music-halls de la ciudad, y al cual no eran ajenos algunos farmacéuticos establecidos en la capital del Turia, lo cual había obligado a la intervención directa de varios gobernadores civiles.
No es de extrañar que, cuando actuó a finales de 1922 en los teatros Apolo y Ruzafa de Valencia, el tema “La cocaína” fuera uno de los más coreados y aplaudidos en sus representaciones. De hecho, cuando volvió en 1923 los anuncios publicados en los periódicos locales ―a excepción del cruzado Las Provincias― proclamaban en visibles letras de molde que el artista “reprisará La cocaína”.
Cabe decir que en 1926 el citado tango todavía formaba parte del espectáculo que ofrecía Egmont de Bries. De hecho, la prensa cubana destacó su interpretación cuando el aclamado transformista actuó en el Teatro Payret de La Habana ese mismo año, solo que en aquella ocasión no lo interpretó él, sino su hermana Magda de Bries y el cantante Rafael del Real, que formaban parte del elenco encabezado por el transformista.
Por lo demás, no debemos olvidar que el tango “La cocaína” fue grabado con acompañamiento de orquesta al menos en dos ocasiones: por Pilar Arcos para la casa Columbia en 1927 y al año siguiente por Margarita Cueto para el sello Victor.
Otro hit

Anuncio de “El tango de la cocaína” en el Teatro Victoria (1926); anuncio de la grabación de “El tango de la cocaína” por Goyita y la Orquesta del Ritz para el sello Odeon (1927).
Durante los años 20 siguieron llegando tangos desde Argentina con referencias explícitas a la cocaína: “La provinciana” (1922), “A media luz” (1924), “Griseta” (1924), “Milonga fina” (1924), “Pa’ que te acordés” (1925), “Una noche en El Garrón” (1925), “Tiempos viejos” (1926)… que en España eran acogidos con entusiasmo, pues tanto el ritmo venido del otro lado del Atlántico como el consumo del alcaloide estaban en pleno auge.
Podemos decir que la cocaína se estaba incorporando en la cultura popular española a marchas forzadas, no solo a través de las fosas nasales de las personas consumidoras, sino también gracias a la publicación de libros como Cocaína (1921) de Pitigrilli o La muerte blanca. Amor y cocaína (1926), de Juan José de Soiza Reilly, así como de extensos reportajes e infinidad de noticias breves aparecidas en la prensa dando cuenta de redadas policiales, detenciones de traficantes, confiscaciones de alijos, intoxicaciones agudas (algunas con resultado de muerte), robos en farmacias, etcétera.
A consolidar esta incorporación de la cocaína en la cultura popular española vino otro hit de título igualmente inequívoco: “El tango de la cocaína”. En realidad, se trataba de un guiñol lírico en un acto y cuatro cuadros original del autor dramático, realizador de cine y periodista Josep Amich i Bert, más conocido como Amichatis, con cantables de Gerardo Alcázar y música del maestro Joan Viladomat. Su letra decía así:
I
Soy una flor caída
del vicio fatal, esclava
por el destino vencida
¡Sola en el mundo,
nacida del pecado,
un desalmado
me hizo mujer!
Fue aquel querer el yugo
engendro del mal
pendiente fatal
de mi alma verdugo!
Y ya al fin caída
por el fango envilecida
para todos soy
juguete de placer
¡Y en la cocaína que otro mundo
me ilumina busco calma
para mi alma de mujer!
Ella endulzó la hiel
de este dolor
que me hizo cruel.
REFRÁN
¡Cocaína!
¡Sé que al fin me ha de matar!
¡Me asesina!
pero calma mi pesar
Si me deja
todo es sombra en mi vivir.
Sé que al fin me ha de matar
pero no me hace sufrir.
II
Con la ilusión perdida
ya nada del mundo espero
ni ya nada me importa la vida
Desvanecida
la sombra del pasado
y destrozado
mi corazón
Busco el mal, ansiosa,
la droga encontrar
que al fin me ha de dar
la muerte piadosa
Reina de la orgía,
su bendita tiranía
poco a poco consumiendo
va mi ser
Ella me domina
y otro mundo me ilumina
cuando calma busca
mi alma de mujer
Ella endulzó la hiel
de este dolor
que me hizo cruel.
Así como el primer consorcio entre tango y cocaína hablaba de un mal de amores llevado hasta sus últimas y más extremas consecuencias, con la particularidad de que la mano homicida no era la de un hombre, sino la de una mujer, en este caso la cocaína se presentaba como una especie de lenitivo para paliar los desengaños, las desilusiones y el dolor de otra mujer. Todo ello sin menoscabo de presentarla como un “vicio fatal”, capaz de llevar a su consumidora hasta la muerte.
Estrenado en octubre de 1926 en el Teatro Español de Barcelona, muy pronto pasó a representarse también en el Teatro Victoria, igualmente de la Ciudad Condal. Rápidamente obtuvo el calificativo de “exitazo” y después de su estreno en el Teatro Victoria “los autores tuvieron que hacer acto de presencia en las candilejas para agradecer los cariñosos aplausos con que fue acogida su obrita”. Y tal fue el triunfo alcanzado, y en tan poco tiempo, que enseguida comenzó también a escenificarse en otro coliseo barcelonés: el Teatro Tívoli.
La primera en interpretarlo fue la cupletista Lolita Arellano. Sin embargo, en 1927 Pepita Ramos, conocida artísticamente como La Goyita, lo grabó acompañada por la Orquesta del Ritz para discos Odeón y Ramoncita Rovira hizo lo propio para el sello La voz de su amo. “El tango de la cocaína” sonaba con frecuencia en las emisoras de radio y pasó a escenificarse en el Teatro Apolo de Barcelona. Y alcanzó tal nivel de popularidad que era interpretado en toda clase de actos públicos por toda la geografía peninsular. De tal manera, tan pronto formaba parte del programa de un concierto ofrecido por la Tuna Universitaria de Salamanca en el Teatro Romero de Plasencia, como lo ejecutaba un cuartero durante un banquete celebrado en Brozas con motivo de la inauguración del nuevo edificio del Ayuntamiento.

Partitura de “El tango de la cocaína”.
El éxito de “El tango de la cocaína” sobrepasó la década de los años 20. Así, nos consta que en 1930 volvió a representarse en el Teatro Apolo de Barcelona y al año siguiente, en vísperas de la proclamación de la Segunda República, fue el transformista Vianor quien lo escenificó en el popular Circo Barcelonés.
Es más, en 1989, cuando comenzaba a repuntar el consumo de cocaína en España, tras décadas de dictadura y años de transición democrática, la gran vedette cómica Mary Santpere lo interpretó con la gracia que la caracterizaba en el programa Tariro, tariro, emitido por la primera cadena de TVE y conducido por el grupo musical La Trinca. Y todavía se han dado interpretaciones más recientes del popular tango original de Amichatis, Alcázar y Viladomat, siendo de destacar en este sentido las de la actriz de teatro y televisión Mont Plans, acompañada por Laura Teruel al piano, y la de la actriz de cabaret Pía Tedesco, acompañándose con el acordeón a sí misma.
Caminos inversos
Llegados a este punto, no sería ocioso preguntarse en qué medida contribuyó el tango a la difusión de la cocaína durante los años 20. Puede que tal influencia fuera irrelevante, y que el tango simplemente se limitara a reflejar la realidad social de un consumo en boga. Un reflejo que, fiel a su esencia, también dejaba traslucir desengaño, tristeza, nostalgia y arrebatos de violencia.
En realidad, podríamos decir que tango y cocaína convergieron y se retroalimentaron durante aquella década crucial de nuestra historia contemporánea, si bien es verdad que sus recorridos paralelos han terminado por transitar el camino en sentido inverso: el tango de la más férrea proscripción al unánime reconocimiento y la cocaína de la prescripción médica y honorabilidad farmacéutica a la ilegalidad y la más enconada persecución policial.