Es muy probable que el cáñamo se consumiese y cultivase en el Magreb desde la Edad Media, introducido a partir de las invasiones árabes a finales del siglo vii. Se extendió por el actual Marruecos en el siglo ix, y su cultura se implantó fuertemente en la cordillera del Rif desde el siglo xviii. A partir de entonces se convirtió en el bled du kif, el pueblo del kif. Se fuma la hierba picada del cannabis con tabaco desmenuzado, una mezcla que se conoce como kif –del árabe kaif, que puede traducirse como ‘felicidad suprema’–, en una pipa con una pequeña cazoleta de arcilla o de cobre llamada sebsi. El cannabis también se utiliza en dulces (maajoon) y en otros usos de carácter medicinal y religioso. Cabe destacar la implantación que en el norte del país tuvo la secta de los heddawa, de filiación sufí, fundada en el siglo xviii por el santón itinerante bereber Sidi Heddi. Para ellos, el consumo de cáñamo en forma de kif o hachís fumado en pipa o ingerido constituía un rito sagrado; un medio para incrementar sus facultades sensoriales y su capacidad de percepción espiritual. A su fundador se le atribuye el refrán “El kif es como el fuego: un poco calienta el corazón, pero demasiado quema el alma”.
El cáñamo en el Magreb según los primeros viajeros españoles
Los libros de viajes sobre Marruecos escritos por peninsulares son numerosos, y los primeros testimonios localizados se remontan al siglo xvi. Uno de los pioneros y más influyentes fue el diplomático y explorador andalusí León el Africano, que viajó por el norte de África a inicios del siglo xvi. En su Descripción general del África y de las cosas notables que allí hay (1550) anota un par de referencias al cannabis. Dos décadas después, el militar y viajero Luis del Mármol, que recorrió el norte de África durante veintidós años, en su Descripción general de África (1573 y 1599), reporta el consumo de cannabis en el Magreb, descripción que solo contiene efectos positivos.
El viajero y espía catalán Domènec Badia, conocido como Alí Bey, fue pionero en los viajes al Magreb y al mundo árabe con un nuevo espíritu ilustrado. En su obra Viajes de Alí Bey por África y Asia (1814), alude a la elaboración y consumo de kif preparado para ser ingerido y fumado. No obstante su espíritu aventurero, parece que no se atrevió a probar el kif: “Confieso que no me vino la tentación de probarlo”, o eso es lo que dice.
La obra de Badia no tuvo continuadores en la Península hasta casi treinta años más tarde. Fue entonces cuando León López, un liberal que vivió exiliado en Marruecos, publicó el libro Los cristianos de Calomarde y el renegado por fuerza (1835), en el que explica con detalle la elaboración y el consumo de cáñamo. Una de las más espléndidas y detalladas descripciones de sus modos de preparación, uso y sensaciones de sus efectos psicoactivos –que considera muy útiles para los artistas–, hecha por un viajero español en el siglo xix, fruto sin duda de su experiencia personal. Y es el primero en detallar las posibles variaciones en sus efectos –comer, reír o dormir– y confirmar la extensión de su consumo, tanto ingerido como fumado.
"Mientras que los testimonios contemporáneos anteriores a 1860 no contienen ninguna valoración negativa del consumo de kif, a partir de la guerra de España contra Marruecos aparecen opiniones desfavorables, así como informaciones falsas, llegando a afirmar que su abuso llega a producir la imbecilidad, la locura y hasta la muerte"
Dos décadas más tarde, el político y escritor Nemesio Fernández-Cuesta, en sus anotaciones de la Historia universal (1854-59) de César Cantú, informa sobre el hachís, “voz conocida en España hace algunos siglos”, con un documentado texto de Antonio Martínez del Romero, que había viajado al Magreb. Sin duda, otra de las mejores y más detalladas explicaciones sobre la “preparación narcótica, cuya base son las flores secas del cáñamo” hecha por viajeros ochocentistas: “Úsanla los árabes (…) como una bebida embriagadora, cuyos efectos van acompañados de fenómenos particulares, más o menos agradables, según hemos tenido ocasión de observarlos en nuestro viaje a África”. Y explica la forma de tomarlo y los diversos efectos que produce, destacando los sueños, sensaciones y visiones agradables y la pasión erótica: “Los primeros síntomas que se manifiestan son una imperiosa necesidad de comer […]. Lo que hay más de notable es que siente uno una ligereza extraordinaria, y sin querer se ve obligado a andar, a saltar, a bailar, a reír y a entregarse a otras extravagancias. Al mismo tiempo se tienen las visiones más extrañas, los sueños más agradables y, sobre todo, se halla excitada fuertemente la pasión erótica, como hemos observado”.
Veinticuatro años más tarde, el brigadier de la Guardia Civil y diputado a las Cortes Españolas por Oviedo, Salvador Valdés, en el libro Apuntes sobre el Imperio de Marruecos (1859), “producto de mis propias observaciones por las costas de Berbería”, escrito justo antes del inicio de la guerra de África, recorre las principales drogas al uso, confirmando el consumo de kif, sin hacer valoración negativa alguna: “fuman en pipas de barro ó en tubos de madera de tres ó cuatro pies de largo. [...] echan al tabaco khaf, [kif] que es otra yerba que embriaga como la chicha”.
También el científico naturalista Fernando Amor, que fue un incansable viajero, recorrió durante tres semanas el norte de Marruecos entre Tánger y Tetuán, pocos días antes que estallara el conflicto bélico, en 1859. Dejó constancia de sus impresiones en su libro Recuerdos de un viaje a Marruecos (1859), donde describe el uso del kif y explica sus experiencias agradables y placenteras con el narcótico. En Tánger, dice que, al acostarse excitado por el efecto de varias tazas de café, le era imposible conciliar el sueño, y no tiene ningún problema en explicarlo: “Yo lo he fumado muchas veces: la primera con alguna precaución, y he visto que es más agradable por el gusto de su humo que el tabaco, y que su modo de obrar, sobre todo en las primeras veces y con algún esceso [sic], es el de un ligero narcótico con el que se siente un inesplicable [sic], bien estar”. Una actitud sin prejuicios y abierta a la experimentación que desgraciadamente sería una víctima más de la guerra que estaba por empezar.
El influjo de la guerra de África y el inicio de la visión negativa del kif
La marejada de patrioterismo español que desencadenó la guerra de España contra Marruecos de 1859-60, conocida como la guerra de África, hizo renacer el interés por el Magreb, marcado por una nueva moral colonialista. Desde entonces proliferaron los viajes y las expediciones, mezcla de aventura, exotismo y colonialismo. El orientalismo de inspiración andalusí de los románticos se transformó en un africanismo “marroquinista”, una variante regional del orientalismo europeo. El tema magrebí apareció en el ensayo, la literatura y las artes, que quedaron marcados durante décadas por el orientalismo.
Pedro Antonio de Alarcón, lo probó... ¿sin saberlo? (1859)
A pesar de eso, el novelista andaluz Pedro Antonio de Alarcón, soldado y cronista de guerra, en su Diario de un testigo de la guerra de África (1859), que se convirtió en un best seller en su tiempo, se refirió al kif como una “embriagadora yerba que no conozco todavía”. En realidad, la probó sin enterarse. Explica que en un café de Tetuán toma asiduamente un café espeso, que hacen hervir “hasta que se forma una especie de barro tostado, sumamente oloroso […] yo hago un verdadero abuso de estas pócimas, que lejos de quitarme el sueño […] me produce una somnolencia deleitosa parecida a la del opio […] y me abandono a mis contemplaciones filosófico-poéticas y melancólicos desvaríos”. Una descripción exacta de los efectos cannábicos. En cambio, cuando le ofrecen una pipa de kif, la rechaza, dice, prefiriendo un cigarro.
Con la guerra, la estigmatización
La guerra de África marcó un punto de inflexión en las valoraciones de los viajeros sobre el uso del cáñamo. A partir de la traumática experiencia de esta guerra, las visiones negativas y peyorativas aumentan en las crónicas de los viajeros. Así, el político republicano Fernando Garrido, en su libro Españoles y marroquíes. Historia de la guerra de África (1859), relata el uso del kif en Marruecos, pero es el primero de los viajeros analizados que introduce valoraciones subjetivas falsas y negativas, plagadas de tópicos absurdos y desinformados. Dice que es “una especie de cáñamo que le llaman hachicha o haschich que crece en todos los jardines y se cultiva en los llanos de Marruecos para hacer hilo. Pero lo que aprecian más particularmente es la cualidad embriagadora de las hojas y sobre todo de las flores y de los granos. Estos nombrados kief o kik son más fuertes. Es bastante fumar una pipa para quedar privado antes de media hora de la razón, de toda su inteligencia; estos pueblos bárbaros encuentran una voluptuosidad grande en el uso de estos peligrosos venenos”.
Impresionados con los aisawa
Los ritos extáticos de los miembros de la cofradía de los aisawa –que consumían preparados de cannabis y otras substancias, como el majoun, en sus rituales– impresionaron fuertemente a los viajeros que tuvieron la oportunidad de presenciar alguna de sus espectaculares procesiones. Por ejemplo, el mismo Garrido afirma que, durante los trances, alcanzan “un estado de locura furiosa […] provocado per el uso de [...] haschisch. [...] Luego que […] están sumergidos en la embriaguez que provoca este escitante [sic], más violento que el opio […], dan los más horribles gritos y aullidos, dan terribles saltos y si los espectadores les arrojan un carnero vivo, en el instante es desgarrado y devorado crudo, cabeza, carne, entrañas y todo. Si estos desgraciados consiguen romper sus cadenas, se arrojan sobre los judíos y cristianos [...], los muerden y arañan y destrozan lo que está a su alcance”.
Igual de impresionado se muestra el periodista y escritor Evaristo Vigil, que escribe Viaje fantástico al África (1860), donde ve a los aisawa, “hombres de fisonomías patibularias con sus pipas en la boca. Según nos dijo el guía, estaban fumando el kiff, especie de tabaco […]. Principian embriagándose con él silenciosamente y, una vez sumergidos en el éxtasis que produce este narcótico, se entregan a sus prácticas religiosas”. Menos enterado aún se muestra el excursionista Pelegrí Pomés, en sus “Conferencias sobre las costums y comers del Marroc”, celebradas en Barcelona en 1885, cuando afirma que los aisawa “trayent escuma per la boca, efecte de l’estat d’excitació nerviosa y del opi o henne que han fumat”. El desinformado turista confunde la jena –o alheña, un tinte vegetal– con el kif y el opio.
Los prejuicios y las descripciones distorsionadas fueron algunos de los materiales con los que se construiría su imagen durante siglos. La mayoría de los viajeros europeos que viajaron a Marruecos en el siglo xix y principios del xx ofrecen una visión estereotipada del país, caracterizada por el fanatismo, atraso, despotismo, inseguridad y otros rasgos negativos de la población.
Las aventuras de José Navarrete (1860)
El mejor testimonio de estos años lo ofrece quizás el militar y escritor José Navarrete, en su libro Desde Vad Ras a Sevilla. Acuarelas de la campaña de África (1860), lleno de aventuras de viaje: “El jachich produce una dulce soñolencia durante la cual hay cierta excitación de la médula espinal, que se revela en contracciones de la fisonomía y movimientos desordenados de todo el sistema nervioso. Los que toman el jachich se creen en sueños gozando de la bienaventuranza: el abuso de esa sustancia, cuya dosis es necesario ir aumentando para que produzca efecto, aniquila en poco tiempo al hombre más robusto”. También conoció a un “esclavo negro que se emborracha con el kif todas las tardes hasta el otro día” y que tomaba “madchun”. Explica cómo se elabora y dice que “difícilmente habrá europeo que con dos madchuns no tome una borrachera colosal, que por cierto embrutece más que la de cualquier bebida alcohólica, y su duración es mayor: algunos se quedan como muertos, y arrojan babas, sintiendo luego fuertes dolores en la cabeza y en el corazón; tardan más de un mes en reponerse y padecen durante todo ese tiempo un gran temblor en las manos y en la cabeza”. Continúa explicando que “los moros plebeyos y los soldados son los que fuman en pipa el kif […] y se emborrachan con el madchun”. Le resulta muy curioso ver “la manera que tienen los moros de preparar, con gravedad cómica, la pipa para fumar el kif sentados en las cafés o en las plazuelas, picando las hojas con el puñal, o con un mal cuchillo, sobre las tablas que hay ad hoc en dichos establecimientos”. Y explica finalmente cómo fuman en grupo: “El moro, cuando el kif lo marea, entrega la pipa al correligionario que está sentado junto a él, y permanece algunos minutos aletargado; el que recibe la pipa fuma un poco y se la pasa al vecino, y así corre cuatro o cinco manos, hasta que vuelve al dueño, que, contenga o no kif, es de rigor que dé la última chupada”.
El viajero y explorador catalán Joaquim Gatell se trasladó al Magreb el 1861, donde vivió durante más de cinco años. En sus obras ofrece testimonios de primera mano sobre el uso generalizado del kif, aunque llenos de valoraciones negativas, llegando al insulto. Desde la pretendida superioridad del agente colonialista, califica a los magrebíes de viciosos: “No creo que exista en el mundo vicio alguno que no se encuentre extendido entre los marroquíes”, y hace una relación de las drogas usadas: “Ellos fuman kif y tabaco, tragan con placer opio y haxix, son extremadamente lujuriosos […] toman rapé a grandes proporciones; [...] beben vino y licores espirituosos [...] Toman por placer té y café en grandes cantidades”. Introduce también aspectos sociales diferenciadores: “La gente baja bebe casi durante todo el día, pero los grandes personajes no lo hacen más que de noche, en sus casas y a puerta cerrada”.
El novelista y agente de Aduanas en Larache y Tánger Antonio de San Martín, en su obra La ciudad del sueño: viaje al interior de Marruecos (1870), fruto de una estancia de seis años en Marruecos, nos ofrece la más fantasiosa narración sobre los efectos del kif llena de sensualidad narcotizada, uno de los tópicos orientalistas. Su relato va más allá de ser una mera crónica de la experiencia y se convierte en un verdadero relato de aventuras.
A modo de conclusión
Los testimonios de los textos analizados reflejan la extensión e importancia del consumo visionario del cáñamo en Marruecos y su arraigada tradición multisecular. Muchos de los viajeros españoles –aventureros, espías, militares, políticos, diplomáticos, religiosos, historiadores, naturalistas, profesores, abogados, comerciantes, científicos, agentes coloniales, médicos, periodistas, escritores, pintores, etc.– fueron testigos y describieron su consumo, y algunos declararon conocimientos de primera mano sobre la sustancia. Les une un espíritu aventurero, una cierta posición económica y reconocimiento social y una notable dosis de atrevimiento y valentía, necesarios para adentrarse en el Marruecos de la época.
De sus observaciones podemos destacar que el cáñamo era extensamente consumido de diversas formas, fumado e ingerido, bien en una preparación hecha con manteca, bien en una de las diferentes compotas conocidas como majoun. También el uso del hachís, ingerido o fumado en pipa, es explicado por diversos viajeros. A pesar de que en esos años no se ha podido documentar específicamente su elaboración en Marruecos a partir de las plantas de cáñamo del Rif, creo más que probable que también fuese de alguna manera elaborado en el país, a la vez que también importado de Túnez y Egipto, como el opio. En la década de 1860 era un hecho que el término hachís había sido integrado al imaginario colectivo peninsular y se consideraba que era usado por millones de personas en todo el planeta.
A partir de esta realidad, el orientalismo incorporó a su imaginería particular la parafernalia del fumador del mundo magrebí: todos los modelos y tamaños de pipas pasan a ser un elemento común, casi imprescindible en algunos casos, en su puesta en escena. Narguiles y sebsis de todos los tamaños aparecen profusamente en obras de arte sobre el Magreb.
Mientras que los testimonios contemporáneos anteriores a 1860 no contienen ninguna valoración negativa del consumo de kif –sino todo lo contrario, hace “desvariar la imaginación con ideas agradables”, produce los “sueños más agradables”, un “inexplicable bien estar” y “excita fuertemente la pasión erótica”–, a partir de la guerra de España contra Marruecos aparecen opiniones desfavorables, así como informaciones falsas, llegando a afirmar que su abuso llega a producir la imbecilidad, la locura y hasta la muerte. Una nueva negativización se produce a partir de los sangrientos enfrentamientos bélicos de 1892-93 y a partir de la guerra del Rif, iniciada en 1909.
Las vacilaciones, errores y falsedades pueblan algunos de esos textos, que son ejemplos del miedo cultural a lo desconocido. Sin duda, la cultura que acompaña a una droga es tan importante como sus propiedades farmacológicas. Sus opiniones influyeron y a la vez reflejaron la imagen que de lo magrebí se formó la sociedad española. En muchos casos se trataba de una mirada oblicua, deformada, sesgada e irreal, con descripciones estereotipadas y comentarios peyorativos y degradantes. Definitivo es el comentario del médico y escritor Luis Marco Corera en el artículo “El tabaco” (1890), donde contrapone esta planta a otras drogas y afirma, con un radical etnocentrismo: “El tabaco no retarda la velocidad de la civilización, ni impide la vida social; el opio y el haschisch son incompatibles con una y otra, y el activo e inteligente europeo, lo mismo que el americano, nunca adoptarán estas drogas estupefacientes, propias de pueblos esclavos y atrasados”. ¡Al final el responsable del subdesarrollo de los países orientales será el cannabis!
La descalificación por incomprensión –real o afectada– de otras culturas ha sido uno de los pretextos más utilizados históricamente para ignorar y aplastar los derechos ajenos. Los viajeros del norte al sur han subestimado a las personas, sus instituciones, creencias, usos y costumbres. Han aplicado su patrón cultural basándose en el hecho, para ellos indiscutible, de su propia superioridad. Y el cannabis no fue una excepción. Y es que, como escribió el filósofo alemán Ernst Bloch: “Algo, desde luego, es cierto: nada en tierras extrañas es exótico, sino el extranjero mismo”.