Me he quedado embarazada y estamos muy felices. Me han dicho que hasta los tres meses no conviene decir nada, por si falla algo. Pero no soy capaz de cerrar la boca, y menos ahora que, de cuando en cuando, me viene una arcada y vomito a chorros como la niña del exorcista.
Me sentía muy rara y lo achacaba al mes de septiembre o la resaca del verano que me había pegado abusando de las microdosis de LSD. Y resulta que lo que pasaba era que Marcelo me había hecho un bombo. Ya habíamos notado que mis tetas se habían puesto un poco más grandes y, según Marcelo, más “gomosas”, pero los dos pensábamos que era una consecuencia de la edad. Marcelo en el instituto tuvo un lío con la profesora de inglés, una mujerona metida en carnes, y desde entonces tiene cierta fijación sexual con las tetas gordas caídas y mantiene la esperanza de que cuando llegue a los cuarenta mis tetas serán como aquellas que tanto juego le dieron en sus recreos adolescentes. A él le gustaría que yo estuviera más fondoncilla y no para de celebrar el crecimiento de mis pechos, que unos días huelen a pan y otros a galleta waffle, según su fino olfato perruno.
Me enteré hace dos semanas; llevaba retraso con la regla y me compré un Predictor, y fue caerle una gota de meado y saltar en el visor las dos rayas que confirmaron mi estado. Aún no se me nota la barriga, pero me han entrado unas ganas locas de vivir; ni las náuseas ni los sueños extraños que me despiertan por la noche hacen mella en mi alegría.
Marcelo, contra todo pronóstico, está hasta más feliz que yo. En cuanto se lo dije se vino a Madrid a vivir conmigo. No me deja cargar peso y le ha dado por controlar el número de palmeras de chocolate que me como al día. Y trata de que solo vaporice hierba una vez a la semana. Y me ha convencido de que hagamos el amor (ahora no utiliza la palabra follar) un día sí y otro también, con la excusa, eso dice, de incentivar la psicomotricidad del feto. No para de leer acerca de la gestación y cada vez que vuelve de la calle aparece con un body, un sonajero o algo para el futuro bebé. También le ha dado por hacerme fotos desnuda para ir documentando mi metamorfosis corporal.
Hace un mes estaba llena de agobios y saberme embarazada ha colocado todo en un segundo plano. Con esto de la maternidad hay mucha tontería, pero es verdad que es una experiencia mágica. Aunque yo me siento, a grandes rasgos, entre las partidarias de la crianza natural, su manera de llevar el embarazo me resulta un rollo pesadísimo. Me metí en una cadena de mails y no duré ni un día: que si noticias inquietantes sobre los hospitales de maternidad; que si defensas del parto sin epidural, con una amplia casuística de tragedias debidas a la anestesia; que si un foro sobre vacunas y otro para salir del armario de la culpa y poder desahogarse contando lo terrible que puede llegar a ser a veces el cuidado de tu propio hijo… Casi todo eran quejas y normas, dichas en un envoltorio de peluche, lo cual lo hacía aún más insoportable. Casi todo lo que leí daba miedo. Así que me quité de esa correa de trasmisión de angustias y he decidido no leer nada que perturbe mi embarazo.
De todas formas, mis pretensiones de estar un poco al margen de las teorías ajenas han sido vanas. Marcelo no para de leer sobre el asunto y viene y me lo cuenta. O me sienta, como ha hecho esta mañana, en el sillón, frente a los altavoces de la música, y me pone La Polla Records a todo trapo, para que nuestra niña se vaya formando un gusto musical.
Creo, no me preguntéis por qué, que va a ser una niña. Si es niña la llamaremos María. Marcelo dice que podemos completar la gracia llamándola María Juana, que ya nadie pone nombres compuestos y que es una pena, y que así, cuando la niña llore, la podemos llamar Juanita La Lagrimosa. Ya veremos.