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Mi tripa se va hinchando y seguimos muy felices. Ya no tengo nauseas ni sueños raros, pero se me han quitado las ganas de follar, aunque me gusta que Marcelo y Violeta me hagan masajes: Marcelo se concentra en mis pies y Viole en el resto del cuerpo. Luego, si ellos quieren ponerse a follar el uno con la otra los dejo, pero en la habitación más alejada de mi dormitorio. No por celos sino por no distraerme del reposo. He decidido consagrarme a la tranquilidad, dormir todas las horas que me pida el cuerpo. Creo que, aprovechando que otro ser crece en mi interior, puedo concentrarme por primera vez en mi vida en la difícil tarea de no hacer nada, un objetivo común a muchas filosofías trascendentales. Renunciar a toda actividad, he ahí la sabiduría.

    El negocio de la venta de hierba a domicilio funciona solo. Ya tenemos hasta una aplicación para móviles que va a las mil maravillas. Si hay cualquier problema con la policía, basta que los administradores le den a un botón para que se borren todos los datos. La única hierba que pasa por mis manos es la que me fumo. Y ya ni eso, pues he tenido que dejar de consumir, no por el embarazo, sino por la irracional represión médica que se cierne sobre las embarazadas.

Inocente de mí, acudí a la matrona con Marcelo, y Marcelo echaba una peste a marihuana que creo que alertó a la señora. Por lo que fuera, me mandó a que me hiciera los análisis de orina y en el volante médico ya debió de marcar que buscaran THC, porque resulté positivo en cannabis. La matrona me soltó una chapa terrible y hasta me amenazó con llamar a los Servicios Sociales para que intervinieran y, llegado el caso, se hicieran cargo de la tutela del niño. Le dije que desde hacía semanas no consumía, y que la última vez que había vaporizado fue antes de saber que estaba embarazada. La mujer no sabía que el cannabis tarda casi un mes en ser eliminado, y yo creo que mis explicaciones, por bien argumentadas, resultaban sospechosas. “Esta sabe mucho para ser una consumidora esporádica”, debió de pensar aquella sargentona con bata blanca. Me hizo prometerle que dejaría de consumir, bajo amenaza de quitarme a mi futura hija si volvía a dar positivo en cannabis.

    Así que he tenido que dejar la hierba. Y, aunque desde la dirección de esta revista me han animado a enarbolar la bandera de las embarazadas cannábicas contra los atropellos a nuestros derechos humanos, como comprenderán, he preferido dejar esta sección autobiográfica. Hay mucho en juego, y seguir exponiéndome es arriesgado y empezar a mentir por escrito, en lugar de contarles mi vida sin más, me obligaría a pensar demasiado.

    No sufran, este es un final feliz en el que todo cuadra. María Juana –ya hemos elegido el nombre– vendrá al mundo en mayo y será acunada por una gran familia. Violeta se volvió loca de amor cuando le dije que estábamos esperando una niña y se ha venido a vivir con nosotros e insiste en que durmamos los tres juntos: yo en medio, entre Marcelo y ella. La Trini no llega a tanto, pero también se ha instalado en casa y no para de cocinarme tartas. El Morse me trae todas las semanas una cesta de fruta y verdura ecológicas de su huerto. Y Adama y Fatou, Abdul, Modou y Ousmane, Kamal y la china Yan no dejan de hacerme regalos exóticos para cuando la niña nazca.
    Ha llegado el momento de despedirme. Ha sido un placer.
 

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #252

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