El proceso de independencia de Cataluña nos ha venido de perlas en Madrid, ¡qué distraída anda la policía! Al menos en Lavapiés estamos gozando del microclima ideal para desarrollar nuestro negocio de venta de hierba a domicilio.
Violeta fue publicitando nuestro número de teléfono entre los socios que se habían quedado sin club; se apostaba junto a la puerta de uno de los CSC clausurado por la policía y, abordando a los despistados que volvían a que les dispensaran, conseguía siete u ocho nuevos clientes por día, que a su vez nos conectaban con otros tantos. Viole les soltaba la chapa de que éramos una asociación sin ánimo de lucro y sin sede social, que luchábamos por la regulación del cannabis, que los pedidos tenían que ser mínimo de unos cincuenta euros y que el precio variaba entre seis y diez euros el gramo. Luego le daba el teléfono de contacto al nuevo cliente, le hacía jurar que solo le pasaría nuestro número a un amigo de máxima confianza que viviese en el barrio y, como gentileza, le regalaba un cogollo.
Nuestra calidad es bastante superior a la alfalfa que despachan muchas asociaciones. Violeta ha dejado atrás la ingenuidad militante que le llevaba prácticamente a regalar la maría a cualquiera, ¡a euro y medio el gramo!; ahora se ha hecho amiga del comercio, pero sin descuidar nunca la producción de la planta, a la que le dedica, en compañía del Morse, toneladas de amor en una nave industrial a las afueras de Madrid.
En pocas semanas ya atendemos unos veinte pedidos diarios. Kamal nos ha proporcionado móviles a todos y una cuenta común de Telegram donde gestionamos cada pedido que llega. El teléfono de contacto es un número de móvil antiquísimo con tarjeta recargable de esos que se compraban sin tener que dar el nombre. La china Yan toma el recado, Ousmane hace los paquetes de pedidos especiales, y Adama y Fatou recorren el barrio con sus carritos de bebé llenos de dosis de cincuenta euros preparadas para Abdul y Modou, que no paran de pedalear en todo el día llevando a domicilio la hierba. Abdul y Modou van con mochilas de Deliveroo y de Glovo, dos aplicaciones para llevar comida a domicilio, un disfraz ideal para pasar desapercibidos si no se las hubieran robado a dos repartidores. Esa fue mi primera intervención antes de empezar a vender: sobornar con 400 euros a los damnificados por el robo para que no denunciasen a mis trabajadores. Lo siguiente fue ya el primer día de reparto, cuando los dos se presentaron vestidos con esos trajes de telas estampadas típicos de Senegal, una indumentaria nada apropiada para montar en bicicleta y en absoluto discreta. Tuve que comprarles ropa de sport que no delatase que están recién llegados y sin papeles.
A mí me toca ser la jefa, una tarea que requiere paciencia y una autoridad implacable. La china Yan es una máquina y su labor como recepcionista telefónica y de organización de los pedidos y las entregas no tiene fallos. Sin embargo, su visión sobre la droga sin distinción de clases, donde lo mismo es un porro que un chute de heroína, le hizo aliarse con Ousmane para intentar diversificar el negocio y empezar a vender también cocaína, metanfetamina y Cialis, una Viagra que se puede adquirir sin receta en la India y que aquí se vende a cinco euros la píldora. No sé si Yan ha comprendido las diferencias jurídicas y de efectos entre sustancias, pero terminó acatando la norma de vender solo hierba y aquel conato de insubordinación sirvió al final para asentar mi poder.
¡Globo!, así llamamos a nuestra empresa en la intimidad, lleva un mes funcionando y ya hemos ganado 50.000 euros: 20.000 han sido para pagar la hierba, es decir, para Violeta y el Morse; 15.000 para los sueldos de los siete empleados y para mí otros 15.000, que para eso soy la jefa. ¡Si vieran la cara de felicidad de Adama y Fatou cuando cobraron cada una sus primeros 1100 euros por dos semanas de pasear a sus bebés entre mullidas bolsas de cogollos!
Mi intención es reunir el dinero suficiente para viajar por el mundo y tener una vida menos aburrida de la que tengo ahora. Independizarme de España por un tiempo, eso quiero.