Pasar al contenido principal

Violeta de mis amores

“Violeta, flor de mis noches y perfume de mis días, manantial que me desborda, ven de nuevo a mí y junta tus labios con los míos”. Le acabo de escribir este wasap a Violeta, a ver cuánto tarda en venir a mi cama. ¿Me he enamorado? Yo diría que sí, que mi atracción física hacia ella va más allá de la curiosidad por practicar sexo con otra mujer.

“Violeta, flor de mis noches y perfume de mis días, manantial que me desborda, ven de nuevo a mí y junta tus labios con los míos”. Le acabo de escribir este wasap a Violeta, a ver cuánto tarda en venir a mi cama. ¿Me he enamorado? Yo diría que sí, que mi atracción física hacia ella va más allá de la curiosidad por practicar sexo con otra mujer.

Nunca antes había tenido yo ningún desvelo homoerótico, jamás me había sentido atraída por mujer alguna, ni siquiera había pensado en las posibilidades físicas de acostarme con un ser desprovisto de polla. Yo soy así de elemental en cuestiones amorosas. O más bien yo era así de elemental, antes de conocer a Violeta.

Desde la fiesta de fin de año, en la que, gracias al MDMA, nos enrollamos, no he dejado de pensar en ello. Esa noche no hicimos nada más que bailar abrazadas y besarnos, y luego, sí, cuando amanecía, nos acariciamos un poco: desnudas debajo del edredón nos dedicamos a reconocernos con las manos, como si estuviéramos ciegas, hasta que caímos dormidas. Nos toqueteamos, pero follar, no follamos. Y cuando me desperté ya no estaba, y tardó una semana en volver. Pensé entonces que aquel escarceo se quedaría ahí.

Por otro lado, Marcelo, que respetó nuestra intimidad aquella noche, no ha parado de querer follar conmigo, no sé si por inseguridad o porque le excita imaginarme con otra, otra a la que previamente él se ha trajinado. Así, los primeros días del año, Marcelo no salió de mi cama; y como Violeta no daba señales de vida, me olvidé un poco de ella, archivando aquel toqueteo en una aventura ligada a la ebriedad del éxtasis.

Pero no. Violeta volvió con su pelo rubio, sus brazos musculosos de yonqui en furgoneta, su mirada azul con pintitas verdosas de ingenua malicia, sus pechos todavía un poco hinchados por su reciente adolescencia y sus ganas de volverme loca. Violeta tiene veinte años, doce menos que yo, pero se puede decir que es una mujer sexualmente muy experimentada. “En cuanto abone el huerto, voy y te follo como a una loba”, me acaba de contestar al wasap. No tardará en llegar, con su olor a marihuana fresca y alguna sorpresa que se le haya ocurrido inspirada en el mundo animal o vegetal. Ya hemos follado como monas, como libélulas, como tomates aliñados y a lo vegano, con ayuda de zanahorias y pepinos. La broma da juego y nos reímos mucho, pero es una pasión sentida como nunca me había pasado con un hombre.

Ya casi me había olvidado de ella, como les estaba contando, cuando apareció el día de Reyes. “Te he traído un regalo de reina maga”, me dijo mientras me tomaba de la mano y me ponía frente al espejo del dormitorio. Se quitó su cinturón lleno de herramientas y me dio el regalo envuelto en un papel violeta. Era un picardías de tul negro, con unas bragas a juego. “Quiero que te lo pongas ahora”. Violeta tiene una voz arenosa, de cantante de tango, a la que es muy difícil decir que no. Me desnudé frente al espejo mientras ella me miraba sentada en la cama, me puse el picardías y al ponerme las bragas bordadas me di cuenta de que estaba mojadísima. Violeta se arrodilló y empezó a olerme y a besarme desde los pies hasta la cabeza, mientras iba dejando caer su ropa y descubriendo su piel blanca; una piel que enseguida se sonroja. Me quitó las bragas y empezó a lamerme por los bordes, evitando tocar el clítoris directamente, apretándome el culo con sus manos poderosas de jardinera. Cuando notó que las piernas me flojeaban me llevó hasta la cama, se tumbó ella primero y me pidió que me pusiera a horcajadas sobre su cara. En realidad me dijo: “Ven, anda, fóllame la cara”. Y yo se la follé, claro.

Desde ese momento no hemos parado; para desesperación de Marcelo, que trata en vano de sumarse. La otra tarde, mientras le dábamos, como hembras bonobos, al tribadismo (del griego Tríbō, ‘frotar’), notamos un ruido al otro lado de la puerta. Abrimos, y allí estaba Marcelo arrodillado, con su miembro ya flácido entre las manos y un charquito de semen en el suelo. Nos reímos de él y Violeta le acarició la cabeza como a un perrito: “Si te portas bien y dejas de escucharnos –le dijo en tono burlón–, un día de estos te invitamos a mirar”.

Ya está aquí Violeta. Siento dejaros. Tengo gran curiosidad por saber cómo follan las lobas.

Este contenido se publicó originalmente en la Revista Cáñamo #230

Te puede interesar...

¿Te ha gustado este artículo y quieres saber más?
Aquí te dejamos una cata selecta de nuestros mejores contenidos relacionados:

Suscríbete a Cáñamo