Un artista contemporáneo
Mi vida con un fumeta
Creo que me he equivocado, no ha sido buena idea mandar a Marcelo al sofá. Todavía cuando tenía que dormir conmigo se lavaba los dientes y se acostaba a su hora. Pero es que se había vuelto tan insoportable bajo las mantas que no podía más.
Creo que me he equivocado, no ha sido buena idea mandar a Marcelo al sofá. Todavía cuando tenía que dormir conmigo se lavaba los dientes y se acostaba a su hora. Pero es que se había vuelto tan insoportable bajo las mantas que no podía más.
Además de moverse sin parar y sudar como si estuviera enfermo hasta calar el colchón, además de sus ronquidos y su aliento a porro revenido, además de sus constantes pedos aceitosos y de su manía infantil de airear las sábanas para olerlos –y, maldita la gracia, para que yo los huela y se los festeje–, además de todo eso resulta que le molesta la luz de mi lamparita. “Mira, Marcelo, si te molesta que lea antes de dormir, te vas al sofá y punto. Más tranquila me quedo”. Con lo recalcitrante que es yo creí que se iba a negar. Pero no. Se levantó y se fue a dormir al salón.
¡Qué contradictorio es el ser humano y que tontas somos las mujeres! El caso es que no sé por qué me sentí abandonada cuando cogió su almohada y se marchó. Y ahora no sé cómo volver a meterlo en vereda, empoderado como está, todo el santo día tumbado en el sofá cama, viendo series sin parar de fumar y durmiendo cuando le sale de los huevos: “Lo natural es dormir cuando uno tiene sueño –me dice el gañán–, en periodos de tres horas. Eso de dormir ocho horas del tirón es un invento del capitalismo para hacer compatible el sueño del hombre con su explotación laboral”. Yo no le río las ocurrencias como antes y aprovecho para llamarle con ironía “señor explotado laboralmente”, a él, que desde que se le acabó el paro vive del dinero de mi beca doctoral y encima si sale el tema me dice que lo que él hace es vivir por persona interpuesta a costa del Estado, “esa maquinaria represiva organizada para mantener los privilegios de unos pocos y aplastar al resto”. Yo ya no soy ni su novia, ni su amante, ni su amiga que tiene a bien compartir su dinero y su espacio vital con él. Yo soy solo la “persona interpuesta” que le permite vivir a costa del maligno Estado.
Lo que me deja sin defensas frente a Marcelo es la confianza que tiene en sí mismo y la osadía que pone en funcionamiento cuando de justificarse se trata. La teoría que más gracia me ha hecho ha sido la de que él no es otra cosa que un artista consumado, alguien que ha conquistado el difícil logro de no hacer nada. Con esas me viene cuando le reprocho que está todo el día colocado y sin hacer nada. “No, querida, yo lo que pasa es que nutro mi cerebro de THC para estar siempre en fase alfa; ese estado de duermevela, de fluida concentración, que solo alcanzan artistas en sus momentos más creativos”. “Pero, Marcelo –le digo yo–, ¿dónde está el fruto de tu arte? A otros fumetas les da por el bricolaje, la pintura abstracta, la guitarra o la jardinería, pero es que a ti no hay quien te mueva del sofá ni quien te apague el ordenador”. Y entonces me responde: “Tú lo que pasa es que eres una antigua; el arte contemporáneo se fija en el proceso, no en el resultado. Para que haya arte no hace falta que haya un objeto, basta con estar en un estado creativo, estar en ese punto pero sin crear nada material. En el mundo hay ya muchas cosas, ahora lo verdaderamente artístico es imaginar sin hacer”.
A mí me gustaría que lo vieran. Que lo vieran cómo se pasa las horas, los días y las noches medio dormido medio despierto, frente a la pantalla, llenando de humo mi salón… Que lo vieran ustedes quisiera yo, y que me dijesen después si ese bulto con ojos rojos es como asegura él mismo un consumado artista contemporáneo o es solo un fumeta pasado de vueltas. Un fumeta sin ánimo de enmienda; Marcelo: la losa de mi ataúd.