Este sábado, la Marcha Mundial de la Marihuana llenó de alegría las calles de Madrid. 28 años después de la primera marcha cannábica en la capital, la anunciada posibilidad de lluvias jugó en contra de la convocatoria, pero no por ello cundió el desánimo entre los manifestantes.
“¿Cuántos asistentes crees que hubo? ¿3.000 o 4.000?”, pregunté al terminar la marcha. “Los suficientes para no haber hecho el ridículo”, me contestó Lucky, de la Asociación Madrileña de Estudios del Cannabis (AMEC). Jose, de la Federación de Asociaciones Cannábicas de Cataluña (CatFAC), afinó un poco más diciendo que “miles”: “Miles de personas marcharon por el centro de Madrid reivindicando la regulación del cannabis”. ¿Qué importa en realidad? Patty Amiguet, de la ConFAC (Confederación de Federaciones de Asociaciones Cannábicas), lo tenía claro: “Ha sido una marcha maravillosa, con sol, buenos humos y un recorrido diferente al de otros años”.



Al parecer, este mismo sábado 10 de mayo, una “marcha evangelística” había sido autorizada para ir de la Plaza de España a la Puerta del Sol, desviando el trayecto de la MMMM hacia la Cibeles para terminar en Neptuno, en los jardines que hay frente al Museo del Prado. Un recorrido menos lucido que cuando se pasa por Callao y la marcha se nutre de cientos de espontáneos.
No es un buen momento político para la marihuana en España. La regulación medicinal, tan restrictiva, se ha vivido como un fracaso. Hace diez años la regulación del cannabis formaba parte de las promesas de los nuevos partidos. La regeneración política que abanderaban Podemos y Ciudadanos no olvidaba la cuestión cannábica y casi dábamos por hecho que en poco tiempo se conseguiría una regulación integral. La generación de los hijos de la democracia había desembarcado en el Parlamento y por fin se iba a normalizar de una vez por todas el asunto. Pero nada. Menos que nada, en realidad, porque hoy, de hecho, la represión es mayor que hace diez años. Basta con ver la persecución que están sufriendo las asociaciones cannábicas, el ejemplo más valeroso de desobediencia civil que se ha dado en los últimos tiempos en la amodorrada Europa.



Así que el cansancio se deja notar y, en lugar de las 30.000 o 50.000 personas que se llegaron a juntar en la marcha del 2017, han sido 3.000 o 5.000. Sin embargo, nuestra fuerza está en la alegría con la que vivimos la jornada. La alegría que nos da juntarnos, bailar y cantar y fumar por la calle a cara descubierta sin que nos multen.
Los lemas fueron los de siempre y alguno nuevo: “Ía, ía, ía, libertad para María”, “No más multas”, “Ay, Pedrito, regúlame el porrito”, “Porros sí, porras no”, “La secreta se fuma nuestros petas”, “El porrito, no es delito”.
Visto lo visto, lo más probable es que la regulación del cannabis nos llegue por contagio. Es cuestión de tiempo que el ejemplo alemán arrastre a los países del entorno europeo. Mientras tanto, seguiremos desobedeciendo cada día las injustas leyes que prohíben nuestras plantas. Y una vez al año, miles o cientos de miles, con lluvia o con sol, saldremos de marcha, derrochando alegría, por las calles de Madrid. Por más que lo intenten, esta llama no se apaga.