Kim Serra nos dejó el 16 de septiembre a los 64 años en Madrid, donde residía desde 1998, tras trasladarse desde Barcelona, su ciudad natal. Era miembro del comité editorial de esta revista, padre de dos hijos y un hombre culto, idealista sin dejar de ser práctico, que influyó con su elegancia y buen hacer en todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo.
Desde junio de 1997, hace más de 21 años, hasta el día de su fallecimiento, se responsabilizó junto a sus colegas de la organización de La Cañamería Global SL, la primera empresa creada en este país con el objetivo claro de empujar el desarrollo de un nuevo sector, el cannábico. Como fundador y miembro del consejo de administración, Kim aportó mucho en darle forma empresarial al proyecto, hasta el punto de que, en los comienzos, durante el primer año, permitió instalar la redacción en la oficina de su empresa de eventos. Kim, en un texto que escribió para el 20 aniversario de la revista, lo recordaba con humor: “La redacción de Cáñamo se instaló provisionalmente en mi oficina, en un edificio en el que también estaban unas dependencias de la Generalitat. Cada mañana el conserje me abroncaba por el olor a marihuana en la escalera, el desfile de personas poco convencionales y las quejas de algunos funcionarios. Como el talante catalán suele ser negociador, nunca pasó nada malo”.
Kim Serra tenía desde su juventud una visión revolucionaria y un compromiso contra la desigualdad y la ignorancia. Aunque no era dado a la nostalgia, en alguna ocasión propicia podía contar algunos episodios de su pasado que lo marcaron especialmente, como aquellas convivencias en el monte organizadas por las Juventudes Libertarias en pleno franquismo, cuando aún era un adolescente. Marxista antiautoritario, libertario de corazón alejado de todo dogmatismo, decidió embarcarse en el proyecto de esta revista por su espíritu a contramano de lo establecido, como reconocía cuando señalaba las virtudes del núcleo inicial al que no tardó en sumarse: “Era un grupo que actuaba desde las bases, primero comprando hachís en las calles del Barrio Chino y desde principios de los noventa cultivando en el huerto. En aquel tiempo, las semillas se regalaban, alguien tenía una mexicana, una africana… A partir del segundo año empezaban a proporcionar unas buenas plantas y, en muchos círculos, la marihuana se intercambiaba o regalaba; muchos eran los que opinaban que la hierba, y aún menos sus semillas, no podían ser objeto de comercio. La mata crecía y crecía; cada tarde arrancábamos unas hojitas, que metíamos en el horno y luego fumábamos y nos colocábamos, algo que hoy cuesta creer. ¿Sería un efecto placebo?”.
Con todos los cambios que ha vivido el sector en estas dos décadas, Kim mantuvo hasta el final su talante libertario, su defensa de una forma antiautoritaria de organización basada en la asamblea, el apoyo mutuo y la responsabilidad personal. Era un hombre coherente que a su carácter práctico y ordenado añadía unas maneras tolerantes y solidarias siempre en busca del acuerdo y la conciliación. A un lado y a otro del Atlántico, pues sus últimos años de vida, en compañía de Susana, repartía su tiempo entre Chile y España, con especial atención a la expansión latinoamericana de La Cañamería Global. Además de las páginas del Observatorio latinoamericano publicadas cada mes, era el encargado de escribir el editorial que abría esta revista.
Su curiosidad intelectual y su compromiso político le hicieron sumarse a otras aventuras, como la de participar en el documental Munis, la voz de la memoria (2011), una obra colectiva que recuperaba del olvido el pensamiento de Manuel Fernández-Grandizo, alias Munis, un político troskista español. De los que como él lucharon por una sociedad libre y sin clases, Kim destacaba en la película que eran personas que querían a la humanidad, diferenciándolas de aquellos que buscan el poder y el dinero. De Kim se podría haber dicho eso mismo, pues los motivos que lo movían en su vida estaban lejos de mezquindades mundanas.
Moisés López, su compañero en el comité editorial de esta revista, recordó “la humildad con la que colaboraba en la marcha de un proyecto de vida llamado Cáñamo” y resumió bien su herencia: “Su talante solidario, su carácter firme y conciliador, su cultura y su educación fueron señas que indican un camino a seguir lejos de las ambiciones tóxicas y desmesuradas del éxito. Su manera de estar en el mundo, tanto a sus hijos Bru y Laura como a sus colegas, nos enseñó a vivir y a convivir”.
Lo echaremos de menos.