Estos semisumergibles, conocidos popularmente como “narcosubmarinos”, son embarcaciones que navegan con el casco casi hundido para reducir su huella visual y de radar. Informes navales describen cascos de fibra de vidrio o materiales compuestos, con longitudes cercanas a los 20 metros y capacidad para transportar varias toneladas de cocaína en travesías oceánicas. En su interior viajan tres o cuatro personas en espacios mínimos, entre motores diésel, combustible y fardos, con ventilación y luz muy limitadas.
La fabricación de estas naves exige una logística sofisticada. La Armada colombiana y centros de seguridad marítima han documentado astilleros ocultos en zonas de selva y manglar, donde se ensamblan cascos por secciones, se instalan motores y sistemas de navegación y luego se desmonta todo rastro del taller. Diversas estimaciones sitúan el coste de un semisumergible operativo en torno a uno o dos millones de dólares, una inversión asumible si cada viaje puede mover cargamentos valorados en cientos de millones en los mercados de Estados Unidos o Europa.
Europa empezó a ver de cerca este fenómeno en noviembre de 2019, cuando un semisumergible fue interceptado en la ría de Aldán, en la costa gallega, con unos 3.000 kilos de cocaína a bordo, en la primera incautación confirmada de este tipo en el continente. Después llegaron el semisumergible construido en Málaga desmantelado en 2021 en la operación Ferro y el “Poseidón”, hallado hundido en la ría de Arousa en 2023. Más recientemente, Portugal ha interceptado semisumergibles con varias toneladas de cocaína en operaciones coordinadas con España, Reino Unido y Estados Unidos en el Atlántico.
Sin embargo, los semisumergibles siguen siendo solo una pieza de un engranaje mucho mayor. Los informes de la Agencia de la Unión Europea sobre Drogas señalan que la mayor parte de la cocaína que entra en Europa continúa llegando en contenedores comerciales a grandes puertos, mientras las naves de bajo perfil se reservan para rutas de alto valor y riesgo. En paralelo, las tecnologías aplicadas a estas embarcaciones evolucionan rápido, con prototipos no tripulados equipados con antenas satelitales y sistemas de cámaras para reducir aún más el riesgo humano.
Lejos de ser una excentricidad, los semisumergibles sintetizan el callejón sin salida del prohibicionismo ya que cada incremento en vigilancia, penas y recursos represivos empuja a las redes criminales a invertir en ingeniería y rutas más peligrosas, sin reducir la disponibilidad de cocaína. Mientras los Estados persiguen barcos cada vez más sofisticados, los incentivos económicos del mercado ilegal siguen intactos.